Según relato de Eduardo Galeano, consultado sobre las razones de su respaldo al presidente, un venezolano de a pie respondía: “Yo no quiero que Chávez se vaya, porque no quiero volver a ser invisible”. Aun si se tomó alguna licencia poética, lo que a los opositores a Chávez siempre les costó reconocer es que el de Galeano pudiera ser un relato verosímil.

Consultados por ejemplo por el Latinobarómetro (una encuesta urbana realizada en 18 países de América Latina y el Caribe), si en su país se gobernaba para todo el pueblo o para un grupo poderoso, entre 2004 y 2011, 39% de venezolanos respondían que se gobernaba para todo el pueblo, mientras que el promedio regional se ubicaba en 26%: lo que se da en llamar el “carisma” de Chávez no reposaría sólo en la relación clientelar que establece con sus seguidores, sino además en el hecho de que estos creen ser reconocidos por la autoridad.

Pero como sostenía Weber, en tanto la autoridad carismática se basa también en parte en cualidades personales consideradas excepcionales, suele generar un problema de sucesión. Problema que Chávez pretende resolver a través de uno de los mecanismos identificados por Weber: la designación por parte del jefe carismático de un sucesor, y el reconocimiento de éste por sus demás seguidores.

En caso de producirse elecciones anticipadas a la brevedad posible, el chavismo tendría la ventaja de que el costo para los votantes de las tendencias en la economía no sería aún aparente en toda su magnitud. Y si pese a ello la oposición se alzara con el triunfo, podría heredar una bomba de relojería en compás de espera.

Un sector de la oposición venezolana (aunque no Henrique Capriles) cree ver en este último punto una ventana de oportunidad para forzar una nueva elección presidencial. Pero las presuntas desavenencias entre los seguidores de Chávez (como el estado de salud de este último), son materia de incesante especulación precisamente porque tenemos tan poca información en torno a ellas. Una de las pocas fuentes de información sobre su existencia es el testimonio de quien fuera sindicado como uno de los ideólogos del “Socialismo del Siglo XXI” (además de haber acuñado la frase), Heinz Dieterich. Según este, militares tanto en retiro como en actividad que ocupan cargos políticos (desde el presidente del Congreso, Diosdado Cabello, hasta el Ministro de Defensa, Diego Molero), representarían lo que denomina una “derecha endógena” (por oposición a aquella derecha constituida, según Chávez, por los “cachorros del imperio”).

En cualquier caso, la presunción de que la convocatoria lo antes posible a nuevas elecciones sería lo que más conviene a la oposición es francamente discutible. De un lado, cada vez que la salud de Chávez se resiente, crece su popularidad en las encuestas. Lo cual a su vez favorece las perspectivas electorales de sus seguidores. Por ejemplo, en las elecciones presidenciales de Octubre pasado (cuando se creía por versión del propio Chávez que había superado el cáncer que lo aquejaba) la oposición tuvo su mejor resultado desde 1998. Tan sólo dos meses después (mientras sus partidarios invocaban a votar por el oficialismo como tributo a un Chávez convaleciente), la oposición perdió en elecciones regionales la mitad de las gobernaciones que ejercía. La salud de Chávez tal vez no sea la única explicación posible de esa diferencia, pero parece ser al menos parte de la explicación. De otro lado, si la oposición cuenta con que las divisiones dentro del chavismo jueguen en su favor, esas divisiones parecerían más probables una vez confirmada la ausencia definitiva del líder que aglutina a todas las facciones de su movimiento.

Pero la razón fundamental por la que una elección temprana favorecería a los seguidores de Chávez, antes que a sus opositores, es el estado de la economía. Según el economista del Bank of America, Francisco Rodríguez, el gasto público en Venezuela creció 30% en términos reales (es decir, descontando una inflación de 20% anual), entre agosto de 2011 y agosto de 2012 (es decir, durante la coyuntura previa a la reelección de Chávez). Esa es una de las razones por las que, según el Fondo Monetario Internacional, la deuda pública venezolana habría pasado de representar poco más de 25% del producto en 2008, a representar más del 50% en 2012. A su vez, la deuda de la principal empresa del país (la estatal Pdvsa, que financia parte de los programas sociales del gobierno), habría pasado de ser virtualmente inexistente en 2006, a representar más de un 10% del producto en 2011. Sume a todo ello que el tipo de cambio del Bolívar en el mercado negro supera en más de tres veces su cotización oficial, y quedara clara la magnitud de los problemas que podría enfrentar en el futuro previsible la economía venezolana. Y todo ello con un barril de petróleo (recurso que da cuenta de la virtual totalidad de las exportaciones venezolanas), que se cotiza por encima de los US$100: es decir, un precio que, salvo que se produzca una súbita y severa contracción de la oferta (como consecuencia, por ejemplo, de un ataque contra Irán), probablemente no crezca significativamente a lo largo del año.

En caso de producirse elecciones anticipadas a la brevedad posible, el chavismo tendría la ventaja de que el costo para los votantes de las tendencias en la economía no sería aún aparente en toda su magnitud. Y si pese a ello la oposición se alzara con el triunfo, podría heredar una bomba de relojería en compás de espera.