América Latina está pasando por una de las transiciones demográficas más rápidas de la historia. La fertilidad total latinoamericana pasó de 5.86 hijos por mujer entre 1950 y 1955 a 2,30 entre 2005-2010 y se estima que seguirá bajando a 2,05 antes del 2020.[1]
Se acerca al momento en el que la proporción de su población dependiente (de menos de 14 años y de más de 64) estará a su mínimo con respecto a la población en edad productiva. Esto quiere decir que los recursos económicos podrán ser liberados e invertidos en el bienestar familiar y desarrollo económico. Aunque es verdad que los diferentes países latinoamericanos se encuentran en diferentes momentos de su transición demográfica, podemos estimar que en promedio esta ventana de oportunidad para aprovechar del dividendo demográfico, en países como Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Uruguay (un poco mas del 70% de la población latinoamericana) podría cerrarse hacia el 2025.
¿Como impactarán (o están impactando) los cambios demográficos en las economías de América Latina?
La teoría dice que al menos cuatro fuentes de ingreso están influenciadas por la transición demográfica (caída del número de hijos por mujer y una mayor esperanza de vida). Primero, se observa un incremento en la cantidad de personas dentro de la fuerza laboral, a condición que las diferentes economías nacionales puedan absorber y usar de forma productiva estos nuevos trabajadores. A esto se le agrega el incremento de la tasa de ahorros nacional, ya que hay menos gastos (menos bocas que alimentar) y los individuos pueden ahorrar más. Esto extiende el capital disponible para invertir y consumir, desarrollando la demanda doméstica agregada, que a su vez puede incrementar la productividad, e inicia un ciclo virtuoso a efecto multiplicador.
Sin cambios en productividad, resultará muy difícil cubrir la expansión de los costos sociales por el envejecimiento de la población. Hasta ahora no hemos hecho suficiente para absorber el choque demográfico que vendrá después de nuestra ventana de oportunidad.
Finalmente, la transición demográfica puede resultar en un aumento del capital humano nacional. La reducción de las tasas de fertilidad tiene por consecuencia un aumento en la salud de las mujeres y en una reducción de las presiones del hogar. Lo que a su vez permite incrementar las tasas de escolarización y de salud infantil ya que habrá más recursos disponibles para que los padres inviertan por hijo. Esto termina afectando los niveles de productividad y por ende de crecimiento económico.[2]
Sin embargo, estudios[3] resaltan que en un primer tiempo uno de los riesgos del cambio demográfico en los países en vía de desarrollo es que éste acentúa las desigualdades. Esto se explica por la diferencia entre las tasas de fertilidad entre familias de diferentes quintiles de riqueza. Por lo tanto, para garantizar que este crecimiento sea constante, equitativo y a largo plazo se debe combatir el mayor lastre de América Latina, la falta de productividad.[4] Cambiar esta tendencia dependerá de las políticas macroeconómicas que logremos desarrollar. La bonanza de ingresos fiscales ha de ser usada para invertir en capital humano a través de calidad de educativa en niveles de prescolar, primaria y secundaria. Mientras se fomenta un ambiente social y económico estable, se incentivan los diferentes actores económicos a acumular capital y a hacer inversiones productivas que creen oportunidades de empleo.
Sin cambios en productividad, resultará muy difícil cubrir la expansión de los costos sociales por el envejecimiento de la población.[5] Hasta ahora no hemos hecho suficiente para absorber el choque demográfico que vendrá después de nuestra ventana de oportunidad. Si miramos las cifras, América Latina sigue extremadamente dependiente de su crecimiento demográfico como motor de crecimiento. La variación de la población en edad de trabajar representó para el periodo 2000-2010 el 74% del crecimiento del PIB en Venezuela, 81% en México, 51% en Colombia, 44% en Brasil. Por eso es necesario que se lleven a cabo reformas políticas y fiscales de su mercado laboral, de sus sistemas educativos, de pensiones y de salud.
Se deben usar los recursos tanto para continuar con la expansión de la cobertura (gráfico 2) y la reducción de las desigualdades presentes en nuestros sistemas de pensiones. Aunque existen divergencias entre los sistemas de pensiones, varios países latinoamericanos siguen usando sistemas que ponen el peso del pago de las pensiones en las futuras generaciones, que tienen que generar los ingresos fiscales suficientes para pagarle a los futuros pensionados. La dificultad a la que se dirigen estos países es el déficit que se genera a medida que las generaciones jóvenes empiezan a disminuir, que la base de la pirámide etaria empieza a retraerse y que el incremento en productividad no compense por esta evolución. Entonces, si bien en el futuro los países de América Latina aprovecharán de los “frutos maduros” generados por sus transiciones demográficas, para cultivar un desarrollo sostenible y equitativo, deberán evitar el facilismo y proyectarse hacia el mediano y largo plazo.
[1] Se considera que 2.1 es la tasa de sustitución idónea para una población, por debajo de esta cifra la población empieza a envejecer.
[2] Un estudio reciente estimo que en Nigeria la reducción del índice de fertilidad de un hijo por mujer aumentaría el PIB por cabeza de 13% en 20 años.
[3] Ricardo Haussman y el Banco Mundial.
[4] En los países de la OECD en promedio el crecimiento en productividad explico en el mismo periodo casi el 80% del crecimiento del PIB.
[5] Tabla 7.15 de COTLEAR, Daniel “Population Aging; Is Latin America Ready?”, World Bank, 2011.
*Esta columna fue publicada originalmente en la revista Humanum del PNUD.