“Si un gay busca al Señor y tiene buena voluntad ¿quién soy yo para juzgarlo? El catecismo de la iglesia católica dice que no se debe marginar a estas personas. Hay que integrarlas a la sociedad”.
El papa Francisco regaló con esta declaración un nuevo titular a los medios del mundo. Para algunos, una nueva luz en un camino eclesiástico oscuro y complejo. Para otros, un nuevo truco sacado de un sombrero efectista.
Entre actos efectistas y reales, entre gestos mediáticos y profundos, entre el cielo y el suelo, Francisco transita un moderno vía crucis. Los renglones torcidos de la Biblia pueden, otra vez, llevar a un final sorpresivo. Y traer con ello la buena noticia que esperan los católicos.
Lo cierto es que el camino del papa argentino es tan largo como sinuoso. Sus dos objetivos principales implican decisiones tácticas y estratégicas. La iglesia católica vive su peor momento en siglos y su crisis no sólo es moral.
Francisco busca, nada menos, que cambiar la curia romana e invitar al pueblo católico a retomar un camino de confianza en su centenaria institución, en medio de oscuros años de abusos infantiles y disputas económicas intestinas.
Ante ello, sus pasos no pueden ser frutos del azar. Como buen líder, debe hacer uso de la zanahoria y del garrote, debe hacer gestos para Montescos y Capuletos. Lo importante es que, como en el Quijote, los perros ladren. Porque el ruido que generen sus decisiones no sólo serán indicador de que avanza, sino que constituyen el bastón del que se continuará apoyando.
Lo que para algunos sólo constituyen actos efectistas y mediáticos (como hablar de una iglesia humilde, no usar los cuartos papales en los lugares donde vive o utilizar autos más normales en sus traslados), ha logrado penetrar –sin embargo- en los niveles más neurálgicos de la vida vaticana.
Cambió como primer ministro al polémico cardenal Tarcisio Bertone, quien llevaba décadas en el poder vaticano, siendo el hombre que estuvo a cargo de la institución en el período que renunció Benedicto XVI y se realizó el cónclave. En su reemplazo, trajo de vuelta desde Venezuela a quien era nuncio apostólico en ese país, monseñor Pietro Parolin, hombre de carrera diplomática. Siendo ambos italianos, sus perfiles son evidentemente distintos.
Luego, decidió crear una especie de directorio exclusivamente pensado para generar propuestas de mejora en el gobierno de la iglesia. El grupo lo conforman ocho cardenales de todos los continentes y de varias sensibilidades. Es primera vez que se hace algo similar en El Vaticano. La instancia, llamada “G-8” en los medios de prensa, es una muestra evidente y no mediática de contar con instrumentos de consulta más reales y menos formales.
El papa hizo también otra cosa inédita: el Instituto de Obras Religiosas (IOR), más conocido como Banco del Vaticano, entregó por primera vez en sus 125 años de existencia un balance público de su gestión anual. El procedimiento, a cargo de la firma internacional KPMG, permitió conocer que la instancia financiera de la iglesia católica generó ganancias por casi US$120.000 millones durante el año 2012, cuatro veces más que en el ejercicio anterior.
Así las cosas, lo que parecía un paso más de una caída a un verdadero foso sin fondo, ha resultado ser una de las decisiones más audaces de la Iglesia Católica en siglos.
La renuncia del cardenal alemán Joseph Ratzinger a su papado de breves siete años como Benedicto XVI, en febrero del año pasado, se dio en medio de una de las peores crisis públicas vividas por la Iglesia Católica en décadas, repasada no sólo por la corrupción en la curia y la caída del catolicismo en el mundo, sino que –peor aún- intensamente desprestigiada por una larga e impresentable lista de casos de pedofilia escondida y, a veces, hasta promocionada por altos sacerdotes.
La primera renuncia voluntaria al cargo papal en poco más de siete siglos hacía presagiar que sólo faltaba un pequeño soplo para la caída de la organización que reúne a 1.200 millones de creyentes en el mundo (cerca del 20% de la población global), pero lo cierto es que siguiendo una clásica premisa bíblica, la verdadera historia se tejía con renglones torcidos.
Contra todos los pronósticos -que cifraban las expectativas papales en religiosos de Italia, Canadá, Estados Unidos, Brasil o España- el arzobispo argentino Jorge Mario Bergoglio logró imponerse en el cónclave vaticano que reunió a 115 cardenales con derecho a voto de todo el mundo, aunque en su mayoría europeos. Y se convirtió así en el primer papa jesuita, el primer latinoamericano, el primero no europeo y el primero en llamarse Francisco.
En una entrevista concedida a “La Civiltá Cattólica”, revista oficial de la orden jesuita, subrayó un par de aspectos que aclaran más sus acciones.
Una de ellas es su especial cercanía con el concepto de “discernimiento” que propone el fundador de la orden, San Ignacio de Loyola. “No tener límite para lo grande, pero concentrarse en lo pequeño. Es una virtud que se llama magnanimidad y, a cada uno desde la posición que ocupa, hace que pongamos siempre la vista en el horizonte”, dice el pontífice.
La otra idea-fuerza se relaciona con su concepto de iglesia: “Veo la santidad en el pueblo de Dios paciente, entendiendo paciencia como la constancia para seguir adelante día a día. Una mujer que cría a sus hijos; un hombre que trabaja para llevar pan a la casa; los enfermos; los sacerdotes ancianos tantas veces heridos, pero siempre con su sonrisa porque han servido al Señor; las religiosas que tanto trabajan y que llevan una santidad escondida. La iglesia es la casa de todos, no una capillita en donde cabe sólo un grupo de selectos”, explicó Francisco.
En esa reveladora conversación con el director general de las revistas jesuitas del mundo desarrolló también otro aspecto basal: “La propuesta evangélica de la iglesia tiene que ser más sencilla, más profunda e irradiante. Sólo de esta propuesta surgen luego las consecuencias morales”.
La frase revela con mayor claridad hacia dónde apunta su peregrinación. La iglesia se perdió en una falsa construcción de una moral elitista, desorientando su interés principal: ser portadora de la “buena nueva”.
Entre actos efectistas y reales, entre gestos mediáticos y profundos, entre el cielo y el suelo, Francisco transita un moderno vía crucis. Los renglones torcidos de la Biblia pueden, otra vez, llevar a un final sorpresivo. Y traer con ello la buena noticia que esperan los católicos.