En mi columna de los lunes he dicho que Cuba no es una república. Ahora digo, óiganme, que España es una república. Ni error ni paradoja. Se dice que Aristóteles dividió los sistemas de gobierno según quien es el soberano. Si lo es solo una persona, estamos en una monarquía, si este soberano gobierna en su propio provecho y en desmedro de los otros, el sistema deriva en una tiranía. Si la soberanía reside en una minoría, hablamos de una aristocracia; si esta élite abusa del gobierno en su provecho exclusivo, la llamamos oligarquía. Y si el soberano es la mayoría, tenemos una democracia, que se pervierte si esa mayoría impone un régimen para su único provecho y atropella a los otros estamentos, forma a la que denominan demagogia. Esto último no lo dijo Aristóteles, según él la forma pura es la “comunidad”, en la que la mayoría ejerce el poder respetando los derechos de los demás, y la forma degenerada es la democracia, en la que la mayoría aplasta a las minorías, sin tomar en cuenta sus derechos. Lo que algunos traducen como “comunidad”, el gobierno de la mayoría en provecho de todos y con respeto de los derechos de todos, prefiero llamarla “república” (res publica, la cosa de todos) que es un término menos equívoco. Recordemos que en el Siglo de Oro y hasta mucho después, cuando se decía “esta república”, se estaba hablando de esta comunidad o de esta nación, sin alusión a un tipo de organización política determinada.

La institucionalidad de los estados tiene un realidad objetiva, la manera en que se ejerce el poder, y una representación simbólica. Sucede que algunos estados tienen un simbolismo regio, basado en un rey, con las insignias y enseñas que tradicionalmente usan los reinos o imperios. Si en tales países, el poder objetivo es ejercido por la mayoría, se habla de una “monarquía constitucional”, una denominación inexacta porque, para empezar, el paradigma de este tipo de gobierno, el Reino Unido, no tiene Constitución. En realidad son repúblicas, por más que no se llamen así. Por el contrario, existen monarquías o, con más precisión, tiranías que se llaman a sí mismo “repúblicas”, como los casos de Cuba o Siria, en las que la soberanía la ejerce un déspota, para su propio y exclusivo provecho, pero manejan una simbología democrática o revolucionaria. En el recto sentido de la palabra no son repúblicas, como tampoco lo son las oligarquías, como China, donde un grupo (el partido Comunista) detenta todos los poderes y los maneja para beneficio de sus camarillas, por mucho que se rotule “república popular”.

Entonces tenemos que España es más república que Corea del Norte, a pesar de que Juan Carlos de Borbón sea rey y Kim Yong-Un, presidente. El primero “reina” sin ningún poder objetivo, mientras que el segundo es el soberano, con una autoridad más absoluta que la que tuvieron muchos emperadores. Ahora ya nadie se opone a los reyes europeos con pretexto de su autoritarismo. Se los critica más por el gasto que el simbolismo monárquico conlleva y por sus poco edificantes vidas privadas. Ya que son un símbolo, deben serlo impoluto, como una bandera, piensa mucha gente. Feo empleo el de rey de una república. Nunca hacen su voluntad y viven en perpetua observancia del decoro de su cargo. ¡Pobres!

Por eso, cuando quieren hacer lo que les da su Real Gana (nunca mejor dicho eso de real), tienen que hacerlo a escondidas. Así Juan Carlos I de España se va sin avisar a nadie, de cacería de elefantes a la República de Botsuana. Este país mediterráneo es uno de los mejor organizados y prósperos de África subsahariana, su PIB per cápita duplica al de Ecuador. Allí han optado por un sistema que permite cazar determinados animales a cambio del pago de una licencia bastante costosa. Es un deporte para privilegiados, pero que ayuda al mantenimiento de las reservas naturales. Cada año el gobierno de Gaborone establece un cupo de animales que podrán ser sacrificados, de acuerdo al estado de la población de cada especie. Así en la actualidad está prohibido cazar leones. Las ventajas de este esquema son múltiples: previene la caza furtiva, produce ingresos al país y controla la sobrepoblación de ciertas variedades. Los beneficiarios directos del negocio se interesan activamente en no solo en la supervivencia, sino en la abundancia de cada clase de animales, para poder satisfacer la demanda.

