Recientemente la revista norteamericana Forbes comenzó a publicarse en español. Se trata de Forbes México, que servirá de plataforma de lanzamiento para cubrir el suculento nicho del mercado latinoamericano. Habiendo ya muchas revistas de negocios y finanzas en todo el continente –unas muy buenas y otras muy malas-, quizá sea pertinente preguntarse por qué ha surgido una revista más de este tipo y precisamente con el estilo exhibidor de Forbes. La respuesta única o fácil no existe, pero sí muchas pistas para entretenerse en una reflexión elemental sobre esta conocida y longeva publicación.
La historia de esta revista comenzó en 1917, año en el que estalló la Revolución Rusa, encabezada por Lenin y toda Europa estaba en llamas por la Primer Guerra Mundial, sin olvidar que en mi país concluía un capítulo llamado Revolución Mexicana con la promulgación de la carta magna que hoy sigue formalmente vigente, aunque con sigilo casi liquidada por la larga restauración liberal que arrancó en 1983, justo hace treinta años.
La desigualdad efectiva entre esos señores y señoras del edén mexicano desalienta. Así las cosas, no serán muchos los que se animarán a competir en ese grupo verdaderamente “VIP”, quizá solamente accesible al modesto y discreto caballero como Gastón Billetes -creación destacada del genial caricaturista mexicano Abel Quezada (1920-1991)-, un insigne barón del dinero cuya personalidad simboliza tal vez “las virtudes franciscanas de sobriedad y retraimiento”.
Desde ese año hasta nuestros días han pasado muchas cosas, además de 93 años espesos de historia humana, pero Forbes sigue editándose y creciendo con éxito, mientras que los tres episodios históricos del siglo XX arriba referidos ya son esencialmente materia de trabajo en archivos muertos, sin dejar de reconocer (y aplaudir) que su huella quedará viva en el trabajo presente y futuro de historiadores, poetas, novelistas, cineastas, políticos, modistas, fotógrafos y quizá hasta de economistas con vocación borrosa y aficiones profesionales a la nostalgia.
Forbes desde hace 27 años, en su versión en inglés, publica con notoriedad mediática una lista que da cuenta de los hombre y mujeres más acaudalados del planeta. Y también hace listas de empresas globales que se distinguen por varias cuestiones, lo que las hace modélicas en muchos sentidos. Forbes hace también listas de esto y de aquello, listas muy especiales que tienen una gran atractivo para algunos cuantos, pero suficientes para explicar su fortaleza editorial y, supongo, también financiera. El fenómeno editorial Forbes es todavía más atractivo si consideramos que entró aparentemente sin grandes dificultades al mundo digital, sin dejar en el aire los valores profesionales que giran en torno al mundo fascinante de Gutenberg.
La edición de este marzo pasado tuvo como tema central “Los millonarios de México”, incluyendo también el clásico inventario anual de los ricachones del planeta, casi el mismo (supongo) que contiene la versión en inglés. La cifra de estos últimos es relativamente nimia, de 1.426 personajes muy disímiles, poquititos en comparación con 7 mil millones de seres ordinarios que poblamos el sufrido planeta Tierra. Se puede destacar enfáticamente que de ese micro mundo de billonarios 442 son de Estados Unidos (obvio), 386 de Asia Pacífico (sorprendente), 129 de “América” (¿qué tierras incluirá eso?) y 103 de África y Medio Oriente (estremecedora cantidad por muchas razones).
La celebridad tiene diferentes rostros y también muchos padres y madres. Pero el dinero en cantidades billonarias (en dólares o euros, claro) lo forja de modo relativamente rápido, pero también efímero, dicho sea de paso. Forbes no tiene interés en darle gloria eterna a nadie, sino sola y exclusivamente darle fama por unos cuántos años o meses a los enlistados de cada año. Los reyes Midas de los tiempos modernos, paradoja cruel y frustrante para quien ahora tiene ese estatus, pasarán a un discreto o escandaloso anonimato algún día de estos. Mark Twain, humorista ajeno a las envidias, entendía esto a la perfección: “la diferencia entre los ricos y los pobres es que los primeros tienen dinero y los segundos no”. Eso es todo y algo más que no viene al caso señalar aquí.
