¿Qué es inversión de impacto? La Red Global de Inversión de Impacto (GIIN en inglés) la define como la inversión que genera un impacto social y medioambiental positivo. Se mide de forma precisa y además logra un retorno financiero. Todos estos componentes deben estar presentes para catalogar una inversión como inversión de impacto. Es decir, esta categoría particular no incluye muchos de los millones de dólares en ayuda oficial al desarrollo y actividades filantrópicas que no buscan un retorno financiero o no miden el impacto de sus operaciones de forma consistente.

La inversión de impacto proporciona capital para abordar algunos de los desafíos más apremiantes del mundo en sectores como la agricultura, la energía renovable, la conservación de la biodiversidad, las microfinanzas o unos servicios básicos asequibles y accesibles, incluidos la vivienda, la atención médica y la educación. Si bien la inversión de impacto se asocia principalmente a los mercados emergentes, también es relevante para los mercados desarrollados.

¿Cómo de grande es la inversión de impacto hoy en día? De acuerdo con el mismo GIIN, a finales de 2019, más de 1.720 organizaciones administraban US$ 715.000 millones en activos de inversión de impacto. En 2017 eran US$ 228.000 millones y en 2015, US$ 77.000 millones. Es decir, los activos dedicados a la inversión de impacto se duplican cada dos años. De seguir así, deberíamos haber alcanzado ya los US$ 1,5 billones invertidos en este particular tipo de inversión.

¿Qué rol puede jugar la inversión de impacto?

La inversión de impacto va un paso más allá de las herramientas de evaluación de riesgos que conocemos como criterios ESG (ambientales, sociales, y de gobernanza). Los estándares ESG ayudan a las compañías a entender cómo el mundo exterior (otras empresas, sus clientes, proveedores, o el planeta) y ellas mismas (gobierno corporativo, planes energéticos) pueden afectar al valor de sus activos. La inversión de impacto se centra en entender cómo los activos de una empresa (su actividad empresarial) pueden mejorar el valor de lo exterior (clientes, usuarios, el planeta).

Uno de los esfuerzos colectivos más importantes hoy en día es la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible. Estos 17 objetivos firmados por 193 países miembros de Naciones Unidas en 2015 se plantean acabar con la pobreza o el hambre en el mundo y asegurar un futuro sostenible. A día de hoy, ya en el ecuador del periodo fijado para lograrlos (2030), seguimos lejos de lograr siquiera el primero de éstos: erradicar la pobreza extrema. De acuerdo con el Banco Mundial, 120 millones de personas más fueron empujadas a la pobreza extrema en 2020, la primera vez que esta cifra aumenta en una generación. Naciones Unidas prevé que la tasa de pobreza global sea del 7% en 2030, muy lejos por tanto de cumplir con el ODS que pretende erradicarla.

Lejos de presentar un panorama desesperanzado, la inversión de impacto puede ofrecer los recursos, la metodología y el alcance para cumplir en la mayor medida posible con la Agenda 2030.

Inversión de impacto y fondos soberanos

Esta profesionalización del sector, que se lleva produciendo desde hace años, permite que cada vez más inversores institucionales (fondos de pensiones, aseguradoras, gestores de activos, legados y fundaciones) puedan invertir en esta clase de activo. El reto es mayúsculo, pues la inversión de impacto se mide en billions (miles de millones) de dólares mientras la necesidad de financiación a cubrir se mide en trillions (billones) de dólares.

Parte de esta profesionalización viene de la mano de un particular grupo de inversores institucionales que llevamos analizando más de una década: los fondos soberanos. De acuerdo con los datos del Sovereign Wealth Research del IE University Center for the Governance of Change, en 2021, los fondos soberanos invirtieron en operaciones valoradas en 9.000 millones de dólares en empresas y proyectos que persiguen algunos de los ODS más críticos: desde el acceso al agua, el desarrollo de energías renovables (incluidas fuentes alternativas como la energía nuclear o soluciones de geotermia), o la agrotecnología.

Hay operaciones muy interesantes que los fondos soberanos están promoviendo y financiando en todo el mundo. Temasek (Singapur) forjó una alianza de 500 millones de dólares en 2021 con LeapFrog, uno de los mayores gestores de impacto con presencia en 35 países de África y Sudeste Asiático. Fue la mayor entrada de capital en el mundo del impacto y la lideró un fondo soberano.

Más recientemente hemos visto inversiones muy prometedoras en otros mercados emergentes. Destaca México. GIC participó en una nueva ronda de inversión de US$ 150 millones en Stori. Este nuevo unicornio mexicano −ya son nueve− persigue la inclusión financiera y su negocio alcanza ya a más de 1,4 millones de personas. Gracias a esta nueva inyección de liquidez, Stori pretende crecer en México y nuevos mercados, con el objetivo puesto en los 100 millones de clientes con acceso a una cuenta corriente. Esta startup es además el primer unicornio mexicano cofundado por una mujer.

En Egipto, Masdar (filial de Mubadala) firmaba un ambicioso acuerdo de colaboración a largo plazo que incluye al fondo soberano de Egipto para desarrollar plantas de producción de hidrógeno verde que aspiran a generar 4 gigavatios para 2030. Este proyecto supondrá un crecimiento del 75% respecto a la capacidad renovable actual en el país.

Estos tres ejemplos recientes muestran que la inversión de impacto tiene un alcance geográfico global. La multitud de sectores, clases de activos y estructuras de financiación disponibles son amplias y auguran un crecimiento importante de los inversores institucionales en los próximos años.

En el caso de los soberanos, los fondos no solo actúan como proveedores de capital paciente, abundante y experto; además, muchos fondos estratégicos ubicados en África, América Latina o Sudeste Asiático pueden servir como catalizadores de inversión de impacto. Estos vehículos pueden ayudar a identificar las mejores oportunidades, reducir el riesgo país y favorecer el crecimiento de una industria local de fondos de impacto. Todo ello permitirá avanzar en los ODS en sus países y por tanto mejorará las condiciones de vida de forma sostenible y sostenida en el tiempo para tantas personas. El reto es inmenso pero la urgencia es mayor. Ya se ha iniciado el cambio.