Si revisamos la historia de la humanidad, los efectos de las crisis nunca han sido neutrales en materia de género, y la actual crisis producida por el COVID-19 no es la excepción. Si bien todas las personas estamos enfrentando dificultades a nivel económico, laboral y emocional, de los estudios y análisis realizados se advierte que la actual crisis sanitaria, económica y política que atraviesa nuestro país ha obligado a una gran cantidad de mujeres emprendedoras a poner un alto sus negocios, a volver al trabajo de hogar no remunerado y, en muchos casos, a estar expuestas a episodios de violencia intrafamiliar. En consecuencia, es evidente que existe un alto riesgo de que las desigualdades de género existentes antes de la pandemia se profundicen. Si analizamos data relevante, advertimos que del total de población con empleo al cierre de 2020, el 65,9% son hombres y solo el 34,1% son mujeres. El índice de empleo en el 2020 disminuyó 23,6% en el colectivo de hombres y 32,2% en el colectivo de mujeres.

En cifras absolutas, desafortunadamente 3,6 millones de mujeres quedaron sin empleo en Perú. Las personas que no pueden acceder a un empleo o que están fuera del sector financiero se encuentran sustancialmente limitadas para satisfacer sus necesidades sociales y económicas básicas, quedando atrapadas en la pobreza y en la informalidad.

En este entorno, la inclusión financiera se convierte en una herramienta (social, política, económica y, sobretodo, moral) mucho más necesaria, pues, a diferencia de otros eventos climáticos o desastres naturales que han ocurrido en nuestro país y en la región, esta crisis no ha generado la destrucción de activos sino la de oportunidades laborales y de emprendimiento de negocios. Por consiguiente, para superar los efectos de la crisis es imprescindible generar  acceso al crédito y crear incentivos para que las entidades financieras acompañen en la reactivación de los emprendimientos y colaboren en la canalización de los programas de ayuda social del gobierno.

La inclusión financiera es, pues, pieza fundamental para la reactivación económica y sobre todo para lograr un modelo económico de crecimiento inclusivo y sostenible.  Sin embargo, las cifras que muestra Perú no son alentadoras, aun cuando en los últimos cinco años se ha registrado un importante avance en términos de bancarización, el nivel de inclusión financiera en nuestro país sigue siendo bajo y con problemas de acceso al sistema financiero. Del universo de peruanos que cuentan con al menos un producto en el sistema financiero, 46% son mujeres y 53% de hombres. Solo cuatro de cada 10 peruanos cuenta con una cuenta de ahorro en el sistema financiero. La población incluida financieramente, antes de la pandemia, estaba conformada por 51,1% de hombres y 48,9% de mujeres (ENAHO, 2019). A la fecha, existen cientos de miles de mujeres sin acceso a créditos y sin la posibilidad de contar con financiamiento que las apoyen y permitan impulsar sus emprendimientos para mejorar su calidad de vida, la de sus familias y sus comunidades.

Todas estas cifras nos demuestran que la inclusión financiera de las mujeres es un factor fundamental no solo por la necesidad de reactivar la económica de nuestro país, sino también porque el hecho de emprender un negocio es una herramienta para lograr independencia y autonomía económica, aumentar los recursos y tener la capacidad de tomar decisiones que las beneficien junto a sus familias y comunidades. Estas cifras nos demuestran que nuestro país no puede avanzar sin reconocer las disparidades a las que se enfrentan millones de mujeres. Pero también nos demuestran la increíble oportunidad para actuar, para unir fuerzas y construir una nueva y mejor realidad, sin dejar que nadie se quede atrás.

*Es profesora del Programa de Liderazgo para Mujeres Ejecutivas la PBS