Destacan entre los millonarios de México, según Forbes de marzo, 35 señores y señoras -de familias de linaje acreditado la mayoría- por ser los supermillonarios, lo cual es evidente, y aunque todos los que están son, no todos los que son están, según mis cálculos inconfesables. De sus otras cualidades y gracias, que seguro las tienen, no hay mucho que decir de ellos, pues la revista no se mete en intimidades (sic). Pero entre ese grupo minúsculo de los “Favoritos del Destino” (Monsiváis diría), vaya que hay desigualdades monstruosas que ofenden (¿a quién?): el primero de la lista cuenta con una fortuna de US$73.000M y el que le sigue apenas ha acumulado US$18.200M, esto es algo así como el 25% de lo que tiene el resplandeciente ciudadano Slim. Y sobre el señor que ocupa el lugar 35, vale señalar que el pobre apenas tiene, con sus risibles US$558M, el ¡0,76%! de la riqueza de esta figura estelar del patriciado mexicano y mundial.
La desigualdad efectiva entre esos señores y señoras del edén mexicano desalienta. Así las cosas, no serán muchos los que se animarán a competir en ese grupo verdaderamente “VIP”, quizá solamente accesible al modesto y discreto caballero como Gastón Billetes -creación destacada del genial caricaturista mexicano Abel Quezada (1920-1991)-, un insigne barón del dinero cuya personalidad simboliza tal vez “las virtudes franciscanas de sobriedad y retraimiento”.
En la breve ficha biográfica de cada plutócrata anunciado en Forbes hay cinco cosas que pretenden explicarlo como tal: el monto de su patrimonio estimado, su edad, su estudios, su fuente de riqueza y el origen de su riqueza. Los métodos para calcular el valor patrimonial, sean o no acertados (no me parece inteligente discutirlos), explican en última instancia por qué esa persona está en esta lista minúscula. Los años de vida acumulados por cada uno de ellos sugieren muchas cosas, pero yo destacaría la disposición de más de cuatro de ellos de dar toda su cuantiosa hacienda por algo de salud y juventud. La formación escolar no me parece un dato que lleve a explicar algo de su enorme poder financiero. Y los últimos dos datos son francamente confusos. Pregunto: ¿cuál es la diferencia entre investigar su fuente de riqueza y el origen de su riqueza? Me atrevo a pensar que aquí hay un problema de traducción, pues una y otra cosa son lo mismo. Una pifia del equipo editor, sin duda.
Muchas cosas pueden sorprender de una lectura somera o detenida de este catálogo de ricachos del mundo. A mí me detuvo un hecho paradójico: esa lista de Forbes contiene un número nada desdeñable de pudientes empresarios chinos y rusos. Volviendo la vista hacia el pasado cercano de China y de Rusia, cuando todavía se veían ondear allí las banderas del socialismo en su versión marxista-leninista y sin que nadie tuviera la menor sospecha de que los funerales de esta preconizada utopía social estaban a la vuelta de la esquina. Hoy, a juzgar por los acontecimientos a la vista de todos, en estas naciones predomina un tipo de capitalismo singular que ha sido capaz de procrear apresuradamente una pequeña élite empresarial de clase mundial. En ella están los “nuevos rusos” y los “nuevos chinos”, muy lejos todos ellos de lo que la utopía revolucionaria llamaba el “hombre nuevo”.
Creo que seguiré comprando Forbes en español, pues una parte de mis curiosidades profesionales y sociales serán satisfechas de modo adecuado y barato. Su inventario sistemático de “los más ricos” me recordará las dificultades que tales seres singulares enfrentarán al competir desventajosamente, según el milenario dicho cristiano, con los dóciles camellos para entrar algún día en el reino de los cielos.