Un equívoco habitual al juzgar a la derecha radical contemporánea es creer que los partidos de esa orientación ideológica son aliados naturales. En realidad, lo suyo es una alianza táctica contra rivales comunes: el “globalismo” liberal, la Unión Europea, el islamismo y la izquierda en todas sus variantes. Pero comparten rivalidad con ellos precisamente por el carácter transnacional de su convocatoria, por oposición a la soberanía nacional que la derecha radical reivindica como un valor supremo. Y el rival histórico de virtualmente todo nacionalismo suele ser otro nacionalismo.
Así, por ejemplo, el proteccionismo de Trump no paró mientes en sus afinidades ideológicas con Bolsonaro (puesta de relieve por su excanciller, Ernesto Araújo), al anunciar en 2019 aranceles punitivos contra las importaciones de acero y aluminio procedentes de Brasil. Matteo Salvini (líder de la derecha radical italiana) coincide con su par húngaro, Viktor Orban, en la defensa de la soberanía nacional frente a la primacía del derecho comunitario que propicia la Unión Europea. Pero, simultáneamente, ambos fueron rivales cuando se debatía la necesidad de reasentar refugiados en Europa (Italia era el principal país receptor de inmigrantes en busca del estatus de refugiados, pero el gobierno húngaro se negó a recibir alguno de ellos). Y los nacionalistas rusos y ucranianos tienden a compartir una ideología de derecha radical, pero eso no impide que se perciban mutuamente como enemigos irreconciliables.
Menciono lo anterior porque estamos ad portas de presenciar una reedición de ese equívoco en Perú. Si es usted un conservador peruano que expresa simpatías por la candidatura de José Antonio Kast en Chile, le advierto que este no le devolverá el favor. En el plan de gobierno de su partido, por ejemplo, bajo el acápite “Recuperemos Chile: Plan para detener la Invasión Migrante Ilegal”, se dice explícitamente lo siguiente: “Exigir a los Gobiernos de Bolivia, Perú y Argentina que refuercen sus fronteras y se hagan cargo de las caravanas de migrantes ilegales que provienen de sus territorios y que terminan en Chile por su negligencia y falta de control”. Y, por si hiciera falta, el propio Kast ratifica esa posición a través de un tuit que dice lo siguiente: “Bolivia, Perú y Argentina se lavan las manos. Los países vecinos (sic) tienen que frenar las caravanas de inmigrantes ilegales #invasión migrante”.
Tal vez no recuerde haber visto imágenes de esas “caravanas de inmigrante ilegales” ingresando a Chile desde Perú. Y no las vio porque jamás existieron: los inmigrantes de los que habla Kast ingresaron a Chile desde Bolivia. Se preguntará entonces qué tiene que ver Perú con eso. Dejemos que el propio Kast se lo explique: en declaraciones que recoge CNN Chile señala que “estas personas pasan por sus territorios viniendo a Chile y debiendo ser detenidos en la frontera de Perú con Ecuador, o en la frontera de Perú con Bolivia”. Es decir, pretende aleccionarnos sobre nuestra presunta negligencia al custodiar nuestras fronteras, no con Chile, sino con Bolivia y Ecuador, y lo hace sin brindar evidencia de que tal negligencia exista. En esas mismas declaraciones Kast propuso construir una zanja en partes de la frontera con Bolivia: si algo sabemos de la construcción de obstáculos físicos en las fronteras, es que suelen desviar el flujo de inmigrantes hacia nuevas rutas. Pero, en lugar de admitir el fracaso de la iniciativa, lo probable es que ese hecho se convierta en argumento para ampliar esas construcciones a otras zonas fronterizas.
A propósito, Kast es, junto con dirigentes de los partidos peruanos Fuerza Popular, Avanza País, y Renovación Popular, uno de los firmantes de la Carta de Madrid, documento promovido por el partido español Vox (cuyo principal dirigente sostiene, literalmente, que los conquistadores “pusieron fin al genocidio indígena”, trayendo consigo “el imperio de los derechos humanos").