De la noche a la mañana, el Fortín de La Planchada, parte del emblemático barrio Las Peñas de Guayaquil (Ecuador), amaneció el 15 de marzo con un obelisco con el nombre de León Febres-Cordero Ribadeneyra, bajo la fuerte custodia de la policía metropolitana, a órdenes del alcalde Jaime Nebot, y la atenta observación de la policía nacional, al mando del gobierno central de Rafael Correa.
Febres-Cordero, político ecuatoriano de ultraderecha nacido en Guayaquil, líder del partido Social Cristiano, ex presidente de la República, dos veces alcalde de su ciudad y unas cuantas más legislador en el Congreso, fue un personaje polémico y hoy, cuatro años después de su fallecimiento, vuelve a despertar pasiones en medio de esta disputa que va desde lo legal a lo ideológico.
En su discurso de posesión como presidente, en 1984, anunció un programa para controlar el “aparato subversivo”. Según la Comisión de la Verdad, creada en 2007, en su gobierno se “diseñó y ejecutó una política de Estado, a cuyo amparo y de manera sistemática y generalizada cometieron detenciones ilegales, torturas, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas, siendo su caso paradigmático el de los jóvenes hermanos Restrepo”. Los fines que justificaron los medios de Febres-Cordero son hasta hoy punto de una álgida discusión.
Quizá en el caso de Chile o Argentina, debido a la cantidad de víctimas, al clamor de la comunidad internacional y al hecho mismo de que fue una dictadura, se produjo un consenso general de condena. Acá, al haber sido un gobierno democráticamente elegido y la cantidad de víctimas mucho menor (obviamente, menos muertos o torturados no lo hace menos grave), los canales de denuncia no tuvieron la resonancia esperada sino mucho tiempo después. Por ello, un sector de la población aún sostiene, no sin cierto tufillo fascistoide, que es “algo que se debió hacer” y que lo ocurrido “fueron solo casos aislados”, confiriéndole a León el crédito por haber librado al Ecuador de una guerrilla como la de Sendero Luminoso. Sin embargo, Guayaquil no puede olvidar cómo el extinto impulsor del rock y polémico comunicador underground Pancho Jaime fue torturado en la Gobernación del Guayas, cuando Jaime Nebot (brazo derecho de León durante su presidencia) ocupó el cargo de gobernador, y obligado además a tragarse las páginas de su “Comentarios de Pancho Jaime”, popular pasquín que circulaba clandestinamente, en donde recurría al humor obsceno para denunciar todos los males de la política y la sociedad ecuatoriana, en donde Febres-Cordero aparecía continuamente. O, como se mencionó antes, el caso de la desaparición y muerte los hermanos Restrepo, cuyo exitoso documental elaborado por la hermana sobreviviente ha vuelto a recordar las heridas sociales que aún no sanan y del que inclusive los admiradores de LFC (como también lo llamaba la prensa local a Febres-Cordero) reconocen y no pueden pasar por alto.
Es indudable que la figura del LFC alcalde se superpone en Guayaquil a la del LFC presidente, que predomina en el resto del país. Sin embargo, mientras no se haya terminado de asimilar ambos roles, con lo bueno y lo malo, por parte de la sociedad, pretender elevarlo al nivel de prócer es demasiado prematuro e irresponsable (como de alguna manera soterrada intentaba señalar la vistosa pintura que está en el Salón de la Ciudad donde aparecen León y Nebot en una suerte de Parnaso). LFC marcó una era, pero no hay que olvidar que, como servidor público, solo cumplió lo que era su obligación. Con o sin monumento, Guayaquil debe volver a reflexionar sobre su historia y las deudas que aún tiene con muchos personajes.
Para León Roldós, ex vicepresidente de la República y hermano del fallecido presidente Jaime Roldós, en materia de Derecho Humanos, Febres-Cordero satanizó a quienes para ellos no merecían que se les respete esos derechos. Esa política, aplicada en la provincia del Guayas por Nebot, la podemos ver en Youtube, donde él, durante una arenga a la policía, dice “ya saldrán las cotorras nuevamente a clamar por los derechos humanos”. Sin embargo, Roldós incluye en el mismo nivel de intolerancia a Rafael Correa, solo que hacia actores distintos, y deja entrever que esto ha sido consecuencia de la “escuela” que dejó Febres-Cordero.
Pero, ¿cómo surgió la polémica legal? El Instituto Nacional de Patrimonio (INPC) había interpuesto una demanda ante la Muy Ilustre Municipalidad de Guayaquil bajo los argumentos de que el barrio Las Peñas es un área patrimonial declarada desde 1982 y que el Fortín de La Planchada, el sitio específico aprobado por el concejo cantonal para colocar el monumento a León, forma parte del inventario de monumentos y parques en el documento titulado “Preservación del Patrimonio Cultural Urbano de la ciudad de Guayaquil”, firmado en 1996 por el entonces director del INPC y el mismo LFC alcalde, gestión que posibilitó que en 1996 estos lugares fueran elevados al grado de Patrimonio Cultural de la Nación. Nebot, por su parte, citó a su favor el Código Orgánico de Organización Territorial, Autonomía y Descentralización (COOTAD) y el 264 la actual Constitución (ambos aprobados durante el gobierno de Correa) concluyendo que “las instituciones del Gobierno Central no pueden interferir en las decisiones que en el ejercicio de sus competencias exclusivas adopte un gobierno municipal”. La primera audiencia judicial fue especialmente violenta, entre la gente de Nebot y los del INPC, además de la agrupación social Diabluma (afín al gobierno) y esto conllevó a que posteriormente, a puerta cerrada, sin los personeros municipales, un juez dictara un amparo a favor de Diabluma, y una sentencia en contra de la ubicación de la efigie en el lugar anotado. Pero si el 15 de marzo instalaron un obelisco, ¿qué ha sido de la estatua de León?
