Los próximos 29 y 30 de junio la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN) celebrará su cumbre en Madrid. Un acontecimiento en el que participarán los mandatarios de sus 30 países miembros y cuyo momento álgido será la publicación de un nuevo Concepto Estratégico, el documento en el que se realiza una evaluación del entorno geopolítico y de seguridad de la OTAN y se establece, de forma general, la dirección que la Alianza debe seguir en, aproximadamente, la próxima década.

Según las palabras de su primer Secretario General, el británico Lord Ismay, durante la Guerra Fría la OTAN desarrolló tres misiones esenciales: la defensa de Occidente frente a la Unión Soviética (keep the Russians out), el anclaje de Estados Unidos a la seguridad europea (keep the Americans in) y la prevención del resurgimiento de los nacionalismos europeos, en particular el alemán, causa primordial de los dos conflictos mundiales (keep the Germans down).

En las tres décadas siguientes al final de la Guerra Fría, la OTAN ha elaborados tres conceptos estratégicos, cada uno de los cuales intentó imaginar el nuevo contexto geopolítico de la Alianza y, por tanto, definir sus prioridades e instrumentos. El primero (Roma 1991), en el ocaso de la URSS, se centró en la estabilización de Europa oriental y el Oriente Medio. El segundo (Washington 1999), en el cénit del proceso de globalización, diseñó un papel global para la OTAN, particularmente en torno al concepto de las “operaciones fuera de área” y el principio de las “intervenciones humanitarias”. El tercero (Lisboa 2010), en un contexto de crisis financiera y militar de Estados Unidos, especificaba cuáles son, hasta hoy en día, las tres tareas de la Alianza: defensa colectiva, gestión de crisis y seguridad cooperativa.

Sin embargo, cada uno de estos conceptos estratégicos ha revelado limitaciones, especialmente en términos de previsión de las complejidades e imprevisibilidades de las dinámicas geopolíticas contemporáneas. El primero no pudo anticipar el fenómeno de las guerras étnicas; el segundo no supo predecir el desencadenamiento del terrorismo islámico; y el tercero fue rápidamente superado por las consecuencias de las revueltas árabes y la reaparición de la política de las grandes potencias.

Pues, ¿qué debemos esperar de la cumbre OTAN de Madrid? ¿Cuál serán los aspectos principales de su nuevo concepto estratégico? ¿Qué posición adoptará la Alianza en los próximos años en relación, por ejemplo, a sus diferentes amenazas o el reparto de los costes entre los aliados? ¿Y qué instrumentos desarrollará?

El debate entre académicos, expertos y todos los involucrados en los procesos de toma de decisiones sugiere que el próximo concepto estratégico se va a fraguar en torno a cinco grandes ejes.

El primero se refiere al reequilibrio de las tareas de la OTAN. Parece muy probable que la Alianza vuelva “a lo básico”, es decir, priorizar la defensa colectiva y la disuasión, tanto convencional como nuclear. Por un lado, la agresión rusa de Ucrania ha puesto de manifiesto la exigencia de fortalecer y ampliar el abanico de instrumentos militares y hacer frente a la naturaleza multidimensional de los conflictos armados contemporáneos. Por otro lado, la lección aparentemente aprendida de Afganistán es que, en el contexto histórico actual, la OTAN no puede seguir con su papel de “policía mundial”; al revés, necesita reducir su proyección de intervención, en particular sus ambiciones de gestión de crisis.

El segundo eje del nuevo concepto estratégico se desarrollará, por ende, en torno al tema de las capacidades militares, especialmente el reparto de los costes entre aliados y la relación entre la OTAN y la Unión Europea (UE). El pivote asiático de Estados Unidos y la guerra en Ucrania representan un inequivocable punto de inflexión geopolítico: estamos viviendo el final de la era post bipolar. Esto requiere un cambio de actitud, un nuevo y renovado “pacto transatlántico” donde Estados Unidos, Reino Unido y la UE actúen de manera más igualitaria. En esta dirección, de hecho, se mueve la reciente Brújula Estratégica de la UE, para que Europa, según las palabras de Josep Borrell, aprenda a hablar “el lenguaje del poder”. Sin embargo, armonizar los intereses nacionales de los 30 aliados sigue, y será, siendo una tarea difícil.

En tercer lugar, el documento de Madrid tendrá que abordar los tres mayores desafíos globales para Occidente: el crecimiento de China, las tecnologías disruptivas y emergentes y el cambio climático. Tres variables exógenas que están tensando nuestro tejido social: desde la producción industrial a las cadenas globales de valor, desde los flujos migratorios a los suministros agrícolas y alimentarios. Para no perder relevancia, la OTAN debe seguir liderando la innovación tecnológica, cuya constante aceleración va a tener repercusiones inevitables también en el ámbito de la defensa y la seguridad. En este sentido, el desarrollo de un nuevo concepto tecnológico (NATO Warfighting Capstone Concept, NWCC), de un Fondo para la Innovación (NATO Innovation Fund) y el lanzamiento, programado para 2023, del Acelerador de Innovación en Defensa del Atlántico Norte (Defence Innovation Accelerator of the North Atlantic, DIANA) van en la dirección correcta.

El cuarto frente de análisis debería estar dedicado al “flanco Sur” de Alianza. A pesar de la nueva prioridad del flanco Este, el Mediterráneo seguirá siendo el lugar con el mayor número de amenazas no tradicionales para la seguridad transatlántica. Las profundas asimetrías políticas, económicas y sociales que separan Europa de los países de África del Norte, el Sahel y el Oriente Medio han dificultado la estabilización y el progreso de la región en las décadas anteriores. Y ahí siguen. Además, a los riesgos de inestabilidad política, proliferación de grupos criminales y radicales, desertificación y presión demográfica, se añaden hoy las consecuencias de la guerra en Ucrania, en particular la seguridad energética. OTAN y UE necesitan actuar juntas para minimizar los problemas de suministro energético y combatir la militarización de las migraciones como instrumento de chantaje en las manos de los países del sur del Mediterráneo.

Por último, la OTAN necesita rejuvenecer y fortificar su cohesión interna. La fuerza de Alianza no procede exclusivamente de su “poder duro”, sino también de su “poder blando”, es decir, la defensa de la democracia y el mantenimiento del imperio de la ley. En esta última década, el crecimiento de la polarización política y la difusión de movimientos populistas y de protestas, a raíz de un incremento de las desigualdades sociales y una reacción cultural ultraconservadora, están socavando nuestro ideal de sociedad abierta y promoviendo principios iliberales que benefician, y están explotados por, los regímenes autoritarios de China y Rusia.

No es retórica decir que la cumbre OTAN de Madrid va a determinar un antes y un después en la historia de las relaciones transatlánticas. La OTAN necesita establecer unas directrices claras para empezar su nuevo proceso de adaptación a un entorno global cada día más complejo e incierto.