Se está extendiendo por el mundo una peligrosa visión de las relaciones de la humanidad con la naturaleza. Se habla de unos supuestos “derechos” de la naturaleza, que tomados literalmente conducirán a aberraciones muy graves. La actividad del ser humano es y solo puede ser antropocéntrica, centrada en el hombre.

El caso de los elefantes tiene algunas facetas a considerar. Un elefante que logra llegar a adolescente es un bicho poderoso, que seguramente morirá de viejo, ya que no tiene enemigos dignos de considerar. Por eso sus poblaciones crecen en demasía, convirtiéndose en una plaga que arrasa la vegetación y que transforma las sabanas en desiertos. Son peligrosos, la caza y la observación de estos proboscidios conlleva riesgos no despreciables. Hace unos meses, en la India, tres elefantes salieron de un bosque en el que tenían poca comida, entraron a un pueblo y mataron a un hombre sin problema... no, no se lo comieron, son vegetarianos. La naturaleza los dotó de grandes colmillos, pero esta fortaleza se ha convertido en su mayor debilidad. Estos largos incisivos son fuente de un material precioso: el marfil. Y para obtenerlo se sacrifica sin tregua a los paquidermos. Con el propósito de evitar su extinción, desde hace algunos años, se impuso una veda al comercio de marfil... con consecuencias desastrosas. La escasez disparó el precio, lo que hace que los cazadores furtivos consideren que por un par de colmillos vale la pena arriesgar hasta la vida. La población mundial de elefantes ha sido diezmada. Visto esto, la solución de Botsuana parece ser de las más inteligentes.

Claro que el sistema no funciona con todas las especies. Los rinocerontes son perseguidos para robarles su cuerno, que se usa en la medicina china como afrodisíaco. Todas las tentativas de conservación de este coloso han tenido pobres resultados, su población sigue disminuyendo. Simplemente no se puede matar ninguno. Cada animal tiene un manejo distinto, no es cuestión de ponerse a disparar a todo lo que se mueve.

Entonces, viene Juan Carlos para dedicarse al “noble deporte” de la caza (notarán las comillas). No hacía nada ilegal ni inmoral como rey ni como deportista, aunque era un momento políticamente inoportuno, en plena crisis económica, con escándalos en su familia... Pero no olvidemos que la caza es una actividad muy popular en España, nuestro probo veedor el ex juez Baltasar Garzón también le da contra las alimañas... Esta afición no gusta, probablemente a la mayoría de la humanidad, incluido este columnista, pero practicada siguiendo reglas debidamente prescritas, no tiene objeción ecológica ni ética.

Se está extendiendo por el mundo una peligrosa visión de las relaciones de la humanidad con la naturaleza. Se habla de unos supuestos “derechos” de la naturaleza, que tomados literalmente conducirán a aberraciones muy graves. La actividad del ser humano es y solo puede ser antropocéntrica, centrada en el hombre. El hombre es el único que tiene derechos, porque el poseerlos lleva el forzoso correlativo de un deber. Lo que sí sucede es que los humanos tenemos derecho a la naturaleza, íntegra, limpia, en condiciones tales que nos permita el aprovechamiento y el disfrute de sus dones. Pero eso es otra cosa. Así la caza puede ser practicada si se la hace en condiciones que no alteren la supervivencia de las especies y, más aún, si con la actividad cinegética se contribuye al mantenimiento de reservas y otros espacios de conservación, como ocurre en Botsuana.

“El ser humano o la naturaleza”, no hay tal disyuntiva; simplemente la humanidad no sobrevivirá sin la naturaleza. Alguien, un poquito suelto de lengua, dijo que si era preciso haría “fricasé con el último cóndor” para dar de comer al pueblo. Esas visiones reduccionistas solo nos llevarán a callejones sin salida. El cóndor, para usar el mismo ejemplo, inteligentemente aprovechado, digamos como atractivo turístico, puede producir para dar fricasé a miles de personas involucradas en tal actividad.

Puede haber reyes en las repúblicas, la caza puede ser ecológica. Las aparentes paradojas se resuelven cuando queremos ir más allá de las consignas y pensamos siete segundos antes de hablar.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.