Uno de los problemas más serios de una sociedad que no estudia la historia, como somos todas las sociedades latinoamericanas, es que, como dijo George Santayana, estamos condenados a repetirla. No es ni siquiera que no estudiamos nuestra propia historia. No estudiamos ninguna, de modo que repetimos las de todos los lugares y, por la llamada Ley de Murphy, repetimos sólo los errores más macabros, incluyendo caer en trucos como el del billete de la lotería.

Este truco consiste en mostrarle a un individuo una lista falsificada de premios de la lotería, destacando el número con el premio mayor, y mostrando al mismo tiempo un billete con el mismo número -el supuesto ganador de ese premio. Esto tiene que hacerse en un domingo para alegar que ese día no se puede cobrar el premio y, entonces, ofrecer el billete por una fracción del premio supuestamente ganado. Cuando descubren que el billete es falso, ya es muy tarde para recuperar su dinero.

El equivalente político de este truco es el de desmontar toda la estructura de pesos y contrapesos del Estado democrático para obtener el poder total con la promesa de que al desbandar a la Asamblea Legislativa o a la Sala de lo Constitucional, o a ambas, el aspirante a tirano va a poner en esos puestos a gente proba y buena, definiendo ésta como la gente que lo obedece en todo a él. Ya nadie debería siquiera prestarle atención a este truco. Su uso ha sido el origen más común para las tiranías. La candidez de los latinoamericanos ha sido tal que varios dictadores en potencia usaron estos argumentos para vender sus billetes falsos de lotería, y tuvieron éxito en obtener apoyo de la población. Para el momento en el que la gente se dio cuenta de la estafa, que todo había empeorado, ya era demasiado tarde para evitar daños enormes a sus países y a sus vidas personales.

Los que usaron este truco empeoraron y ensuciaron más sus países de lo que habían estado. Estos incluyen a Fujimori en Perú (ahora preso), Chávez en Venezuela (la dictadura que se sostiene a base de sangre, sólo superada por Cuba), Correa en Ecuador (ahora en juicio por corrupción), Morales (expulsado del poder y el país) en Bolivia, y Ortega (el sucesor de Somoza como tirano) en Nicaragua. En todos estos casos el pueblo al final se dio cuenta de que había sido estafado y sufrió mucho para liberarse de ellos, o sigue sufriendo sin liberarse de ese momento en el que compraron el billete premiado, pensando que darle el poder total a una persona era mejor que tener una democracia respetuosa de los derechos.

En El Salvador, hemos llegado al borde de que se nos fuerce la compra de ese billete con el apoyo de las armas militares, pero las instituciones han respondido con mucha fuerza en defensa de la institucionalidad democrática. El tratar de usar este billete no ha sido "un desliz del presidente", o un error de juventud...

En El Salvador, hemos llegado al borde de que se nos fuerce la compra de ese billete con el apoyo de las armas militares, pero las instituciones han respondido con mucha fuerza en defensa de la institucionalidad democrática. El tratar de usar este billete no ha sido "un desliz del presidente", o un error de juventud. Lo hizo de hecho, y hasta anunciado en un mitin de campaña de hace más de un año en la Universidad Nacional. Pero él si cometió cuatro errores. Uno, sobrestimar su popularidad nacional e internacional, que él creyó era suficiente como para que le aceptaran violar la constitución. A él y a sus asesores les faltó mundo para darse cuenta de que los que le demostraron simpatía internacionalmente lo hicieron porque vieron en él un camino a una democracia moderna, no el regreso a las dictaduras de opereta del siglo XIX. El segundo fue el llenarse de asesores que sólo le dicen que sí a todo, que no pudieron advertirle que era imposible no perder el considerable capital político que había acumulado en el exterior, y que eso le erosionará muchísimo el apoyo local. El tercero fue tratar de amordazar a la prensa, que es otra fuente segura de obtener información sobre la realidad. Es decir, él excluyó a todos los que le podían haber advertido del grave peligro de lo que hizo el domingo. El cuarto fue politizar de nuevo a las Fuerzas Armadas y depositar en ellas el poder de su presidencia. El domingo él mandó con sus acciones un mensaje muy claro: "Yo mando y puedo hacer lo que quiero porque tengo conmigo el poder de los militares". Con esto él no sólo se equivocó con creer que puede hacerlo todo, sino también transfirió la fuente de su poder de la constitución a las armas, que cualquier otro puede tener, y abrió una caja de Pandora que hay que cerrar inmediatamente, porque si los militares piensan que ellos son la fuente del poder, al ahora presidente le quedará mucho tiempo para estudiar la historia de Roma, y darse cuenta de cómo las guardias pretorianas se convirtieron en los ejes del poder y los emperadores en sus títeres. Ni siquiera la historia de Roma. Puede estudiar esta lección en todas las historias, incluyendo la de aquí.

Y el pueblo tiene que entender que la democracia no puede transformar a los seres humanos, volviéndolos a todos buenos, pero sí puede hacer que varios poderes controlen la posibilidad que uno se convierta en tirano -como está pasando aquí.

*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.