¿Cuál es la forma más certera de establecer que un determinado fármaco cura cierta enfermedad? En ciencias naturales la respuesta es simple: diseñando experimentos controlados. Por ejemplo, se reúne a personas de características similares que son asignadas en forma aleatoria a dos grupos: uno de control y otro de tratamiento. Al grupo de control no se le administra el fármaco y al grupo de tratamiento sí. Dado que son grupos similares salvo por esa única diferencia, los cambios que se encuentren entre ellos tras el experimento podrían atribuirse al fármaco bajo investigación.

Por razones éticas, logísticas, o políticas, no siempre es posible realizar experimentos controlados en ciencias sociales. Por eso el reciente Premio Nobel de economía fue concedido a economistas que apelaron a los denominados “experimentos naturales” para afrontar esas restricciones. Es decir, situaciones en las que el mundo nos brinda en forma espontánea condiciones similares a las de un experimento controlado. Por ejemplo, uno de los galardonados averiguó el efecto de un incremento en el salario mínimo sobre el empleo, estudiando dos mercados laborales de características similares (en los estados de Nueva Jersey y Pensilvania, en los Estados Unidos), pero con una diferencia fundamental: en Nueva Jersey estaba por entrar en vigencia un incremento del salario mínimo y en Pensilvania no. Su conclusión fue que, contra lo que establece lo más parecido a una ley científica que tiene la economía (es decir, el postulado de que existe una relación inversa entre la cantidad demandada de un bien y su precio), el incremento del salario mínimo no tuvo como consecuencia una disminución del empleo. Dado que las condiciones iniciales deben ser similares para que dos casos sean comparables, esa conclusión no era generalizable. Pero, junto con estudios posteriores que llegaron a conclusiones similares, sí podía establecerse, cuando menos, que la “ley” en cuestión admite excepciones (cuando, en principio, una ley científica debería tener validez universal).

También existen experimentos naturales en otras ciencias sociales. Hasta 1945, por ejemplo, la península coreana tuvo siglos de historia compartida. Era una sola entidad política, resistió a los mismos invasores (por ejemplo, padeció entre 1910 y 1945 el colonialismo japonés), y las condiciones económicas eran relativamente similares. Además, la lengua y la tradición confuciana eran parte de una cultura común. 

Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial, se trazó una frontera en el paralelo 38 que llevó a la creación de dos Estados independientes, con instituciones políticas y económicas diametralmente opuestas. Acemoglu y Robinson en su libro “Por qué Fracasan los Países”, sostienen que hacia 2012 el ingreso per cápita de Corea del Norte era la décima parte del de Corea del Sur, y su esperanza de vida era 10 años menor (diferencias que no existían antes de la Segunda Guerra Mundial).

Otro ejemplo que proveen los autores de la influencia de las instituciones sobre el desarrollo económico concierne al Perú. Comparan las provincias de Calca y Acomayo en el Cuzco y constatan que, pese a la similitud de sus condiciones iniciales, en 2012 la provincia de Acomayo era significativamente más pobre que la de Calca. Al investigar cuál pudo ser la coyuntura crítica a partir de la cual se bifurcan las trayectorias de ambas provincias, concluyen que “La principal diferencia histórica entre Acomayo y Calca es que Acomayo estaba en la zona de influencia de la mita de Potosí, Calca no”. Es decir, instituciones establecidas en un pasado remoto (como el repartimiento, el trajín o la encomienda durante la colonia), podrían perdurar con cambios (como en el gamonalismo durante la república), mucho después de su derogación formal.

Otra forma de ver la influencia del pasado sobre el presente, sería constatando que los países con mayor estabilidad política y desarrollo relativo en América Latina (como Costa Rica o Uruguay), suelen ser países que ocuparon una posición marginal en el sistema político colonial.