“El pobre no tiene abrigo,

pariente, deudo ni amigo”

En México tenemos una novedad legal y democrática desde hace unos cuantos años: el gobierno federal debe informar ampliamente sobre la situación de los pobres y sobre la evolución misma de la pobreza, siempre con muchos rostros.

Los pobres son una mayoría abrumadora y vergonzante para este país, y eso puede tener remedio. Medir la pobreza y tener una idea clara y oportuna de su cambiante perfil, es crucial para calibrar lo que se ha hecho con las políticas sociales  y, sobre todo, para redefinirlas con urgencia si ella crece, con el fin social y ético de mitigarla y, por qué no, erradicarla. La tarea será titánica, quién lo duda, pero impostergable y permanente.

En suma, las causas inmediatas del mayor empobrecimiento de la población mexicana, entre 2008 y 2010, están ubicadas en los precios al alza de los alimentos y en el deterioro generalizado del mercado laboral. Inflación y desempleo están identificados como los factores centrales en este sombrío proceso de decadencia social.

Entre 2008 y 2010 la pobreza mexicana tuvo un ascenso innegable. Hay que destacar del cuadro anexo tres cuestiones:

a).- los 52 millones de pobres del país (46,2% de la población) contados en el año 2010, expresan el crecimiento de la pobreza, que en ese corto periodo registró un ascenso de 3,2 millones de personas, donde la pobreza extrema se mantuvo estable, pero la pobreza moderada sí aumentó en términos en 3,1 millones ;

b).- los casi 22 millones de mexicanos “mejor posicionados” en la escala social reflejan que hubo un crecimiento de tales grupos sociales (población no pobre y no vulnerable);

c).- los grupos vulnerables por carencias sociales, que son ahora 32,3 millones, disminuyeron tanto en términos absolutos como relativos, al tiempo que los grupos vulnerables por ingreso, 6,5 millones en 2010, igual registraron un movimiento ascendente.

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Esos son datos duros y lamentables que obligan a explorar sus causas coyunturales, las que expliquen el incremento súbito y alarmante de los pobres en sólo dos años. Los niveles endémicos de la enorme pobreza acumulada en México han sido analizados por muchos analistas de forma rigurosa y amplia, tanto por sus causas como por sus efectos, y la conclusión es casi igual todos los enfoques adoptados. La pobreza, se señala enfáticamente, ha sido el saldo oprobioso de un crecimiento económico lánguido y errático en las últimas tres décadas; políticas sociales insuficientes y deficientes; y un entramado institucional –político y social- marcado por un corrupción obscena e incontrolable.

La economía mexicana padeció un derrumbe en 2009, producto de la Gran Recesión, que viviera todo el mundo en ese año funesto. Por su excesiva dependencia comercial de Estado Unidos (EE.UU.), la trasmisión fronteriza de la calamitosa situación económica externa a la economía nacional fue de una magnitud tan severa como no se vio en ninguna otra economía latinoamericana. Las ventajas de la integración comercial y financiera con el poderoso norte -puesta en marcha en 1994 a través del TLCAN-, se nos convirtieron en perjuicios y aprietos a la hora del torbellino financiero y productivo surgido en la Norteamérica anglosajona. En este hecho externo mayúsculo está la causa incontrastable y visible del empobrecimiento de millones de mexicanos, que se hizo presente por diferentes canales de contagio, siendo los principales el desempleo y la inflación alimentaria. Revisemos cada uno de estos.

El desplome de las exportaciones mexicanas a los EE.UU. en 2008 fue suficiente para desencadenar una profunda recesión interna en 2009 (mayor incluso que la recesión norteamericana) y, consecuentemente, un menoscabo rápido y demoledor de nuestro mercado laboral. Esta fue posiblemente el factor más importante (por sus alta incidencia) que impulsó la incubación de más pobreza. Los indicadores laborales son diversos y apuntan en esa dirección: menos empleo, mayor desempleo, subocupación creciente y un empleo informal también al alza. La respuesta gubernamental, a través de diversas políticas sociales diseñadas desde hace años, fueron insuficientes y deficientes en relación al tamaño del desafío social y económico que se presentó repentinamente. Los datos duros de pobreza aquí  señalados demuestran que fue fallida la respuesta convencional del gobierno calderoniano en estas circunstancias extraordinarias, justamente en esos años dos críticos. Sin embargo, dicen algunos, sin esas políticas sociales las “cosas pudieron haber sido peores”. No, pues sí… diría Perogrullo.

