En un experimento se encuestó a ciudadanos europeos sobre su actitud frente a los inmigrantes, dividiendo a los encuestados en tres grupos. Luego se les vuelve a encuestar sobre el mismo tema, pero al primer grupo no se le brinda información adicional (constituyendo el denominado “grupo de control”). Al segundo grupo se le brinda información verdadera sobre la inmigración que contradice las opiniones expresadas previamente por una mayoría de encuestados (por ejemplo, sobre la proporción de la población total que representan). Al tercer grupo se le brinda información sobre las condiciones adversas dentro de las cuales transcurre la vida cotidiana de un inmigrante de bajos ingresos que realiza largas jornadas de trabajo (estos dos últimos son los denominados “grupos de tratamiento”, en los cuales se introduce algún cambio respecto a las condiciones iniciales). Aunque la información verdadera sobre la inmigración tiene algún efecto sobre las percepciones del segundo grupo, el mayor cambio se produce en el tercer grupo. Es decir, el tipo de información que tuvo mayor efecto sobre las percepciones de los encuestados no fue el que provee únicamente datos objetivos, sino aquel que nos narra la vida cotidiana de un inmigrante.

Ese hallazgo es común a múltiples investigaciones contemporáneas. Dado que el discurso en Europa contrario a la inmigración apela a emociones como el miedo (v., los inmigrantes nos quitan el trabajo, nos roban, amenazan nuestra identidad cultural), la información que apela únicamente a la razón tiene una capacidad limitada de persuasión. Los encuestados del tercer grupo, en cambio, recibieron información que, además de apelar a su razón, apeló a su capacidad de empatía. Es decir, también apeló a las emociones de los encuestados, pero generando una actitud positiva hacia los inmigrantes. 

Creo que algo similar ocurrió con la cobertura de las protestas recientes en Perú. El diario estadounidense The New York Times mostró en primera plana la foto del funeral de una de las víctimas mortales. El diario español El País, por su parte, recabó el testimonio de diversos manifestantes, señalando en el subtítulo de la nota: “Estas son sus razones para quejarse”. A su vez, la agencia británica Reuters consiguió el video de una cámara de seguridad en Ayacucho que muestra al mecánico Edgar Prado a unos pasos de su casa, caminando en dirección opuesta a los manifestantes, para auxiliar a un herido cuando recibió el impacto de bala que le causó la muerte.

Los principales medios masivos nacionales virtualmente no brindaron ese tipo de información salvo, en algunos casos, mencionar el video conseguido por Reuters. En lugar de ello esos medios, en general, se limitaron a brindar la versión oficial de los hechos. Esta contenía información que, siendo falsa, no fue cuestionada (como que el MRTA, una organización que dejó de existir hace más de 20 años, era responsable por los actos de vandalismo ocurridos durante las manifestaciones).

Como en el caso de la inmigración en Europa, existen respecto a las protestas en Perú narrativas en conflicto que buscan apelar a las emociones de su audiencia para servir a un propósito político. Lo preocupante en el caso peruano es que la mayoría de los medios masivos editorializaron a través de su cobertura informativa, y la información que uno habría esperado encontrar en ellos solo parecía disponible en medios del extranjero o en medios electrónicos alternativos. Porque, si bien hubo violencia criminal organizada durante las protestas, esta no agotaba sus motivaciones y alcances. Por ejemplo, según encuesta de Ipsos, contra lo que fue la intención inicial tanto del ejecutivo como de la mayoría del Congreso, 85% de los peruanos deseaban un adelanto de las elecciones generales. Y, como demuestra el caso de Edgar Prado, no todas las muertes durante las protestas se produjeron en aplicación de las reglas oficiales de enfrentamiento.