¡Sálvese quien pueda! parecía ser el lema de los gobiernos europeos al principio de la crisis del coronavirus. Sin ninguna coordinación, cada país dictó medidas propias sin siquiera informar a sus vecinos. El resultado fue una mezcla de reglas y recomendaciones. El resultado fue la pérdida de control a nivel nacional y, sobre todo, europeo. Hasta ahora, la Comisión Europea en Bruselas comprendió que la credibilidad y el futuro de Europa están en juego.
Lo primero que se extravió en el camino fue la solidaridad, como siempre en tiempos de crisis. Italia, el primer y más afectado país, tuvo que pasar por la amarga experiencia de que justo Alemania detuviera la exportación de suministros médicos. Esto condujo, con razón, a una fuerte disputa entre los ministros de salud de la UE. Esto fue una muestra de miserable egoísmo nacional frente a los problemas del vecino al sur de los Alpes.
China ya se está aprovechando de los errores de Europa
Francia, por cierto, se comportó de manera similar, de modo que París y Berlín abrieron directamente la puerta a una campaña de propaganda del régimen de Pekín, que mandó médicos y material a Italia como un acto de presunta solidaridad.
La recaída en el pensamiento nacionalista termina a más tardar con las consecuencias económicas: hace mucho tiempo que Europa se ha integrado tanto, que solo podemos superar la amenaza de la recesión trabajando juntos.
Así que el mensaje político a todos los antieuropeos y populistas es: cuando las cosas se ponen graves, el mundo está de su lado. ¿Por qué no se le ocurrió a nadie en Bruselas o Berlín llamar a Roma y ofrecer ayuda? Los medios de comunicación han informado en detalle sobre la situación de los hospitales italianos, las medidas de emergencia y las calles desiertas. Así que no digan que no sabían lo que estaba sucendiendo allí.
Recien ahora la Comisión Europea ha emprendido una operación de adquisición conjunta de equipo médico. Recién ahora hay videoconferencias diarias entre los ministros de Salud y contactos regulares entre los jefes de gobierno para intercambiar y coordinar sus planes. Hasta ahora, los gobiernos habían actuado erráticamente, al parecer, solo con sus electores en mente.
Una cosa está absolutamente clara: o en Europa logramos juntos contener el coronavirusy mitigar las consecuencias económicas de la crisis, o fracasaremos por separado. Los cierres espontáneos de las fronteras son un ejemplo de ello. Un portavoz en Bruselas lo expresó de manera diplomática: hay dudas sobre su utilidad, porque el virus ha estado por mucho tiempo en todas partes de la UE. Todo lo que hace es causar interminables atascos de camiones y bloquear el flujo de mercancías. Si se quiere cerrar deliberadamente determinadas regiones, hay que organizarlo adecuadamente para que puedan seguir circulando las mercancías para el abastecimiento de la población y la mano de obra necesaria.
El mercado interno no debe colapsar
Si el mercado interno europeo se derrumba, habrá cuellos de botella en los supermercados. Y entonces los gobiernos serán culpados de mentir por haber jurado que no era necesario acumular alimentos. La recaída en nacionalismos y el interés propio dentro de unas fronteras que se habían vuelto imaginarias puede que tranquilicen a los votantes menos astutos, pero en este caso se logra exactamente lo contrario.
Lo mismo vale para las medidas de protección de la población: si la mayoría de los gobiernos de la Unión Europea consideran acertadas las medidas de aislamiento social, el cierre de restaurantes, tiendas, escuelas, etc., éstas serán más útiles si se introducen de manera coordinada. Cuanto más se pueda frenar la propagación del coronavirus en Europa, mayores serán las posibilidades de los sistemas nacionales de salud.
Los nacionalismos tendrán consecuencias negativas
La recaída en el pensamiento nacionalista termina a más tardar con las consecuencias económicas: hace mucho tiempo que Europa se ha integrado tanto, que solo podemos superar la amenaza de la recesión trabajando juntos. No es una opción dejar que Italia u otro país se hunda. Eso lo tiene que entender hasta el nacionalista más obstinado. La unión es lo que hace de Europa el bloque económico más fuerte del mundo, y será decisiva en los próximos meses. Un país solo es una gota en el océano. Ya no podemos permitirnos perder más tiempo ante la rápida propagación del coronavirus. Cada día cuenta.
Como remedio contra el miedo, la política sólo puede usar la razón y la cohesión. Y esto no es una apelación moral, sino un llamado convincente a la acción conjunta. Está claro que después del coronavirus el mundo no será el mismo de antes. Debemos reconocerlo.