Hay que destacar que, en el entorno macroeconómico emergente, en la esfera gubernamental y en el mismo banco central sí se pusieron en marcha medidas de política económica contra cíclica, pero que no alcanzaron la altura de la recesión en marcha. Con el apotegma de privilegiar la estabilidad monetaria sobre cualquier otra meta económica, ambas instituciones incurrieron en el error de auto limitarse. Los costos sociales de esta estrategia económica emergente, congruente con la línea histórica del liberalismo dominante en tres décadas, fueron elevados y punzantes: 3,2 millones más de pobres entre 2008 y 2009. Por si fuera poco el derrumbe del mercado interno, las remesas provenientes de EE.UU. tuvieron un decremento significativo en 2008: sus hogares receptores sufrieron directamente las consecuencias de la recesión norteamericana. Y un dato relevante: este golpe fue más duro en los estados más pobres (con menor producto per cápita), pues en ellos las remesas, en  relación a su PIB local, tienden a ser más elevadas. Así, en estos años de “vacas flacas” parece que se desarrollaron más las desigualdades entre los estados, además de las mayores desigualdades sociales provocadas por esa nueva pobreza.

El segundo factor que incidió notablemente en este empobrecimiento masivo y repentino de la población mexicana, además de lo sucedido en el mercado laboral, fue la inflación alimentaria del 2008, que impulsó obviamente la inflación general. La canasta alimentaria, que tiene una importancia determinante en los grupos de menores ingresos -que son la mayoría social-, sobrellevó un fuerte aumento, producto de una inflación importada. En efecto, durante 2008 hubo aumentos sin un precedente cercano en “los precios internacionales de las materias primas alimenticias, metálicas y energéticas” que repercutieron directa e inmediatamente en la inflación interna, agravada –dicho sea de paso- por la inestabilidad cambiaria que ocurrió a partir de septiembre de ese mismo año, como lo señaló el banco central en su informe anual de ese año.

En suma, las causas inmediatas del mayor empobrecimiento de la población mexicana, entre 2008 y 2010, están ubicadas en los precios al alza de los alimentos y en el deterioro generalizado del mercado laboral. Inflación y desempleo están identificados como los factores centrales en este sombrío proceso de decadencia social.

La estabilidad monetaria oficial pregonada -medida por los precios al consumidor- hay que verla ya no sólo como una condición necesaria -pero insuficiente- para detonar el crecimiento requerido para atenuar los desafíos sociales de hoy y de mañana.. También hay que considerarla quizá como una medida poco satisfactoria para evaluar efectivamente el efecto inflacionario en el bienestar de las familias. Hay que ponerle más atención a las otras medidas alternativas de la inflación, en particular a las que reflejan el consumo de las familias pobres, y más aún cuando se atraviesa por una crisis económica.

Es inequívoco que la mayor incidencia del desempleo en la nueva pobreza mexicana implica poner en el centro de la discusión política y social las medidas de política económica de largo plazo que permitan revertir de modo sostenido el desempeño económico lánguido y errático del país en las últimas tres décadas.

Una exigencia ciudadana que hoy debe atender la clase política es la de los temas que tienen que estar obligadamente en la contienda electoral que México tendrá en los siguientes meses son: pobreza, desigualdad y exclusión social. Los problemas nacionales no se agotan con este paquete explosivo, por supuesto, pero sin él no tendrá sentido hacer propuestas para resolver otros desafíos candentes. La violencia del narco y sus daños colaterales inexorables, desatada por la guerra del presidente Calderón, es uno de ellos.