El mundo bancario tiene ante sí muchos retos francamente complicados, ya no solo cómo conseguir rentabilidad. Las subidas de tipos de interés debidas a la inflación que nos asedian a nivel mundial están mitigando ese problema, mejorando los márgenes futuros de la banca. Sus retos tampoco se limitan a la enorme regulación que sigue atenazando sus equilibrios entre riesgo y rentabilidad, ni siquiera su propia mejora del riesgo reputacional.  

Quizás el mayor reto que afronta la banca tradicional sea el tsunami de nuevos competidores con los que tienen que pelear por un hueco en el mercado. Un reto que proviene sobre todo del mundo digital. La banca tiene que asumir importantes y necesitarías inversiones en nuevas tecnologías, y en este campo compiten con las fintech, muy ágiles, y las bigtech, que cuenta con cientos de millones de usuarios.

La digitalización financiera de la economía ha desarrollado nuevos modelos de negocio basados, o mejor dicho en servicios financieros prestados de otra manera.

Las llamadas empresas de tecnología financiera (fintech) tienen atributos que ponen contra las cuerdas a los modelos de negocio de la banca tradicional, siendo muy ágiles, innovadoras y con políticas de cliente desde su nacimiento.  Además, su modelo de negocio es muy escalable y si logran el objetivo estratégico de conseguir una masa de clientes suficiente para ser rentables y sostenibles, eso les permitirá acometer inversiones suficientes para desarrollar su modelo de negocio digital. Y América Latina está en posiciones líderes en este campo.

Quizá la salida más lógica para las entidades financieras sea convivir, y no competir, con estos nuevos modelos de negocio mediante la búsqueda de modelos de colaboración para crear valor mutuo.  Algunos bancos como BBVA incluso han lanzado un fondo de inversión, en este caso por 50 millones de euros (alrededor de US$ 57 millones), para invertir en fintech y seguir desde dentro la transformación del sector.

Pero tanto los bancos tradicionales como las fintech no dejan de mirar a las llamadas bigtech, las  grandes gigantes tecnológicas, tanto americanas (Google, Apple, Facebook, Amazon y Paypal), como chinas (Baidu, Alibaba y Tencent), que tienen atributos de eficiencia innovadora y digitales tan evolucionados como las fintech, pero también masa crítica de clientes y capacidad inversora muy superiores. Esto las convierte en potenciales competidores de gran fortaleza en cualquier tipo de acreditación para poder prestar todo tipo de servicios financieros, siendo capaces en muchos casos de generar alianzas con los bancos tradicionales que hagan de sus aspiraciones financieras una realidad del llamado “bigtech banking”.

Los bancos tradicionales, en esta colaboración con los gigantes tecnológicos, deben comprender que el mundo digital tiene que centrarse en la satisfacción e innovación que el cliente demanda y adaptarse a ello.

Para conseguirlo deben conseguir que los ejecutivos de banca se conviertan en actores de las nuevas y futuras tecnologías, comprendiendo los impactos en el negocio y en las operaciones, ofreciendo nuevos productos y servicios que sean analizados con el big data necesario para ser rentables y viables. Se considera que hasta el 50% de los costes de almacenamiento y gestión de datos de los bancos tradicionales se podrían reducir con la colaboración con las fintech y las bigtech.

Todos estos cambios estratégicos no pasan desapercibidos para los reguladores. La propia Junta Europea de Riesgo Sistémico (ESRB) está preocupada por la potencial repercusión de la digitalización bancaria y su alianza con el mundo “tech” en la estabilidad financiera y los riesgos del sistema.

Las entidades financieras están adquiriendo startups fintech aprovechando el acceso a la liquidez de los bancos centrales. Si bien las bigtech quieren entrar en el mundo del servicio de pagos, pero no tienen los sistemas de pago, que poseen los bancos.  Por ello, están condenados, de momento, a entenderse.

Además, para darle todavía mayor emoción a la castigada banca tradicional, los bancos centrales, como el Banco Central Europeo o el Banco Central de China están estudiando lanzar el euro y el yuan digitales. 

Estas monedas digitales podrían, en teoría, permitir que los ahorradores tuviesen una cuenta directa en los bancos centrales donde depositar sus ahorros, lo cual es un golpe en la línea de flotación de la intermediación bancaria.

Por dar datos estadísticos que nos hagan conscientes de la revolución digital en el mundo de la banca. Según un estudio de Mastercard, el 40% de los clientes bancarios usan servicios financieros online a diario, el 60% lo hacen semanalmente y el 80% lo hacen mensualmente y el 73% utilizan aplicaciones móviles. Los atributos que destacan los clientes digitales del sector financiero son comodidad, versatilidad de uso y seguridad.

El mercado se está moviendo a nivel mundial. La entidad bancaria más grande de Estados Unidos y sexto mayor del mundo por volumen de activos, JP Morgan Chase Bank, ya ha anunciado el lanzamiento de un banco digital en Reino Unido para expandirse por Europa y Latinoamérica. Es la primera operación fuera de Estados Unidos en sus más de 200 años de historia.

En España hay que destacar el fenómeno de la aplicación “Bizum” de pagos instantáneos lanzada por el sector bancario que ya cuenta con 17 millones de clientes. Ha sido un movimiento inteligente de la banca tradicional española para cortar el paso a cualquier fintech alternativa.

Toda esta actividad fintech a nivel mundial también hay que analizarla desde otro ángulo, ya que también puede estar generando una cierta burbuja inversora. En Brasil, la fintech “Nubank” se ha valorado su salida a bolsa en 47.000 millones de euros (en torno a US$ 53.500 millones). Cuenta con 40 millones de clientes, pero unas pérdidas en 2020 de 37,5 millones de euros (US$ 41,9 millones). El mercado valora una exponencialidad futura de resultados que habrá que ver como se produce, para ver si se justifica esa exorbitante valoración.

Hay que reconocer que la digitalización es un reto, lleno de oportunidades y amenazas para múltiples actores matriciales, en el que los ganadores serán los que se adapten mejor al medio existente, colaborando o compitiendo.