Las imágenes que nos llegan del norte de Italia son terribles: los camiones militares llevan de noche los ataúdes con las víctimas de la epidemia del coronavirus lejos de Bérgamo, la zona cero del horror de estos días. A veces recorren cientos de kilómetros hacia otras ciudades, porque el crematorio local ya no es capaz de incinerar a tantos muertos. Incluso la muerte ha sobrecargado a la región.
Día tras día, nuevas y horribles cifras de víctimas vienen de Italia: 427, 627, 793, cientos de vidas perdidas cada día. Residencias de ancianos se vacían completamente y pueblos en los valles de las estribaciones alpinas pierden la mitad de su población. Médicos y enfermeras mueren, así como docenas de sacerdotes que atendían a los enfermos. La muerte hace estragos en Italia y muchos sospechan o temen que la pesadilla continúe.
¿Por qué?
El mundo está en "shock". Estamos viendo imágenes de los medios y experimentando cosas que hubiéramos pensado completamente imposibles hace solo una o dos semanas. Hay pocas comparaciones históricas que vienen a la mente, una de ellas es el tsunami de 2004 en el sudeste asiático, que mató al menos a 230.000 personas.
Las estadísticas: 427, 627, 793. Cada uno de ellos una vida esencial. Las cosas seguirán así, en muchos países, durante semanas. Tendremos que soportarlo juntos y protegernos unos a otros. Debemos volver a aprender el valor de la vida.
No obstante, tal vez debido a lo inquietante del acontecimiento en su tiempo, el terremoto de Lisboa de 1755, con 60.000 víctimas, es aún más similar. Aunque el mundo continuó después su camino hacia la modernidad, la creencia en el progreso había desaparecido; el optimismo de esa época dio paso a la desesperación. La pregunta de "¿por qué?" atormentó a muchos durante un largo tiempo. Lisboa fue un punto de inflexión de época para muchos historiadores, filósofos, eruditos literarios y teólogos.
Y como lo hizo la gente en 1755, hoy también tendremos que hacer un balance de nosotros mismos, de nuestros principios y de las cosas que consideramos evidentes hasta ahora, de nuestras nociones de solidaridad, de nuestros límites. Y cualquiera que hable de estos horrores como un castigo divino está volviendo a la mera tradición, de hecho, al fundamentalismo.
La muerte está aquí
Los camiones militares llenos e ataúdes crean una imagen que es difícil de sacudir. Todo el mundo está horrorizado. Y es comprensible que los médicos italianos o los políticos alemanes invoquen lo mismo: #QuedateEnCasa, #FlattenTheCurve. ¡Hagan espacio el uno para el otro! ¡Congelen su vida cotidiana! ¡Retrasen las infecciones! Las imágenes y escenas que vemos sirven como advertencia: ¡tómate estas apelaciones en serio! Y están en lo correcto.
Pero toda esta conversación distrae rápidamente del drama en sí: la muerte está aquí entre nosotros. Esa muerte que nosotros en Occidente hemos dejado en un segundo plano en una era sin límites, una era de fachadas doradas y de récords siempre nuevos.
Los camiones militares llenos de ataúdes representan que hay un país en guerra contra un enemigo invisible. Y las víctimas son a menudo los viejos y los más débiles. Quien conoce Italia recuera los rostros amables y abiertos de los italianos. Incluso los pueblos más pequeños tienen su propio cementerio en donde se celebra religiosamente en familia la muerte y la memoria. Ahora las personas mueren a solas y son enterradas del mismo modo. Una vez que se acabe la crisis del coronavirus, el recuerdo desafiará al país y tal vez incluso lo abrume en el dolor. Y dependiendo del curso de los acontecimientos, esta memoria desafiará a toda Europa.
Las estadísticas: 427, 627, 793. Cada uno de ellos una vida esencial. Las cosas seguirán así, en muchos países, durante semanas. Tendremos que soportarlo juntos y protegernos unos a otros. Debemos volver a aprender el valor de la vida.