El pasado no se puede cambiar. El futuro sí. Para ello hay que hacer las cosas de otra manera e invertir tiempo, dinero y esfuerzo. Invertir en revertir. Ese es el único camino para frenar el calentamiento del planeta. Debemos invertir para cambiar los procesos y modelos de producción que nos acompañan desde hace siglos y sustituirlos por otros de menor intensidad energética y más resiliencia. Como recordaba hace unos días las Naciones Unidas, en la lucha contra el cambio climático el tiempo se agota: los países deben multiplicar por cinco sus esfuerzos para revertir la tendencia actual, que incrementaría la temperatura del planeta 3,2 puntos por encima de los niveles preindustriales, y no por debajo de los 2 grados Celsius, como se fijó en el Acuerdo de París.

Para invertir y revertir esta tendencia surgieron los bonos verdes como fórmula para financiar proyectos medioambientales. Hoy se han convertido en el activo estrella de la financiación sostenible. El saldo vivo total supera los 520.000 millones de dólares, según datos de Climate Bonds Initiative (CBI). Y aunque en la recta final de 2018 las emisiones aflojaron, este año han vuelto a coger brío. CBI augura un récord de emisiones de bonos verdes tanto este año -la cifra final podría alcanzar los US$250.000 millones- como para 2020, hasta US$400.000 millones. Los bonos verdes han registrado un crecimiento cuantitativo y cualitativo, con la constante llegada de nuevos emisores y sectores, además de altas dosis de innovación.

El pasado junio, Chile saltó al mercado con la primera emisión de bonos verdes de un Estado soberano en América Latina que, además, tuvo una gran acogida: la demanda superó 12,8 veces la oferta. La emisión contó con un tramo dual, primero en dólares y luego en euros, por un total de US$2.400 millones, que ayudarán a mejorar la eficiencia energética, impulsar un sistema de transporte más limpio, edificios públicos sostenibles, energías renovables y una gestión más eficiente de los recursos naturales.

La operación de Chile impulsa el mercado de bonos verdes en América Latina y el Caribe, hasta ahora dominado por Brasil y México. El 2019 ha sido muy positivo para la región: hasta septiembre se han emitido bonos verdes por US$4.600 millones, el triple que en 2018. El saldo acumulado se eleva a US$13.600 millones emitidos por ocho países: México, Costa Rica, Colombia, Brasil, Perú, Argentina, Chile y Uruguay. Colombia y Perú esperan lanzar nuevas emisiones en 2020. A la fecha, cada país ha desarrollado un perfil diferente: mientras en Brasil predominan las emisiones de las empresas y en Colombia, las del sector financiero, en México destacan los bancos de desarrollo, y en Argentina, los gobiernos locales. El sector de energía ha sido el más activo -absorbe la mitad de las emisiones de América Latina y el Caribe-, especialmente en energías renovables: eólica y solar. Se espera que el sector de infraestructura tome el relevo en el futuro.

El pasado junio, Chile saltó al mercado con la primera emisión de bonos verdes de un Estado soberano en América Latina que, además, tuvo una gran acogida: la demanda superó 12,8 veces la oferta.

Pero volvamos al mercado global para hablar de la innovación y de las tendencias que se observan. Una novedad que se ha extrapolado de los préstamos a los bonos son las emisiones en las que la rentabilidad para los inversionistas aumenta o disminuye de acuerdo con la consecución de determinados objetivos sostenibles. Esta es la fórmula que adoptó la empresa italiana Enel en su emisión el pasado septiembre por US$1.500 millones: la eléctrica pagará un cupón mayor a los inversores si no consigue su objetivo de que la capacidad renovable instalada supere en 2021 el 55% del total. Seguro pronto veremos más operaciones de este tipo.

Otra tendencia interesante son los llamados bonos de transición, que tienen como objetivo precisamente financiar la transición hacia empresas y economías descarbonizadas. Destaca también la creciente especialización hacia nichos concretos, como los bonos azules emitidos por las Islas Seychelles para preservar y proteger los océanos o los bonos forestales que lanzó la ciudad de México. Tenemos, además, innovadoras estructuras y productos financieros, como las titulizaciones hipotecarias de Freddie Mac para financiar edificios eficientes en consumo de energía y agua, o los de financiación de proyecto, como el de las plantas de energía solar El Naranjal y Del Litoral en Uruguay, estructurado por BID Invest. En la colocación también hay innovación, como las emisiones de la eléctrica austriaca Verdund y, más recientemente, la realizada por BBVA para Mapfre, ejecutadas íntegramente con tecnología blockchain.

Innovación no va a faltar. Tampoco faltarán emisores, ya que la lucha contra el cambio climático no es algo que afecte solo a las industrias contaminantes. De una manera u otra, todos estamos involucrados. Desde el punto de vista de la demanda, solo cabe constatar que los inversores muestran creciente apetito por unos activos que, además de rentabilidad financiera, les permitan contribuir en la construcción de un planeta más sostenible. Están todos los ingredientes necesarios para, entre todos, revertir lo que todavía estamos a tiempo de evitar.