No me soprende el ya seguro final del Partido Unionista, sino las circunstancias y razones por las cuales se produjo: como consecuencia indirecta e inesperada de la salida del licenciado Víctor Mansilla del cargo de superintendente de Bancos. Esto produjo extrañeza a nivel interno, pero al mismo tiempo malestar en las altas esferas de instituciones económicas mundiales, porque no les pareció creíble la trillada explicación de “razones personales”. El gobierno guatemalteco se vio obligado a mirar alrededor en búsqueda de una persona con las cualidades de conocimiento técnico y de experiencia política, así como de seriedad y de tener la voluntad de no ceder ante presiones. Es ahí donde aparece la figura de José Alejandro Arévalo Alburez.

Esta candidata se facilita porque llena los requisitos. Pero además, al aspirante le otorga una buena oportunidad: salir de un partido cuyas características lo convierten en alguien cuyo único derecho es acatar sin chistar la constante arbitrariedad de Álvaro Arzú. De hecho, ser parte del equipo arzuísta es el único pero visible de Arévalo Alburez. Ante la disyuntiva de poder servir al país en el campo de su especialidad, y continuar con el deslucido papel de “jefe de bancada del Partido Unionista” -lo cual no es un chiste, sino se le otorga porque es el único-, el diputado tiene muchas y buenas razones para dejar el Congreso, lo cual significa la muerte del Partido Unionista y ya el inicio del final de Arzú como figura de alguna importancia.

La desesperación de Arzú lo ha hecho rogar una alianza con dos partidos. Si lo aceptan, de todos modos llegará como el pariente pobre, a quien se le dan algunas migajas. No existe en el Congreso, su popularidad en la capital se derrumba, los vecinos están cansados de la prepotencia personal del alcalde, el Partido Unionista está a punto de ser historia.

Arzú queda a la deriva. Si bien el suplente de Arévalo es del mismo grupo unioninista, si resulta díscolo y quiere aprovecharse de su poder de vida o muerte sobre el partido, este se mantendría unimembre, pero aun más precario. Y si cambia de bandería, por cualquier razón, el Partido Unionista engrosará la larga fila de grupos políticos convertidos en grupúsculos una vez su dueño cumple con sus ambiciones, a veces patéticas, y engrosa el cementerio de estas entidades. No es, en realidad, nada sorprendente. Cuando se piensa en la política partidista como en el ejercicio del despotismo no ilustrado, y de la burla a la ley, las consecuencias son imposibles de cambiar. Es un resultado merecido, pero sobre todo fácilmente predecible.

Arzú queda en su terreno feudal: la municipalidad capitalina, manejada a base de fideicomisos para escapar del control de los fondos, y con un juzgado de asuntos municipales manejado como cachiporra contra quienes él considera sus enemigos, además de crear medios de comunicación municipales pagados con fondos de los ciudadanos y utilizados para mentir, dar lecciones de urbanidad, reproducir mañosamente textos de personas de alto nivel moral para tergiversar. En esta administración tiene algunos concejales en contra, quienes le han causado explosiones de ira por el simple hecho de preguntar acerca de los motivos de las decisiones. Su fuerza política extra edil ya no existe, aunque haga alianza con otros partidos.

La desesperación de Arzú lo ha hecho rogar una alianza con dos partidos. Si lo aceptan, de todos modos llegará como el pariente pobre, a quien se le dan algunas migajas. No existe en el Congreso, su popularidad en la capital se derrumba, los vecinos están cansados de la prepotencia personal del alcalde, el Partido Unionista está a punto de ser historia. Para todos los efectos prácticos, ya terminó la etapa de influencia política de quien tuvo la suerte, muy contra su voluntad, de firmar los acuerdos de paz. Debe tratar de no hacer olas. Quienes de alguna manera fueron víctimas de abusos o de ingratitudes políticas, ediles o de algún otro tipo, comenzarán a tomar actitudes revanchistas. ¿Cruel? Sí. ¿Inmerecido? No. Sólo natural.

*Esta columna fue publicada originalmente en PrensaLibre.com.