En la primera vuelta de las elecciones, Perú logró una distinción dudosa que todavía no ha recibido mucha atención global: por primera vez en la historia de la democracia humana, los votos en blanco y nulos recibieron más apoyo que cualquier candidato presidencial. Perú también es el único país en el mundo donde cuatro partidos distintos han ganado en cuatro elecciones consecutivas, sin considerar que vendrá un quinto partido próximamente.

No cabe duda que este voto histórico refleja la falta de confianza en los partidos políticos e incluso hacia el sistema democrático. Aunque no lo parezca, los partidos políticos débiles y la mediocracia de la política peruana han ayudado al Perú a escapar de dos problemas graves que sus vecinos latinoamericanos están luchando actualmente.

Primero, las debilidades de partidos políticos resultaron en elecciones centradas en candidatos. El enfoque pasó de las ideologías partidistas a las personalidades individuales. Como resultado, los peruanos escaparon la polarización que vemos hoy en Brasil, Chile, Venezuela y Ecuador. No hubo un giro masivo de derecha a izquierda, solo entre centro-derecha y centro-izquierda.

En segundo lugar, la base política tan débil resultó en la moderación de las políticas económicas, minimizando siempre los riesgos y tratando de apaciguar a todos. Desde 2001, cada presidente peruano ha seguido una mezcla de políticas macroeconómicas conservadoras y programas sociales. Por ello, no es tan sorprendente que el PIB de Perú se haya multiplicado casi cinco veces, pasando de US$ 50.000 millones en 1999 a US$ 226.000 millones en 2019. Al mismo tiempo, el puntaje de desigualdad Gini cayó de 54,8 en 1999 a 41,5 en 2019; en Sudamérica, solo Uruguay tiene un puntaje de Gini más bajo.

Sin duda, este modelo económico ha tenido sus fallas: notablemente, no pudo distribuir las ganancias equitativamente, dejando atrás el interior y las zonas rurales, mientras que los sistemas de educación pública y salud seguían siendo subdesarrollados.

A pesar de eso, este modelo económico ayudó a Perú evitar los colapsos económicos que han acosado países más aventureros económicamente como Venezuela, Argentina y Brasil.

Desafortunadamente, lo más probable es que Perú se desvíe de este camino moderado después del 6 de junio. Con 21% de votantes indecisos, es imposible decir a qué lado soplará el viento.

Quien gane tendrá que detener una bomba de tiempo: un sistema de salud devastado, una economía debilitada, altos niveles de deuda pública, pobreza y desempleo, y una población muy descontenta. Además, es probable que el reciente período de polarización entre la primera y la segunda vuelta provoque protestas populares, gane quien gane.

Como siempre, el mayor desafío para el próximo presidente/a será navegar un congreso obstinado sin una mayoría, dejándole paralizado e incapaz de aprobar reformas socioeconómicas o políticas serias.

Por ahora, tanto Pedro Castillo como Keiko Fujimori solo buscan ganar la elección. Quien gane más probablemente va moderar su posición para minimizar los riesgos de un colapso económico y disturbios políticos que han llegado a su punto de ebullición debido a la pandemia de COVID-19.

El próximo presidente peruano enfrentará una multitud de desafíos, pero una cosa es segura: un giro radical hacia la izquierda o derecha pone al país en aún más peligro. Sería prudente establecer alianzas con la oposición para mantener el tramo más largo de democracia en Perú.

* Las opiniones expresadas son del autor y no reflejan las del gobierno colombiano.