El 14 de abril de 2013, los venezolanos volvieron a las urnas por tercera vez en siete meses. Habían re-elegido a Hugo Chávez [1] como presidente en octubre de 2012, y luego apoyaron a la gran mayoría de sus candidatos en las elecciones regionales de diciembre. Si no fuera por su deceso [2], el 5 de marzo de 2013, habría continuando gobernando al país por seis años más, cumpliendo 20 años en el poder. Este domingo, Venezuela decidió que su delfín, Nicolás Maduro, terminaría con el trabajo que Chávez había dejado inconcluso.
El autoproclamado “hijo” de Chávez ganó la elección por un margen pequeño. Según la primera declaración del Colegio Nacional Electoral, Maduro ganó la elección con 7.505.338 de los votos (el 50,66%), y su opositor principal -Henrique Capriles Radonski- obtuvo 7,270.403 votos (el 49,07%). Por un lado, este resultado seguramente es demasiado acotado para muchos opositores, y el mismo Maduro ha tenido que dedicarle una gran cantidad de tiempo en su discurso inmediatamente posterior exigiendo que los venezolanos aceptaran los resultados. Pero, por otro lado, este resultado no debería sorprendernos. Maduro había liderado las encuestas con una sólida ventaja durante gran parte de la campaña. Además, la oposición había brindado legitimidad al sistema electoral realizando durante meses testeos de infalibilidad a las máquinas electrónicas de votación.
Ahora sabemos que Maduro logró mantener el número necesario de chavistas para apenas ganar la mayoría. Que no quede ninguna duda, la batalla más difícil de Maduro empieza ahora. Ahora como presidente elegido constitucionalmente*, Maduro tendrá que , primero, sortear las dudas de legitimidad del proceso electoral que Capriles sostiene, y luego tendrá que enfrentarse con una economía disfuncional, y un partido político de gobierno que corre serios riesgos de fragmentación.
¿Qué más se puede decir sobre esta elección? Henrique Capriles ha sido la mejor opción de la oposición para intentar derrotar electoralmente a los chavistas. Su campaña para la elección presidencial de octubre contra Chávez fue el esfuerzo más coordinado y unificado de la oposición desde 1998. En varios sentidos, la campaña de abril seguía el mismo camino que la elección de octubre: el candidato prometió, como había hecho en la última contienda, poner fin a la división en el país; combatir la pobreza manteniendo y mejorando las políticas sociales de Chávez; y eliminar los grandes subsidios de petróleo que Chávez les había otorgado a sus aliados. Siempre respetuoso hacia Chávez en sus discursos, Capriles fue mucho menos generoso con Maduro, a quien atacó por haber explotado la muerte de Chávez y ridiculizó como a alguien que no podía ganar por si mismo.
De hecho, Maduro hizo gran parte de su campaña alrededor de la memoria viva de Chávez. Un antiguo chofer de autobús y líder sindicalista, Maduro se convirtió en uno de los aliados más cercanos a Chávez y uno de sus seguidores más leales. Autoproclamado como “hijo” de Chávez, Maduro estructuró su campaña en base a la imagen del ex líder. Una canción de campaña [3] proclamaba, “¡Chávez para siempre, Maduro presidente!”. Tomó el hábito de terminar sus discursos de campaña con un silbido de pájaro, conmemorando al pajarito que le fue a visitar una vez cuando él estaba rezando en una capilla cerca de la casa natal de Chávez -un pajarito que luego Maduro dijo que era el mismo Chávez quién lo estaba bendiciendo a él y a su campaña. Sus referencias frecuentes [4] a Chávez, junto a la velocidad con la cual llamaron a elecciones, sugieren que el candidato quiso capitalizar lo más que pudiera la memoria fresca de Chávez.
En efecto, el desafío para Maduro fue el de intentar mantener los niveles de apoyo que Chávez había conseguido de forma consistente. En las cuatro elecciones en que participó, Chávez nunca obtuvo menos del 55% de los votos. En vez de cultivar a nuevos simpatizantes, entonces, a Maduro le tocaba simplemente asegurar que la base electoral de Chávez se mantuviera leal a su sucesor elegido. Por ende, el rol de Maduro era el de movilizar a sus bases (es decir, las de Chávez), evocando a imágenes de su venerado líder y presentándose al electorado simplemente como el “hijo” escogido por Chávez, sin ofrecer mucho más. Capriles, por otro lado, tenía que convencer a los votantes indecisos y, al menos, a algunos chavistas de que Maduro no era, de hecho, el heredero legítimo de Chávez. Es decir, él tenía que ser deferente al legado de Chávez al mismo tiempo que destrozaba -lo mejor que pudo- a toda la jerarquía chavista. En los días previos a la elección, Capriles venía acotando la brecha [5] que lo separaba de Maduro.
Ahora sabemos que Maduro logró mantener el número necesario de chavistas para apenas ganar la mayoría. Que no quede ninguna duda, la batalla más difícil de Maduro empieza ahora. Ahora como presidente elegido constitucionalmente*, Maduro tendrá que , primero, sortear las dudas de legitimidad [6] del proceso electoral que Capriles sostiene, y luego tendrá que enfrentarse con una economía disfuncional, y un partido político de gobierno que corre serios riesgos de fragmentación**.
La voluntad de Chávez, como tantas otras veces en el pasado, ha sido realizada. Sin embargo, la capacidad de Maduro de continuar los pasos de su líder, está por verse.
* Maduro, siendo vicepresidente de Chávez, fue nombrado como presidente interino de Venezuela a pesar de que la Constitución de 1999 estipula que el sucesor de un presidente inhabilitado será el titular de la Asamblea Nacional.
** Véase, por ejemplo, el artículo reciente de Steve Ellner (2013) de Latin American Perspectives, titulado “Social and Political Diversity and the Democratic Road to Change in Venezuela”.
***Esta columna fue publicada originalmente en el centro de estudios públicos Asuntos del Sur.