Hace un par de semanas el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, anunció su decisión de disolver su gobierno en virtud de su inminente próxima ruptura por discrepancias graves entre los miembros de su coalición. En consecuencia, días después el parlamento habría de autodisolverse, tomando como fecha para celebrar los comicios el próximo 4 de septiembre. Pero he ahí que en la madrugada del martes pasado, Netanyahu mismo avisaba que acababa de concertar un acuerdo con Shaúl Mofaz, líder máximo del principal partido de oposición, Kadima, de orientación de centro y centro-derecha, para formar un gobierno de unidad nacional. Con ello las elecciones previstas fueron canceladas, dejando a buena parte del sorprendido público israelí con la impresión de haber sido manipulado en una maniobra política que salvaba al gobierno actual del brete en el que se encontraba.

Una primera reflexión al respecto indica que Netanyahu aprovechó la decadencia evidente de su opositor, el partido Kadima, para conseguir a partir de ello su aceptación de sumarse al gobierno. En efecto, las encuestas pronosticaban para el partido de Mofaz apenas 13 bancas en las elecciones a celebrarse, siendo que en la actualidad cuenta con 28 escaños. El cálculo para Shaúl Mofaz fue así que más le valía conservar durante el año y medio que resta hasta las siguientes elecciones esta importante presencia en el recinto parlamentario, que perder en septiembre próximo más de la mitad de su fuerza legislativa. Mofaz fue nombrado así viceprimer ministro y ministro sin cartera, con el resultado de que Netanyahu encabeza hoy un gobierno extraordinariamente amplio que comprende a 94 de las 120 bancas del Parlamento.

¿Qué gana Netanyahu con estos movimientos? No sólo conservar el puesto hasta octubre de 2013 -cuestión que de cualquier forma tenía prácticamente asegurada para una nueva cadencia según las encuestas- sino también, y sobre todo, liberarse de las presiones excesivas -y a menudo abusivas- de varios de sus socios ultranacionalistas y ultraortodoxos que mediante su amenaza constante de salirse de la coalición y provocar el derrumbe del gobierno si las cosas no se desarrollaban a su manera, dirigían detrás del telón el rumbo de la nación de acuerdo a sus intereses e ideologías.

¿Qué gana Netanyahu con estos movimientos? No sólo conservar el puesto hasta octubre de 2013 -cuestión que de cualquier forma tenía prácticamente asegurada para una nueva cadencia según las encuestas- sino también, y sobre todo, liberarse de las presiones excesivas -y a menudo abusivas- de varios de sus socios ultranacionalistas y ultraortodoxos...

Evidentemente el respaldo conseguido mediante la inclusión de Kadima constituye un mullido colchón para Netanyahu, quien ahora podrá mostrar de manera más clara y sin pretextos cuál es su genuina visión de Estado. Hasta ahora, tanto en cuestiones de política interna como exterior, Netanyahu era percibido como alguien que actuaba bajo la sombra permanente de las demandas de sus socios y de un creciente número de miembros de su propio partido, el Likud, que se habían radicalizado de manera importante en los últimos tiempos.

De ahí las ambigüedades y movimientos zigzagueantes que durante sus tres años de gobierno mostró Netanyahu una y otra vez en diversos temas de absoluta relevancia nacional. Ahora podrá actuar con mayor libertad y encarar de frente problemas fundamentales en los que privaron casi siempre las propuestas difusas o contradictorias. Se abre así un periodo en el que Netanyahu tendrá que evidenciar cuál es su línea real en el abordaje de cuestiones candentes como la negociación con su contraparte palestina, la construcción de asentamientos en Cisjordania, los privilegios y responsabilidades de la población ultraortodoxa, el manejo de la economía, incluido el destino de los subsidios gubernamentales, la política social, la respuesta al desafío iraní y la naturaleza de las relaciones del país con actores internacionales de peso, tales como Estados Unidos, la Unión Europea y los vecinos del mundo árabe, sumidos como están en las turbulencias derivadas de la Primavera Árabe. Ahora se sabrá qué tanto Netanyahu compartía o no las posturas de sus socios y si en su visión hay lugar para cambios decisivos y trascendentes que modifiquen el rumbo por el que transita Israel.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.