Se cumplen diez años del inicio de la invasión y ocupación de Irak en 2003, y algunos de sus autores intelectuales continúan defendiendo ambas cosas (por ejemplo, el ex vicepresidente Dick Cheney, o el ex primer ministro Tony Blair). Dado que la distancia en el tiempo podría tornar nebulosa la memoria de los hechos, es necesario recordarlos una vez más.
La invasión de Irak no cumplió con los requisitos que la Carta de la Naciones Unidas establece para que el uso de la fuerza sea legal: la “legítima defensa, individual o colectiva, en caso de ataque armado”, o la autorización expresa del Consejo de Seguridad de la ONU. Es decir, la invasión fue ilegal bajo el derecho internacional.
Podría alegarse que, independientemente de cual haya sido su propósito declarado, la invasión y ocupación de Irak puso fin a una de las dictaduras más despiadadas del mundo. Eso es absolutamente cierto, pero no es toda la verdad relevante.
Dado el esfuerzo por racionalizar retrospectivamente la invasión (Blair cita la guerra civil siria como ejemplo de lo que podría haber ocurrido en Irak, de no haber mediado una intervención), es necesario recordar la verdadera razón esgrimida por el gobierno de Bush para justificarla: “el peligro es claro: el uso de armas químicas, biológica o, algún día, nucleares, obtenidas por organizaciones terroristas con la ayuda de Irak (…). Las organizaciones y Estados terroristas no revelan estas amenazas con la debida anticipación, en declaraciones formales –por lo que responder a esos enemigos sólo después de un ataque no sería defensa propia: sería un suicidio. La seguridad del mundo requiere desarmar a Saddam Hussein hoy”.
Como sabemos por la investigación de la comisión designada por el propio gobierno estadounidense, el régimen de Hussein ni poseía armas de destrucción masiva, ni intentaba fabricarlas cuando Irak fue invadido. Y el régimen iraquí no mantenía vínculo alguno con Al Qaeda, organización que fue si acaso una beneficiaria involuntaria de la invasión. Así, según Fareed Zakaria, el 80% de los atentados suicidas ocurridos a nivel mundial, entre 2003 y 2008, tuvieron lugar en tan sólo dos países: Afganistán e Irak (es decir, los dos países que Estados Unidos invadió y ocupó para combatir a Al Qaeda tras el 11 de Septiembre de 2001).
Podría alegarse que, independientemente de cual haya sido su propósito declarado, la invasión y ocupación de Irak puso fin a una de las dictaduras más despiadadas del mundo. Eso es absolutamente cierto, pero no es toda la verdad relevante. Lamentablemente es difícil saber quién hizo más daño a los civiles iraquíes. Las estimaciones sobre el número de muertes atribuibles al régimen de Hussein fluctúan entre 250.000 y cerca de un millón (la cifra menor es de Amnistía Internacional, la mayor del diario New York Times, aunque cabe aclarar que las distintas estimaciones se basan en fuentes y criterios de cálculo totalmente diferentes, lo cual hace que no sean comparables). Pero habría que añadir que algunas de las peores atrocidades cometidas por el régimen de Hussein (por ejemplo, la campaña de Al Anfal), fueron perpetradas cuando este recibía el respaldo de la OTAN durante su guerra contra Irán.
Prueba de ello es la visita a Hussein del enviado especial del presidente Reagan, el mismo día de 1984 en el que las Naciones Unidas hacían público un reporte documentando el empleo de armas químicas por fuerzas iraquíes contra soldados iraníes (armas que el régimen iraquí recibía, entre otros, de países miembros de la OTAN, y que en 1988 uso contra civiles iraquíes sin causar mayor conmoción entre sus proveedores). El enviado especial en cuestión era Donald Rumsfeld, quien como Secretario de Defensa durante la invasión de 2003 mostrara frente a las atrocidades de Hussein la indignación moral que estas no le provocaron mientras se cometían.
Por lo demás, las sanciones económicas contra Irak entre 1991 y 2003, y la invasión y ocupación de ese país, a partir de 2003, causaron sobre la población civil estragos comparables a los causados por el régimen de Hussein. Sobre las sanciones, la Directora Ejecutiva de la Unicef, Carol Bellamy, sostenía con base en un estudio de esa entidad que, “de haber continuado durante los 90 la reducción substancial en la mortalidad infantil que se produjo en Irak durante la década de los 80, se habrían producido medio millón de muertes menos entre niños menores de cinco años de las que se produjeron en el país entre 1991 y 1998”.
En cuanto al período posterior a la guerra de 2003, un estudio realizado por investigadores de la Universidad John Hopkins, para la revista médica “Lancet”, estimó en más de 600.000 el número de personas muertas como consecuencia directa o indirecta de la invasión y ocupación de Irak tan sólo entre 2003 y 2006. La mayor paradoja respecto a ese estudio fue que mientras George W. Bush y Tony Blair lo cuestionaban en forma estentórea, daban por buena la cifra de 200.000 muertes en Darfur que obtenían de un reporte similar publicado en la misma revista.