Por alguna extraña razón, la municipalidad determinó “que no existe producción nacional para la escultura”, impidiéndose así que ninguno de los grandes artistas guayaquileños pudieran participar de la licitación que debió haberse hecho, encargando así la obra al escultor madrileño Víctor Ochoa, en España. A raíz de la sentencia del juez (que para Nebot “solo tiene la eficacia del papel higiénico”), el rostro de cinco metros de León permanece aún en la Aduana de Guayaquil. El burgomaestre, muy iracundo, anunció que “con Guayaquil no se juega” y que se haría otro monumento similar. Entonces, para marcar territorio en La Planchada, mientras tanto, instalaron el consabido obelisco. Sobre la estatua en sí han pesado algunos cuestionamientos: el Instituto Nacional de Contratación Pública solicitó a la Contraloría que verifique este proceso para saber si el aporte municipal (que fue del 30% del costo total, es decir US$137.000) a una organización de derecho privado (el Comité Promonumento, presidido por el Arzobispo de Guayaquil) fue o no un acto de elusión a los procesos de contratación pública. A esto se suman cuestionamientos técnicos de importantes especialistas, como el decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Guayaquil, Florencio Compte, los artistas Yela Loffredo, Mariela García y José Antonio Cauja, quienes coinciden que La Planchada no es adecuado para tal efigie, por las dimensiones de la misma en función del lugar. Algunos artistas, como Yela, han dicho incluso que la propuesta estética no le hace ningún favor a León.
Existe un consenso en que Guayaquil, durante los 80, especialmente en la segunda parte, fue una ciudad sucia y decadente debido al despilfarro de los recursos municipales. Y en ese sentido LFC puso orden en la casa e implantó las bases del monumental proyecto de la “Regeneración Urbana” en sectores icónicos de Guayaquil. Nebot dio fiel continuidad al proyecto. Dentro de todo lo elogioso de este proceso, ha sido un modelo de desarrollo que dio buenos resultados en los primeros años pero que luego, 20 años después (sumadas ambas alcaldías socialcristianas) se ha anquilosado. El discurso de que cuando había mal servicio en el alcantarillado, asfaltado de calles o recolección de basura era culpa de la empresa contratista, no va más. Como ejemplo, mientras Nebot vocifera por su monumento, la ciudad ha sufrido inundaciones y daños en las calles debido a las fuertes lluvias y, sobre todo, por no cambiar el sistema de alcantarillado, obsoleto desde hace décadas. ¿Será que la obra subterránea, la no visible, no da votos?... Sumemos a esto los abusos de la policía metropolitana que, pese a que la ley lo prohíbe, suele incautar la mercadería de los vendedores informales; la sistemática tala de árboles y su reemplazo por palmeras gringas (Guayaquil parece Miami, dijo José Saramago a su paso por esta ciudad) y la absurda y miope ordenanza que penaliza el grafitti, actividad artística que se desarrolla, con regulaciones razonables, en otras ciudades desarrolladas del mundo. El caso de la persecución al reconocido artista visual Daniel Adum sentó un pésimo precedente en las nuevas generaciones a quienes, como a toda la ciudadanía, aún se pretende vender el discurso de que el deber ser del guayaquileño es venerar sin cuestionamientos la obra socialcristiana so pena de fuertes críticas.
Nebot dice que hará un nuevo monumento. Hay cinco mil firmas de respaldo al proyecto (respetable, aunque en una ciudad de dos millones de habitantes, ¿qué pasaría si firmaran también los del no?) El INPC se mantiene en que no se opone al monumento en sí sino a su ubicación. He escuchado incluso que Nebot ha pensado en ubicarlo en lo alto del cerro Santa Ana. ¿Será la base del monumento, tal como mostró una lúcida caricatura de Bonil en la sección editorial diario El Universo (medio no muy dado a cuestionar a Nebot), la tarima que buscará revivir un moribundo partido Social Cristiano, repleto por cierto de risibles “wannabes” de LFC que creen que gritando, exhibiendo un arma o arrojando monedas en una audiencia podrán igualarlo? Algunos de ellos aprobaron, en un insólito acto digno de un sketch de Monty Python, un monumento dedicado a los “odiadores de Guayaquil” (!).
Es indudable que la figura del LFC alcalde se superpone en Guayaquil a la del LFC presidente, que predomina en el resto del país. Sin embargo, mientras no se haya terminado de asimilar ambos roles, con lo bueno y lo malo, por parte de la sociedad, pretender elevarlo al nivel de prócer es demasiado prematuro e irresponsable (como de alguna manera soterrada intentaba señalar la vistosa pintura que está en el Salón de la Ciudad donde aparecen León y Nebot en una suerte de Parnaso). LFC marcó una era, pero no hay que olvidar que, como servidor público, solo cumplió lo que era su obligación. Con o sin monumento, Guayaquil debe volver a reflexionar sobre su historia y las deudas que aún tiene con muchos personajes.