En ocho años más la gesta independentista y revolucionaria de Guayaquil, que este lunes celebra el país, habrá cumplido dos siglos: 1820-2020. Son ocho años de distancia los que nos separan del presente. Podría parecer que es un periodo suficientemente largo para comenzar a pensar, al menos a preocuparse. Pero no es así. El bicentenario de la independencia de Guayaquil es un evento histórico de enorme trascendencia, no solo para la ciudad, sino para el Ecuador. Y es que la independencia de lo que hoy es el Ecuador, en 1822, y con ella la formación del Estado ecuatoriano, no fueron sino la consecuencia del movimiento político y militar que tuvo lugar en Guayaquil dos años antes.

Por ello es que dejar el recibimiento del bicentenario en manos del azar, la premura y la improvisación sería un error. El asunto amerita adoptar desde ahora algunas decisiones, y qué mejor momento que en estos días, cuando se recuerda un nuevo aniversario de esa gesta libertaria y la ciudad pasa por uno de sus mejores momentos.

Sería una vergüenza y un fracaso, una mezcla de traición y burla, si para el bicentenario de Guayaquil, el Ecuador, al que tanto contribuyó ella para su independencia y formación, siga siendo un país donde la vida pública no está guiada por la letra ni inspirada por el espíritu de una Constitución republicana, que garantice la justicia en el marco de la libertad, y la libertad bajo la tutela del derecho.

Sin embargo, el recibimiento del Guayaquil 2020, del Guayaquil del Bicentenario, no debe quedarse en eventos, obras públicas, publicaciones, conferencias, simposios y cosas similares. Sin restarles importancia a ellas, quienes viven en Guayaquil debe, por sobre todo, prepararse para el encuentro con tan importante cita histórica con posiciones y actitudes políticas. Sería una vergüenza y un fracaso, una mezcla de traición y burla, si para el bicentenario de Guayaquil, el Ecuador, al que tanto contribuyó ella para su independencia y formación, siga siendo un país donde la vida pública no está guiada por la letra ni inspirada por el espíritu de una Constitución republicana, que garantice la justicia en el marco de la libertad, y la libertad bajo la tutela del derecho.

Si el Ecuador de los próximos años sigue por el camino de la servidumbre, la intolerancia y el rencor, donde el insulto sustituye al debate, y la demagogia a la razón, la gesta libertaria que celebre Guayaquil en el 2020 será una simple mofa a los ideales de libertad y republicanismo que marcó la gesta del 9 de Octubre. Y lo será porque semejante escenario no habrá sido posible sin la colaboración activa o pasiva, tanto de los guayaquileños en general y de sus líderes en particular.

Debemos esperar que eso no ocurra. Que Guayaquil, y con ella el país, reciba el 2020 con un Ecuador institucionalizado y democrático, un país donde no se sancione a una revista por el hecho de opinar en contra de una tesis, y se premie a los que opinen diferente. Parece mentira que se pidan cosas tan elementales entrada la segunda década del Siglo XXI, a pocos años de celebrar un bicentenario de libertad. Una prueba más de lo tanto que hemos perdido en tan poco tiempo.

Pero este escenario no será posible mientras los ciudadanos simplemente estén a la espera de lo que otros, incluyendo sus líderes, hagan o dejen de hacer. El 2020 nos está mirando.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.