Con el fin de contener las secuelas de la peor crisis de salud de los últimos 100 años a nivel mundial, los gobiernos y políticos de todo el mundo adoptaron, durante 2021, enormes programas de ayuda económica para mejorar las condiciones financieras, a través de políticas monetarias generosas, y suplir la falta de demanda con abundante gasto público. En general, estos esfuerzos dieron frutos.

Sin embargo, para 2022, prevemos un cambio hacia un mundo que esté basado en los propios recursos y que guiará a la economía mundial a recuperar la forma. En ese sentido, la demanda final está resurgiendo y los sectores más afectados se están normalizando.

En otras palabras, el recuperar la forma es depender menos del apoyo público y más de los propios recursos, es decir, escollos, oportunidades tácticas y rendimientos ajustados en adelante.

En ese contexto, esperamos que el gasto de capital siga favorable, ya que las grandes ganancias en productividad y el bajo nivel de costos de financiación fomentan la inversión. En segundo lugar, la reposición de inventarios mantendrá viva la demanda final. Tercero, la activación de la demanda acumulada sustentará el consumo.

Esta nueva normalidad traerá nuevas políticas. La primera de ellas es la política monetaria, que ha empezado a preparar la economía para un apoyo menos generoso, mientras que el gasto fiscal tampoco alcanzará los niveles extremos que se vieron durante la pandemia.

La inflación también se verá influida por esta nueva normalidad. Cabe recordar que uno de los principales dolores de cabeza en 2021 fue la subida de las tasas de la inflación cuando los consumidores y productores buscaron una nueva normalidad pospandemia. En medio de ese escenario, 2022 traerá respuestas más claras y duraderas. Seguimos pensando que lo más probable es que la inflación es 80% transitoria y 20% permanente y 0% autogenerada, es decir, los precios no seguirán subiendo con tanta fuerza como en 2021, pero no volverán a los niveles previos a la crisis o la inflación se ralentizará sin caer a los niveles previos a la crisis.

A esto se suma la extraordinaria solidez que tuvo el dólar durante 2021. Las razones de esta fortaleza del dólar fueron la incertidumbre por la pandemia, en particular en los mercados emergentes, y el auge de la inflación que mantuvo a raya a las divisas. Lo más impresionante fue el movimiento de los fundamentales durante la subida de la inflación en verano. En 2022 veremos que esta situación persistirá hasta el momento en el que se produzca un repunte general del apetito por el riesgo.

Lo más probable es que haya que contar con los mercados emergentes, donde el resurgimiento del apetito por el riesgo puede demorar por el acceso limitado a las vacunas para contener la pandemia y al capital internacional para fomentar el gasto público.

En 2022, el contexto es más complicado para los mercados de renta variable, ya que la dinámica de los beneficios y la economía mundial se ralentizarán desde los máximos actuales y los bancos centrales retirarán poco a poco su apoyo normativo. Prevemos que los rendimientos serán más normales (en comparación con los promedios históricos) que en 2020-2021.