Muchas veces llama la atención la predecibilidad de los acontecimientos políticos en Guatemala. Los partidos políticos nunca han sido la excepción. No son fundados con el fin de crear una institución basada en una determinada corriente de pensamiento político, económico o social, sino con el objetivo de llevar a la presidencia de la República a una persona, convertida en el eje alrededor del cual gira una serie de personas-satélites interesadas en obtener puestos administrativos en un eventual gobierno presidido por quien es, realmente, un adalid, un monarca absoluto poseedor de la verdad. Cuando llegan a cumplir la misión de ganar unas elecciones, se termina el motivo de su existencia y se condenan a sí mismos a la muerte.

El caudillismo es el peor de los males políticos del país. Y ha estado presente en numerosas décadas. Ubico creó a los ubiquistas; Arévalo, a los arevalistas; Árbenz, a los arbencistas, y también llegaron los castillistas, los ydigoristas. Con motivo de la actual era de democracia electoral, los “istas” derivados de nombres se cambiaron en “istas” derivados de las denominaciones de los partidos, un estilo iniciado un poco antes, con los emelenistas, los pidistas (del Partido Institucional Democrático), y así un larguísimo etcétera. En la primera década de este siglo se formaron los “lideristas”, los “patriotistas” y los “uneístas”. Todos estos nombres tienen en común la dificultad de definir las bases fundamentales de su pensamiento político, y por ello tampoco es posible definir cuáles criterios políticos se han aplicado en Guatemala.

La muerte de los partidos políticos con estas características es fácil de prever. La Gran Alianza Nacional, el mismo Partido de Avanzada Nacional, el Unionismo, el Movimiento de Acción Solidaria, se encuentran, unos, en el panteón de los partidos, y otros, en el intensivo. Esta vez es interesante el caso de la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), porque sus principales directivos siempre tuvieron la idea de perpetuarse en el poder, para lo cual recurrieron a maniobras ilegales de todo tipo, abusos, y todo lo demás innecesario de señalar porque es conocido por la población guatemalteca. Fuera del poder, los partidos sufren del transfuguismo, del abandono del barco, de la escapatoria apresurada de los miembros ventajistas, o sea de muchos.

No ha pasado ni una semana desde el inicio del nuevo gobierno, con la bandería patriotista, cuando el Congreso es el escenario de la estampida generalizada de diputados uneístas, al punto de haber sido necesario suspender la asamblea del partido para elegir a las nuevas autoridades. La fuerza de su poder detrás del trono, o más bien frente al trono, es decir la señora Sandra Torres (ex esposa del ex presidente Álvaro Colom), se desvanece con una rapidez sorprendente. Sin duda es una experiencia dolorosa para quienes llegaron a creer en una fuerza propia producto de la cobardía de muchos para enfrentarse a esa actitud monárquica. Pronto solo será un recuerdo, y las ilusiones de una representación de la primera fuerza opositora, desde este momento ya crean sonrisas.

No ha pasado ni una semana desde el inicio del nuevo gobierno, con la bandería patriotista, cuando el Congreso es el escenario de la estampida generalizada de diputados uneístas, al punto de haber sido necesario suspender la asamblea del partido para elegir a las nuevas autoridades.

Todos los errores se pagan. Siempre. En el caso de la dirigencia de la UNE, no haber pensado en convertir a la señora Torres en candidata al Congreso, cuya curul hubiera ganado, para convertirse en diputada opositora con fuerza y luego en aspirante a la presidencia en las elecciones del 2015. Ya todos sabemos lo ocurrido. Y ahora, la posibilidad de desaparición del partido porque no le sea posible realizar la asamblea, se convierte en una posibilidad impensada incluso para los adversarios políticos. En los cuatro años restantes para las elecciones, la UNE puede convertirse en un recuerdo, como todos los demás partidos cuyos dirigentes ganaron la presidencia. Es claro: la política de Guatemala, en ese sentido, se afianza como predecible.

*Esta columna fue publicada originalmente en PrensaLibre.com.