Durante décadas el libro de texto en economía más utilizado en el mundo fue el de Paul Samuelson. En la edición de 1961, Samuelson preveía que la economía soviética podría superar en tamaño a la estadounidense en 1984. En la edición de 1980 tuvo que postergar la fecha hasta 2002. Cuando la Unión Soviética desapareció en 1991, su economía representaba menos del 50% del tamaño de la estadounidense.

A mediados de la década del 70 el denominado Club de Roma elaboró una tabla insumo producto mundial. Según ella el uso industrial de materias primas como el cobre crecía a tasas tan altas, que sus precios se dispararían porque las reservas comenzarían a agotarse: en la década siguiente el precio del cobre comenzó a caer. En 1986 Peter Drucker nos explicaba por qué había ocurrido eso en un artículo para la revista Foreign Affairs. Según él, la tendencia a la baja en el precio de productos primarios como el cobre era estructural, debido al hecho de que, en sus palabras, “la producción de materias primas se ha ‘desacoplado’ de la producción industrial”: entre inicios de siglo y 2007 la cotización del cobre subió de unos setenta centavos a dos dólares cincuenta por libra.

En 2003 Robert Lucas, Premio Nobel de economía, declaró que “el problema de prevenir las depresiones económicas ha sido resuelto”. En 2004, el responsable del Consejo de Asesores Económicos del presidente Bush, Ben Bernanke, apeló a la frase “La Gran Moderación” para referirse al hecho de que la teoría económica había descubierto cómo prevenir cambios abruptos en los ciclos de la economía: en 2008 y 2020 sufrimos las mayores recesiones internacionales desde la Gran Depresión.

Antecedentes como esos aconsejan cautela cuando intentamos extrapolar a futuro las tendencias recientes en la economía china. Por ejemplo, al intentar predecir la fecha en la cual esta habrá de superar en tamaño a la estadounidense. Desde hace cerca de una década hubo economistas que advertían sobre la existencia de una burbuja inmobiliaria que, al desinflarse, afectaría las perspectivas de crecimiento en China. Pero pasaron los años sin que la presunta burbuja se desinflara, con lo cual el tema pasó a un segundo plano. La reciente crisis de la empresa inmobiliaria Evergrande sugiere que, finalmente, algo así podría ocurrir: según un reporte del diario Financial Times, en China existen suficientes inmuebles vacíos como para alojar a 90 millones de personas.

Otra posible fuente de problemas a futuro podría ser la previsión de Frederick Von Hayek según la cual los intentos de planificación estatal de la economía jamás podrían lidiar en forma eficiente con la información necesaria para tomar decisiones racionales. No sólo porque esta es virtualmente infinita, sino además por la naturaleza local o tácita de buena parte de esa información. De ser ese el caso, las ventajas de un proceso descentralizado de toma de decisiones podrían ser aún mayores en la denominada “economía del conocimiento”, basada en las tecnologías informática y de telecomunicaciones.

Aunque China no posee ya una economía de planificación central, la injerencia discrecional del Estado en la economía (que nunca desapareció), viene creciendo bajo el liderazgo de Xi Jinping. Lo cual incluye los intentos de mantener un control oficial sobre toda información que, siendo políticamente sensible, podría sin embargo ser necesaria para las decisiones de los agentes económicos. No es casual, por ejemplo, que en China los casos del "Síndrome Respiratorio Agudo Severo" (SRAS) fueran objeto de censura oficial, hasta que el estallido de la pandemia en noviembre de 2002 pusiera fin a ese secreto de Estado. Y sabemos que también hubo intentos de ocultar información en el origen de la pandemia de COVID-19. Por ejemplo, cuando médicos como Li Wenliang advirtieron sobre la propagación de una variante de los coronavirus particularmente riesgosa, fueron sancionados y obligados a retractarse (Li Wenliang finalmente murió de COVID).