Un interesante trabajo periodístico de Claudia Méndez, publicado e el miércoles anterior en el diario elPeriódico, señala los números -trágicos y fríos- de la realidad de un tema relacionado directamente con el subdesarrollo del país: la cantidad de días de clases recibidas por los alumnos de primaria y secundaria en Guatemala. Señala también decisiones igualmente descorazonadoras del Ministerio de Educación, cuyas cifras no concuerdan con la de expertos, pues según las autoridades los días de clases fueron 146, pero la cifra de los conocedores es de 90. En paralelo, la huelga magisterial paralizó por 54 días la educación en gran parte del territorio nacional, y -peor aún- el ciclo escolar finalizó el 21 de octubre de manera oficial.
Al tomar cinco días a la semana como el tiempo para la asistencia de los alumnos a las clases, y se le restan dos meses de clases, la cifra queda en 201 días, menos los feriados oficiales, no debería bajar de 195. La cifra oficial de 146 días ya representa 25% menos, y si se calcula sobre la base de los 90 días señalada por los expertos, es de 54% menos. Las comparaciones son odiosas, pero útiles: Japón tiene 243 días; Corea del Sur, 221; Finlandia, Canadá, Australia, Holanda y Bélgica, 200 cada uno. El efecto multiplicador educativo de estos países se debe duplicar, porque la educación en Guatemala, al verse obligada a tener jornadas matutina y vespertina, reduce a la mitad el tiempo pasado por los alumnos recibiendo clases.
Estos números no pueden tomar en cuenta otro factor: la calidad de la educación impartida. Esta se relaciona de manera directa con la capacidad profesional de los maestros, quienes a su vez no pueden tenerla muy alta a causa de no haber recibido ellos mismos educación de calidad. Esto se traduce muchas veces en casos -por ejemplo- de profesores con una ortografía precaria. Si a eso se agrega la existencia de sindicatos de maestros dirigidos por quienes se consideran una especie de obreros de la educación, no depositarios de la hermosa tarea de moldear la personalidad de sus alumnos gracias a un ejemplo personal, el resultado de la calidad educativa guatemalteca solamente puede ser deficiente. Y esto es inevitable e irreparable.
Los establecimientos educativos privados no siempre llenan el papel de instituciones educativas. Incluso existe una asociación de empresarios de la educación, lo cual implica en su mismo concepto considerar a la educación como una actividad cuya principal razón es obtener el lucro. En todo caso, es una mala elección de nombre.
El país no puede avanzar sin educación adecuada en los días debidos. Las miles de horas adicionales de los millones de estudiantes japoneses o coreanos explican por qué esos países han llegado a donde están después de haber sido devastados por guerras.
Existe por otra parte gran desorden en temas como las fechas de inicio o fin de clases. Cada colegio las empieza, suspende y termina según sus criterios. Existe entonces una educación privada de primera, segunda y tercera. Los padres de familia desconfían de la educación estatal, por buenas razones, pero hacer el esfuerzo de enviar a sus hijos a estudiar en colegios privados tampoco les garantiza calidad en la educación.
Entender esta realidad es fundamental para comprender, a la vez, el atraso en campos como el económico. El mundo actual necesita personas con conocimientos básicos muy sólidos, dominio de un idioma extranjero para permitir a los graduados tener un mejor futuro. Para entender el significado del atraso a causa de los feriados, baste este criterio: por cada millón de alumnos ausentes un día de las clases, se pierden cuatro millones de horas/estudiante, es decir equivalentes a 456 años. El país no puede avanzar sin educación adecuada en los días debidos. Las miles de horas adicionales de los millones de estudiantes japoneses o coreanos explican por qué esos países han llegado a donde están después de haber sido devastados por guerras.
*Esta columna fue publicada originalmente en PrensaLibre.com.