En este reciente balotaje que hemos vivido los peruanos, se han roto amistades y han surgido divergencias (casi) irreconciliables entre familias, paisanos, amigos de toda la vida y compañeros de trabajo. A los que defienden la candidatura de Pedro Castillo se les acusó de apoyar al comunismo, de ser bucólicos soñadores del colectivismo, de defender a una persona que tiene dificultades para construir un discurso coherente y propuestas realistas, así como no reparar en el impacto económico que sufriría el país. Aquí cabe señalar que quienes critican al candidato de Perú Libre lo hacen también porque consideran que destrozará la economía, acabará con la democracia y generará una hambruna peor que la que se vive en Venezuela.

Por su parte, los que defienden la candidatura de Keiko Fujimori son acusados de obviar la corrupción del clan Fujimori y las graves acusaciones que tiene Fuerza Popular. En esta línea, se les critica la priorización de sus intereses por sobre los principios y valores. También algunos son acusados de ser racistas y clasistas por criticar a Pedro Castillo por aspectos que se alejan del plano político.

En medio de esta coyuntura polarizada, el marketing político puede jugar un rol fundamental para desarrollar estrategias que aseguren la gobernabilidad del país de cara a los próximos años.

Ganamos: ¿y ahora qué?

Sin dudas, ganar una elección es considerado un objetivo fundamental dentro del marketing político, pero es insostenible si un partido o candidato se concentra solo en el corto plazo, descuidando lo que vendrá después, independientemente si ganó o perdió la elección. Por ello, es importante que tanto Castillo como Fujimori gestionen adecuadamente sus emociones, sobre todo después de todas las acusaciones, descalificaciones e insultos que se dieron.

Ser un ganador soberbio puede ser contraproducente tanto para la imagen del candidato electo, para la organización política, para los electores y para el país. Si el ganador no logra conectar con las expectativas, los deseos y las necesidades de la población que votó por él (por convicción o por rechazo a la otra opción), ni resulta una alternativa “tragable” para casi la mitad de la población que lo rechaza, está condenado a perder representatividad, legitimidad social, pero sobre todo afectividad (quizás el capital más importante de un político); poniendo en riesgo el sistema democrático.

Por otro lado, ser un mal perdedor podría significar el final de una carrera política, sobre todo cuando se genera zozobra y caos, pues será señalado como el causante de la incertidumbre que genere. En cambio, si se tiene una actitud crítica pero colaboradora, se puede legitimar ante los electores, fortaleciendo su liderazgo y conservando su caudal electoral, con lo que incluso podría afirmar su representatividad

En ambos candidatos se requiere de suficiente gerencia emocional para pasar la página y seguir siendo un positivo y activo protagonista de la política, reconociendo que la mitad del país no voto por ellos en la segunda vuelta y que su apoyo en la primera vuelta fue menor al 20% de votos válidos. El desafío de ambos es lograr consensos básicos que permitan asegurar la gobernabilidad del país, la continuidad de su liderazgo y la vigencia de sus agrupaciones políticas. Este trabajo implica considerar algunas estrategias de marketing post proceso electoral, que listamos a continuación:

Reconocer las necesidades y deseos de la población. Debemos mirar a los electores como activos ciudadanos con derechos y deberes. Para comenzar, se debe reconocer que existen públicos diferenciados entre los electores. Por un lado, los urbanos, modernos y conservadores concentrados en Lima, y la costa norte del país. Por otro, los rurales, progresistas y aspiracionales en el sur, la sierra y la selva rural del país. Sus aspiraciones, anhelos y deseos son diferentes y ambos son importantes para poder gobernar.

Validar las emociones colectivas, las iras y miedos de la población. Quizá en la historia electoral peruana no hubo un proceso tan polarizado emocionalmente como este, donde se evidenció el odio, la descalificación moral (corrupción) y el miedo exacerbado expresado en el “terruqueo”. Quien gane, además de reconocer estos sentimientos colectivos, debe validarlos. El odio y el miedo no pueden ser ignorados por el nuevo Gobierno, que con mucha humildad debe reconocer que tienen que ser mitigados y no exacerbados por sus voceros.

Una nueva propuesta de valor. Con el 50% de la población en contra, el nuevo Gobierno debe aceptar con hidalguía que será imposible desarrollar el plan de gobierno o el ideario que se planteó en el proceso electoral, pues enfrentará el desafío de gobernar a toda la población, no solo al 50% que los eligió. Por ello, se requiere repensar su propuesta, adecuarla y adaptarla. Esto no debe verse solo como una estrategia de gestión sino un deber moral frente al 100% de la población. No es traicionar a sus electores, es reconocer la diversidad en la vida democrática.  Esta propuesta debería incluir acuerdos mínimos que permitan reducir la inequidad y la pobreza; luchar contra la corrupción y la pandemia; reactivar la economía; garantizar la democracia a largo plazo; establecer estrategias que nos lleven hacia un crecimiento económico sostenible e inclusivo, brindar estabilidad jurídica para los inversionistas, entre otros. Ante la alta desconfianza que existe, es probable que se requiera de interlocutores que hagan más “creíble” la propuesta entre aquellos que tiene mayor temor y pueden boicotear al gobierno desde sus trincheras.

Definir una estrategia de posicionamiento. Quien gane gobernará durante el Bicentenario del Perú, siendo esta una gran oportunidad histórica para enrumbar al país hacia un nuevo desarrollo, convirtiendo nuestras ventajas comparativas y los atributos que tenemos como país (recursos naturales), en ventajas competitivas, pudiendo destacar y resaltar nuestra diversidad cultural, calidad humana, creatividad y emprendedurismo.

Esta coyuntura puede ser vista como una gran oportunidad para que la clase política conecte con la sociedad, pues si somos capaces de alcanzar acuerdos básicos demostremos que somos un país ricamente diverso, con ciudadanos diferentes y resilientes, en donde gane quien gane, brindamos reglas claras que serán respetadas por los equipos de Gobierno, sean estos de izquierda o derecha. Siguiendo estos lineamientos iniciaremos el Bicentenario con buen pie. Esta es quizá la gran oportunidad del siglo para que la palabra Perú suene agradable a propios y extraños.