La asociación entre vínculos familiares significativos y bienestar subjetivo abunda en la literatura académica, nacional e internacional. Esta relación tiene adeptos y detractores. Mientras los primeros relevan la capacidad del espacio familiar para proveer un tipo de bienestar subjetivo asequible a toda la población y en este sentido, independiente del nivel de ingresos, los detractores cuestionan el argumento de la felicidad en familia pues consideran que oscurece el papel de los determinantes socioestructurales del bienestar subjetivo y promueve una idea intimista y privatizadora de la felicidad.
El reciente Informe sobre Desarrollo Humano 2012 “Bienestar subjetivo: el desafío de repensar el desarrollo” entrega abundante evidencia empírica que confirma la relevancia del espacio familiar para la satisfacción general con la vida. Efectivamente, poseer vínculos significativos es una de las capacidades que más se relaciona con la satisfacción vital y con la frecuencia con la cual las personas manifiestan experimentar afectos positivos como estar motivado, alegre u optimista. Asimismo, un estudio cualitativo sobre prácticas del bienestar subjetivo, realizado en el marco de este Informe, concluyó que la familia constituye de acuerdo a los entrevistados, un ámbito que concentra las satisfacciones cotidianas, pues permite a las personas sentirse queridas y apoyadas, provee un sentido de vida, constituye un espacio de reconocimiento y validación personal y representa un soporte sobre el cual apoyarse a la hora de perseguir otros objetivos.
Sin embargo, junto a estos resultados, el IDH 2012 plantea la necesidad de incorporar otros elementos al análisis de la relación entre familia y bienestar subjetivo. En primer lugar, la familia no representa lo mismo para todas las personas. Si bien, la gran mayoría de chilenos y chilenas considera que la familia es un espacio en el cual encontrar descanso y apoyo (80%), para 20% la familia es principalmente una fuente de tensiones y problemas. Esta representación es mayor en los grupos más vulnerables (D y E) de la población chilena.
Estos resultados demuestran que el impacto de la estructura social no se limita a la distribución desigual de los ingresos o el acceso a la salud y la educación, sino que se expresa también en el nivel de las relaciones significativas y en las posibilidades de las personas para experimentar bienestar subjetivo al interior de la familia.
Pero las brechas no se reducen al plano de los imaginarios, sino que se expresan también en las formas en las que las personas intentan alcanzar el bienestar subjetivo al interior de la familia. El Informe indagó en la frecuencia de actividades familiares. Los resultados son categóricos: a mayor nivel socioeconómico, el promedio de actividades familiares también se incrementa. Entre éstas, conversar sobre asuntos familiares (62,5% de las personas ABC1 declara realizar habitualmente esta actividad, mientras que en el segmento E este porcentaje disminuye al 43,3%) y salir juntos (con una diferencia porcentual de 21,3% entre ambos grupos) presentan una distribución más desigual en la población.
Estas diferencias inciden en los niveles de bienestar y malestar individual de los chilenos. De acuerdo a la misma encuesta, mientras 42% de las personas del segmento E manifiesta sentirse frecuentemente solo, solo 14% del grupo ABC1 declara esta sensación. Vinculado a ello, los grupos de menor nivel socioeconómico manifiestan una menor satisfacción en la relación con sus hijos y padres que las personas pertenecientes a los estratos superiores. Estos resultados demuestran que el impacto de la estructura social no se limita a la distribución desigual de los ingresos o el acceso a la salud y la educación, sino que se expresa también en el nivel de las relaciones significativas y en las posibilidades de las personas para experimentar bienestar subjetivo al interior de la familia. En conclusión, la familia representa efectivamente un espacio potencial de bienestar subjetivo, pero esta capacidad se encuentra desigualmente distribuida.