Los Padres Fundadores en EE.UU. tuvieron una visión extraordinaria de la política. Quienes fueron a morar a esas tierras escapaban de las garras de gobiernos intolerantes en materia religiosa y usurpadores de prácticamente todas las demás libertades. Para que esa desgracia no se repitiera, buscaron establecer un sistema por el que el gobierno tuviera poderes estrictamente limitados. Vieron el peligro de las democracias ilimitadas, por eso es que ni siquiera la mencionan en la Constitución y también vieron el peligro de las monarquías. Establecieron una república basada en los principios federales, esto es, la más completa descentralización y fraccionamiento del poder que fuera posible.

Federalismo en cuanto a que las provincias o los estados que componían la nación eran los encargados de financiar al gobierno central (“the power of the purse”), al efecto de mantenerlo en brete. Federalismo en cuanto a que cada jurisdicción administraba su política fiscal en competencia con las otras, lo cual generaba el incentivo de que las personas no se mudaran de provincia o estado, y para atraer la mayor cantidad de inversiones.

Pocos y muy limitados eran las facultades otorgadas al gobierno central. El federalismo además tiene la ventaja de que se tratan temas mucho más cercanos a los intereses de quienes votan: no es lo mismo votar para cambiar la alfombra en un consorcio, que votar en un asunto lejano en la geografía y el interés. Esto es lo que Tocqueville subrayaba del federalismo en su obra más conocida como “instituciones pueblerinas que limitan el despotismo de la mayoría”.

Jefferson y Franklin pronosticaron que el sistema duraría un tiempo, pero en alguna instancia comenzaría a degenerar primero el poder legislativo, luego el ejecutivo y finalmente el judicial. Todos los Padres Fundadores insistían en que el costo de vivir en libertad es su permanente vigilancia.

Hoy, lamentablemente en EE.UU., asistimos al triste espectáculo de un Leviatán desbocado, debido a la fuerza centrípeta del gobierno central que no solo arrasa con los derechos de los estados miembros, sino que arrasa con buena parte de las libertades de los ciudadanos. De allí es que se ha suscitado la saludable reacción del Tea Party que congrega a personas de todas las condiciones que tienen en común un hartazgo con los desvaríos de Washington.

Es de desear que el caso Fiat invite a pensar en el federalismo a nivel global, para bien de todas las sufridas personas a quienes se les pasa la vida en luchas diarias para subsistir frente a gobiernos que en lugar de protegerlas las atacan.

En estos instantes, un ejemplo a nivel internacional de la descentralización es el anuncio de Sergio Marchione -el principal ejecutivo de la Fiat, en Turín-, quien dijo que trasladará parte importante de las operaciones de la empresa a Serbia, debido a que en ese país los impuestos son sustancialmente menores que en Italia.

Ya van 200 empresas italianas que se mudaron a Serbia. En el caso de Fiat actualmente tiene plantas, además de Turín, en Nápoles, Sicilia, Lacio, Potenza y Abruzzon, las cuales ocupan 30.000 empleados y obreros, pero la situación se torna insostenible después de que el último balance arrojó un pérdida de 800 millones de euros.

Sería de interés que los gobernantes entendieran las ventajas de atraer inversiones como único camino para elevar salarios e ingresos en términos reales. En lugar de ello, pretenden poner el carro delante de los caballos y promulgar decretos y leyes que otorgan beneficios a unos a expensas de otros, con lo que terminan no solo creando un clima adverso a las inversiones, sino que también devoran los capitales locales, lo cual desemboca en mayor pobreza para todos.

Si se hubieran entendido los principios elementales de la economía, que en este terreno no hay magias posibles y que la demagogia conspira contra los intereses de los más necesitados, seguramente se crearía una atmósfera de cooperación y de respeto a los derechos de propiedad en el contexto de límites a la exacción impositiva, al endeudamiento estatal, a la manipulación monetaria y, consecuentemente, al gasto público.

El caso de la Fiat es aleccionador y conduce a repensar la política que hoy se lleva a cabo en buena parte de Europa (y en EE.UU.), en cuanto a los puntos señalados y a los subsidios colosales a empresas ineptas e irresponsables, a costa de las áreas productivas, pero con menor poder de lobby. El traslado anunciado significará mejoras en los salarios en Serbia y automóviles más baratos, lo cual, a su turno, libera factores productivos para encarar otros emprendimientos.

Concretamente, Fiat adquiere el 70% de las acciones de la planta en Kragujavac, que producía la marca Zastava, que la empresa piensa reflotar al efecto de abarcar mercados en esa zona y en Rusia. Hay también otras manifestaciones similares en cuanto a señales para atraer inversiones hacia países de Europa del Este, en vista de la persistencia que en gran medida revela Europa occidental por seguir arruinando sus economías.

Por ahora, parecería que en el tradicional así llamado mundo libre, vivimos una era en la que las mayorías “se encaminan obedientemente a la fosa común”, como anunciaba Aldous Huxley. Si no se adopta la muy higiénica medida del federalismo dentro de las fronteras con jurisdicciones internas en competencia, por lo menos sería de gran fertilidad aplicar esos principios a nivel internacional y salir de la monotonía del estatismo al competir entre jurisdicciones nacionales. Los primeros países que sigan el ejemplo e incluso intensifiquen la política de Serbia serán los más beneficiados en un mundo donde los tentáculos del Leviatán pareciera que no dan respiro… y tal vez el federalismo planetario invite a que se adopte también localmente, para evitar que el centralismo en cada país arruine las perspectivas.

Nada menos que Fiat, una de las empresas más grandes de Italia y una de las más identificadas con ese país, abandona buena parte de sus actividades en su lugar de origen, puesto que la crisis internacional, sumada a la voracidad fiscal del Estado italiano, no permite que sobreviva una empresa de ese calibre la que, como queda dicho, ha sido precedida por muchas otras.

La competencia en estos momentos, lamentablemente, se desarrolla en otra dirección: es como si se tratara de una carrera a ver quién es más desatinado y ahuyenta más a su capital humano y a sus recursos materiales, quienes se fugan en busca de mejores horizontes pero, en definitiva, no encuentran paz en prácticamente ningún lado.

Un poco de sensatez revertiría la situación y convertiría a países pobres en un vergel. Este es el momento para países africanos y muchos de los latinoamericanos que se debaten en la miseria, si los gobiernos se ocupan de la seguridad y la justicia, y abren la olla de la energía creadora al respetar los derechos de propiedad que constituyen el gran secreto de la prosperidad, en cuyo caso cada uno, para mejorar su patrimonio, se ve impelido a servir al prójimo, esos países se liberarían de los parásitos que la juegan de empresarios y que en verdad son cazadores de privilegios que explotan a sus semejantes en una alianza siniestra con politicastros y demagogos que expolian a los gobernados del modo más escandaloso.

Es de desear que el caso Fiat invite a pensar en el federalismo a nivel global, para bien de todas las sufridas personas a quienes se les pasa la vida en luchas diarias para subsistir frente a gobiernos que en lugar de protegerlas las atacan. Son bomberos que incendian tal como escribe Ray Bradbury en su conocida obra de ficción. Es el deber moral de toda persona con dignidad y autoestima el ocuparse y preocuparse por estos temas, de lo contrario, como señala Ortega: “Si usted quiere aprovecharse de las ventajas de la civilización, pero no se preocupa usted por sostener la civilización ... se ha fastidiado usted. En un dos por tres se queda usted sin civilización. Un descuido y, cuando mira usted en derredor, todo se ha volatilizado”.

Esta columna fue publicada originalmente por el centro de estudios públicos ElCato.org.