Tal vez el denominado “Estado Islámico” sea una fuerza de combate formidable, pero al menos parte de la explicación de que tras dos meses y medio de bombardeos no haya sido derrotado, son los problemas que afrontan sus enemigos. Nos referimos de un lado a la coalición liderada por Estados Unidos, y de otro a las milicias locales que combaten sobre el terreno. En el caso de la coalición, el problema fundamental es que cada uno de los Estados que la integran pelea una guerra distinta. Así, los aliados europeos de la coalición participan de los bombardeos en Iraq, pero no en Siria. La razón oficial es que, en ausencia de una autorización expresa del Consejo de Seguridad de la ONU o, en su defecto, del gobierno internacionalmente reconocido de Siria, bombardear territorio sirio constituiría una violación del derecho internacional.

Los Estados Unidos por su parte no se preocupan por dilucidar de qué lado de la frontera están las huestes del Estado Islámico antes de bombardearlas. El cálculo detrás de esa decisión parece bastante elemental. En primer lugar, el régimen sirio está enfrascado en una guerra civil en la que no consigue prevalecer. En segundo lugar, en ese contexto no puede darse el lujo de abrirse nuevos frentes con Estados que son mucho más poderosos que él en el plano militar (de hecho, aún antes de que se iniciara la guerra civil, el régimen sirio se abstenía de responder a los ataques que Israel realizaba contra presuntas instalaciones de armas químicas en su territorio). Por la misma razón, era previsible que el régimen de Bashar Al Assad se abstuviera de responder ante ataques que no sólo no lo tienen como blanco, sino que además se dirigen contra uno de sus rivales en esa guerra civil.

Creo que es cuestión de tiempo antes de que el Estado Islámico abandone la pretensión de ser un ejército regular, y se repliegue para emplear las tácticas propias de una guerrilla...

Al igual que los Estados Unidos, los países del Medio Oriente que conforman la coalición no paran mientes en el lado de la frontera internacional en el que se ubican los posibles blancos de sus ataques. Pero exigen a Estados Unidos que esos blancos se amplíen para incluir al régimen sirio. Lo hacen en lo esencial porque intentan propiciar su derrocamiento, pero esgrimen además un argumento razonable: si el propósito declarado de la intervención es impedir el daño ocasionado a la población civil, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos los bombardeos del régimen sobre la ciudad Alepo han llegado a ocasionar más de 400 muertes (en su mayoría civiles), en tan sólo una semana.   

Ahora bien, aunque los países del Medio Oriente que participan de la coalición comparten el objetivo de derrocar al régimen sirio, no respaldan a los mismos combatientes sobre el terreno. Así, el gobierno turco se niega a intervenir en la sitiada ciudad de Kobane porque sus defensores pertenecen a la milicia kurda de las Unidades de Protección Popular. El gobierno turco lanza dos acusaciones contra esa milicia. En primer lugar, haber establecido un pacto de no agresión con el régimen sirio, según el cual en tanto este no intente recuperar el control de las zonas bajo autonomía kurda en el norte del país, los kurdos no intervendrán en la guerra civil. En segundo lugar, son acusados de ser aliados del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, el cual libró durante décadas una guerra civil contra el Estado turco. Dadas esas acusaciones, y su objetivo de derrocar al régimen, el gobierno turco pone una serie de condiciones para intervenir en Siria. De un lado, exige a los milicianos kurdos repudiar su pacto de no agresión con el gobierno de Bashar Al Assad, y su alianza con el Partido de los Trabajadores. De otro lado, exige a la coalición liderada por Estados Unidos establecer una zona de exclusión aérea (para evitar los ataques de la aviación del régimen), y una zona bajo protección internacional (para acoger a los desplazados por la guerra), en el norte de Siria.

En cuanto a las milicias locales que (a diferencia de la coalición), combaten sobre el terreno, estas también presentan algunos problemas. De un lado, las milicias que podrían considerarse aliadas explícitas o probables de la coalición, no siempre cuentan con la capacidad necesaria para avanzar sobre el territorio bajo el mando del Estado Islámico, y controlarlo (cosa que no puede hacer desde el aire una coalición que no cuenta con tropas de infantería en el terreno). De otro lado, las milicias que parecen contar con la capacidad para recuperar territorio y mantenerlo bajo control, no siempre son aliadas reales o probables de la coalición. En Siria, por ejemplo, una de las organizaciones más poderosas enfrentadas tanto al régimen sirio como (aunque no siempre) al Estado Islámico, es el Frente Al Nusra: es decir, la franquicia de Al Qaeda en Siria. En el caso de Iraq, las milicias árabes chiitas probablemente posean una moral combativa y un grado de organización superiores a los de las fuerzas regulares del ejército iraquí. Pero si se espera que las comunidades árabes sunnitas repudien a las fuerzas del Estado Islámico que operan desde su territorio, lo último que habría que hacer es enviar al frente de batalla a las milicias chiitas que las han victimizado en forma reiterada.  

Creo que es cuestión de tiempo antes de que el Estado Islámico abandone la pretensión de ser un ejército regular, y se repliegue para emplear las tácticas propias de una guerrilla (sin abandonar jamás el terrorismo como medio de acción). Pero eso ocurriría más temprano que tarde si las circunstancias no fueran las que acabamos de describir.