Apenas una semana ha pasado desde la elección presidencial, y parece como si hubiera sido hace meses. Los cambios relacionados con la actividad política han sido súbitos y también profundos. Muchas de las poblaciones del país y sobre todo la capital, se encuentran ya libres de la contaminación visual representada por los miles de retratos colocados hasta en los lugares más increíbles.

Los medios de comunicación audiovisuales ya no lanzan al aire la propaganda de los diversos aspirantes. Las pocas vallas aún colocadas, en especial aquellas con el rostro de quien fuera derrotado por la voluntad popular reflejada en los votos, se han convertido en recordatorios de una etapa ya terminada. El paisaje político cambió radicalmente.

Dentro de 61 días habrá cambio de gobierno. El interés en el tema político se dirige ahora a saber quiénes ocuparán los cargos de gobierno, sobre todo en el gabinete. Se comienza a manifestar la falta de dirigentes para integrar la mesa redonda de ministros, y por eso ya hay motivos para criticar algunas de las escogencias.

El vencedor es ahora quien tiene importancia. El derrotado la ha perdido totalmente, lo mismo que el propio presidente actual, cabeza de un gobierno cuyo cercano fin lo convierte en un cascarón con aún menos capacidad de maniobra y de negociación de la tenida por estos años. Este vacío de poder ha sido similar al de los demás cambios de gobierno anteriores, pero en esta ocasión se percibe como más grande y profundo.

Parece repetirse la tendencia de los guatemaltecos en ver al presidente como una persona necesitada de entrenamiento y modo de pensar militar. Así lo hicieron con Ydígoras, Arana Osorio, Laugerud y Lucas e incluso aplaudieron la llegada de Ríos Montt.

La razón es simple. Desde el 14 de enero del 2008, se manifestó la obcecación por hacer todo lo posible, legal o ilegal, con el fin de repetir la victoria lograda luego de las infructuosas intentonas de dos elecciones previas a la del 2007. Con ese fin, fue retorcida la ley en numerosas formas, se convirtió la ayuda humanitaria estatal para los más pobres y desposeídos en un programa político clientelar aplicado hasta el día de la segunda elección. Los recursos estatales fueron aprovechados políticamente como nunca antes había ocurrido en el país, pero finalmente el estilo monárquico absoluto de la hoy ex esposa del mandatario provocó no solo la debilidad política, sino fue también la causa de la ruptura interna actual, una enfermedad política terminal.

Quienes participaron en la primera vuelta y tuvieron logros flacos, algunos absurdos, tienen ahora motivos para meditar acerca del error de haberse aferrado a la idea de una victoria imposible a todas luces. Es difícil, aunque no imposible, engañar a los votantes. Los dos casos más claros en la reciente elección fueron los argumentos falaces acerca del bono 15, así como el de aceptar una candidatura presidencial como consecuencia de inspiración divina compartida con los deseos conyugales. El resultado electoral de la primera vuelta no solo fue un claro rechazo al burdo intento de afianzar un partido cuyo cercano fin no puede ser oculto para nadie, sino al mismo tiempo comprobó la imposibilidad de engañar a los votantes con los discursos.

El cambio político realizado por el pueblo guatemalteco al ejercer los mecanismos democráticos, abre una nueva etapa: la de un gobierno victorioso en las urnas con un militar a la cabeza, lo cual no significa un gobierno castrense en el sentido popular de la expresión. Parece repetirse la tendencia de los guatemaltecos en ver al presidente como una persona necesitada de entrenamiento y modo de pensar militar. Así lo hicieron con Ydígoras, Arana Osorio, Laugerud y Lucas e incluso aplaudieron la llegada de Ríos Montt. El gobierno recién electo tendrá mayores posibilidades de mantenerse tranquilo en el rumbo si lo conduce alguien con preparación mental militar, pero fallará no a causa de ser militar, sino de cometer errores políticos.

*Esta columna fue publicada originalmente en PrensaLibre.com.