Chris Argyris y Donald Schön (1974) desarrollaron dos conceptos importantes para ayudarnos a entender las organizaciones y el rol de los líderes en ellas: la teoría esposada o proclamada y a la teoría en uso.
Si considerarnos un país como una macro organización y a los gobernantes como los principales agentes, podemos imaginar la profunda divergencia que a veces ocurre entre lo que es pensado y prometido y la acción. Porque en la práctica del gobernar se verifica que:
1.-los agentes políticos no desarrollan con la sociedad civil y con los ciudadanos una definición de propósitos mínimos;
Hacer la conciliación entre la política de la imagen y la política consistente para revitalizar el espacio democrático y la representación política en orden a un desarrollo más justo, debe constituir el punto de honra en la agenda política.
2.-cambiar percepciones puede denotar un señal de flaqueza;
3.-el mantenimiento de una apariencia objetiva, intelectual, basada en mapas mentales que en la grande mayoría son diferentes do que proclaman honestamente ser sus convicciones;
4.-no hay cuestionamiento a las prácticas, ya que permanecen anquilosadas en modelos mentales, siendo necesario un aprendizaje en “double-loop”, como preconiza Argyris;
5.-la inexistencia de un amor por la verdad y la apertura a los otros;
6.-la no existencia de una visión compartida en que las visiones corporativistas estén alineadas para generar y disfrutar de las sinergias, de la inteligencia colectiva y la diversidad en la sociedad.
La ausencia de coherencia entre el discurso y acción genera desconfianza, desmotivación y baja credibilidad de los agentes políticos. Cuando eso acontece, los resultados para los ciudadanos y para los países son menos confortables, ya que uno de los roles de un líder es inspirar a otros.
Actualmente, la idea de progreso de los pueblos tiene que ser cada vez más analizada en relación a las problemáticas relacionadas con la sustentabilidad del desarrollo, del medio ambiente; con el agravamiento de las desigualdades y la necesidad de responder a nuevos desafíos impregnados de más justicia distributiva y a la organización del mercado.
El desarrollo exige un esfuerzo y un compromiso práctico no solo de los operadores económicos, sino también de hombres y políticos sensibles al bien común.
La dignidad en política es posible, pero implica practicar un bien común que solo es posible si existe una coherencia entre el discurso y la acción. Hacer la conciliación entre la política de la imagen y la política consistente para revitalizar el espacio democrático y la representación política en orden a un desarrollo más justo, debe constituir el punto de honra en la agenda política.