Uno de los aspectos que poco se analizan cuando se habla de la guerra de Afganistán fue la exitosa política de erradicación de los cultivos de amapola y el control de la producción de heroína durante el gobierno de los talibanes de 1996 a 2001.

Cuando asumieron el poder en 1996, después de la derrota de la Unión Soviética y de la intensa guerra entre diferentes grupos tribales, se calculaba que en Afganistán había unas 82.000 hectáreas sembradas de amapola. Todo cambió cuando el régimen prohibió con medidas draconianas la siembra y la producción de heroína en el territorio afgano. Entonces, el área de siembra se redujo a 8.000 hectáreas.

Un mes después del atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN invadieron Afganistán, derrocaron al régimen de los talibanes y el territorio afgano quedo bajo su control militar. Lo polémico fue que un año después de la ocupación, la producción de amapola se disparó y pasó de 8.000 a 75.000 hectáreas sembradas. Dos décadas después las áreas sembradas están alrededor de las 328.000 hectáreas. Las estadísticas señalan que el 60% de esa producción se localizan en el valle de Helmand, donde Estados Unidos desarrolló uno de los sistemas de riegos más modernos construidos con dineros de la USAID.

La apuesta de Estados Unidos en Afganistán no fue consolidar un estado y un gobierno fuerte de acuerdo con las particulares históricas, tribales y culturales de la sociedad afgana, sino que buscó consolidar un estado con la visión de occidente al servicio de sus intereses estratégicos en Asia Central. Fueron sus intereses estratégicos los que propiciaron que Afganistán en dos décadas se convirtiera en el principal productor de heroína del mundo. Se calcula que en Afganistán se produce el 95% de la heroína a nivel global, incremento que tiene una explicación: es un negocio controlado por redes aliadas de la CIA y el Pentágono, cuyas ganancias han sido clave para afianzar los intereses de Estados Unidos en Asia y fueron preponderante en el desarrollo de la política de ocupación.

Existen informes y testimonios sobre cómo la CIA transformó a Afganistán en una narcoeconomía y en una cleptocracia con los gobiernos de los presidentes Hamid Karzai y Ashraf Ghani Ahmadzai, ambos elegidos mediante fraudes electorales propiciados desde la Casa Blanca. Igualmente existen informaciones sobre la participación de miembros del Ejército estadounidense, de grupos de mercenarios y de contratistas dedicados al tráfico de la heroína que se produce en las provincias afganas.

El diario The Washington Post reveló que un miembro de la inteligencia australiana que participó en operaciones de la OTAN, testificó que en los convoyes militares estadounidenses se trasladaban los cargamentos de drogas a los puertos de Pakistán. Este medio también reveló en sus entregas sobre los documentos de Afganistán: “la guerra contra la verdad” que las “operaciones externas de la CIA son financiadas a partir de las ganancias de las drogas y se dice que “las acusaciones de que los talibanes utilizaban el comercio de heroína para financiar sus operaciones era una falsificación y una forma de apuntar hacia la dirección equivocada”.

El historiador Alfred McCoy, en su libro “La política de la heroína: La complicidad de la CIA en el comercio global de las drogas”, sustentado en documentos desclasificados denuncia las relaciones de la CIA con el comercio mundial de las drogas. El gobierno federal de Estados Unidos desclasificó archivos que revelan participaciones de la CIA en los negocios de tráficos de drogas para para financiar las luchas de la resistencia afgana contra la ocupación soviética.

Por lo tanto, los vínculos de la CIA y el Pentágono en los negocios de tráficos de drogas para financiar guerras y conflictos en determinados países no es un asunto nuevo en la política exterior estadounidense, se vivió en la guerra de Vietnam, la guerra de Irán-Contras en Nicaragua, en Irak, en el Cáucaso, en Afganistán en las luchas contra los Soviéticos y en la guerra que libraron contra los talibanes.