El número de altos funcionarios estatales que han mentido sobre sus credenciales académicas sigue creciendo. Ya no es un caso aislado por allí capaz de producir un comprensible escándalo público como fue el caso del primo bachiller que mintió diciendo que era economista. No. Ahora sucede que con el pasar de los días se va descubriendo que más y más altos funcionarios gubernamentales han hecho lo mismo o peores cosas. Las evidencias de sus falsedades han sido demasiado contundentes para ignorarlas.
Aparte del primo hay indicios de que otros han mentido diciendo, en unos casos, que tenían títulos profesionales cuando lo que habían sido era simples egresados, llegando a engañar incluso a establecimientos europeos, y dicen tener posgrados cuando al parecer lo que han hecho es simplemente asistir a unos cursos.
La incógnita que queda es saber qué hará el jefe de Estado que tanto empeño pone en insultar de “intelectualmente mediocre” a todo el que no piensa como él, cuando resulta que ha estado rodeado no solo de mediocres, sino de mentirosos.
Otros no han mentido diciendo que tenían un título universitario -como es el caso del título de ingeniero de un candidato vicepresidencial-, pero lo que hicieron fue igual o peor de grave: plagiaron buena parte de la tesis que les permitió obtener dicho título. Tal es el descaro que copiaron hasta las notas de pie de página.
Pero si lo anterior no era ya suficiente para llenarnos de vergüenza a los ecuatorianos, ahora resulta que otros altos funcionarios han obtenido un diploma de estudios académicos y un rimbombante título presentando una tesis que declaran haberla redactado entre los cuatro miembros de una misma familia –tres de ellos importantes funcionarios gubernamentales–, como si preparar una tesis académica fuese algo así como cocinar una paella en casa. Y, para variar, resulta que en este caso hay también indicios de plagio.
Lo asombroso del caso es que los funcionarios involucrados aceptan muy campantes ser los autores de estos fraudes, y en ruedas de prensa salen a dar explicaciones arrogantes y mostrarse desafiantes como si los ecuatorianos fuesen unos idiotas. Pero es más, las llamadas “tesis académicas” de estos señores son un monumento a la mediocridad, están plagadas de errores y pecan de todo rigor metodológico. A los estudiantes de secundaria de cualquier nación de Latinoamérica o África, para no irnos a las del mundo desarrollado, ni se les pasaría por la cabeza presentar cosas semejantes a sus profesores, no se diga a los universitarios para optar maestrías o doctorados.
Lo grave es que se trata de personas que ejercen importantes cargos públicos. Funcionarios que sus vidas deberían ser modelo para todos de una conducta ética, especialmente para los estudiantes. Sabemos que ellos, al menos por ahora, no serán sancionados legalmente. Es más, los centros académicos que se prestaron para estos fraudes seguramente nos dirán que nada malo han hecho. La incógnita que queda es saber qué hará el jefe de Estado que tanto empeño pone en insultar de “intelectualmente mediocre” a todo el que no piensa como él, cuando resulta que ha estado rodeado no solo de mediocres, sino de mentirosos. Y que luego no se queje cuando organismos internacionales ubican al Ecuador entre los países más corruptos del planeta.
*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.