Salvo en los últimos días de la campaña, la virtual totalidad de las encuestas nacionales en los Estados Unidos coincidían en que existía un empate técnico entre Barak Obama y Mitt Romney. Las apuestas sin embargo le concedían al presidente Obama una probabilidad de relección de 80%. ¿Por qué habría que tomar en serio a los apostadores? Tal vez porque quien estaba dispuesto a arriesgar cuantiosas sumas de dinero en una apuesta tenía incentivos para recabar mayor y mejor información que el común de los mortales.
¿Qué creían saber los apostadores que ignoraban las encuestas nacionales? Cabe más de una respuesta posible a esa pregunta. En primer lugar, probablemente los apostadores estaban viendo otras encuestas: las que se realizaban a nivel de cada estado de la unión americana, las cuales le concedían a Obama la ventaja que le negaban las encuestas nacionales. Existen al menos dos razones por las cuales las encuestas a nivel estatal son más confiables que las encuestas a nivel nacional. La primera es que si se realiza una encuesta a nivel nacional con base en una muestra de 1.500 electores, se incluirán cuando mucho unas decenas de electores de un estado como Utah. Si se realiza en cambio una encuesta únicamente en Utah, la muestra probablemente incluya unos 500 electores de ese estado. Lo cual permite que, si está bien diseñada, sea más representativa del universo electoral del estado que las decenas de electores de Utah que incluiría en su muestra la encuesta nacional.
La segunda razón por la cual las encuestas a nivel estatal son más confiables que las nacionales, es que los Estados suelen tener electorados más homogéneos que el país en su conjunto. El electorado de Utah, por ejemplo, es mucho más homogéneo étnica y socialmente que el electorado nacional: según los censos nacionales, poco más del 60% de los residentes profesan la religión mormona (al igual que Mitt Romney), y 95% de la población califica como “blanca”. Lo cual a su vez hace relativamente fácil diseñar una muestra representativa del conjunto de los electores de Utah.
La campaña electoral puede hacer una diferencia respecto a las proyecciones basadas en esas variables, pero esta suele ser pequeña y no siempre es perdurable. Los hitos fundamentales en una campaña presidencial son habitualmente las convenciones partidarias y los debates presidenciales.
Por lo demás, no todos los Estados contaban por igual para definir los resultados: la clave era la evolución en la intención de voto en los denominados “swing states”. Dado que hacia el final de la campaña más de 40 estados favorecían con claridad a uno u otro candidato (razón por la cual su rival ni siquiera se molesta en hacer campaña en ellos), lo importante era la tendencia en aquellos estados en los que no existía una mayoría clara en favor de alguno de los candidatos. Aquí nuevamente las encuestas estatales eran más confiables que las nacionales. Y allí donde existía un número grande de encuestas estatales, había que considerar la tendencia de evolución en el conjunto de las mismas (dado que siempre habrá encuestas que, al menos temporalmente, se desvíen significativamente de la media en favor de uno u otro candidato). Esa variable era la que más favorecía a Obama, teniendo en consideración que lo que cuenta para ganar la presidencia en los Estados Unidos no es obtener más votos entre los ciudadanos, sino obtener más votos en el Colegio Electoral (en 2000 Al Gore ganó en el voto popular, pero perdió la presidencia).
La segunda razón por la que los apostadores le concedían un 80% de probabilidades de triunfo a Barak Obama es que esa era la probabilidad de triunfo que le concedían los principales modelos predictivos que hacían públicas sus conclusiones. Y las predicciones de esos modelos fueron bastante certeras en las elecciones presidenciales de 2008 y las elecciones de medio término de 2010. Por ejemplo, un día antes de las elecciones los modelos predictivos de Nate Silver (para el diario New York Times), y del equipo académico de la Universidad de Princeton, elevaron su estimación de la probabilidad de triunfo de Obama por encima del 90%. Esos modelos se basan en promedios de las encuestas nacionales pero sobre todo estatales, controlando por posibles sesgos que pudieran producirse en encuestas (y encuestadoras), particulares (por ejemplo, teniendo en cuenta el record de acierto en el pasado de distintas compañías encuestadoras, el margen de error de cada encuesta, o su fecha de realización).
Además, algunas variables que habitualmente permiten prever el resultado electoral también favorecían a Obama. La primera es la cifra de creación de empleos durante el año previo a la elección (no la tasa de desempleo, que se mide con base en una encuesta diferente): aquí importa saber no sólo cuantos empleos se han creado durante el último año, sino además su tendencia de evolución. Durante el último año de la gestión de Obama se crearon más empleos de los necesarios para acoger a los trabajadores que ingresaron por primera vez al mercado laboral (unas 100.000 personas al mes), y con una tendencia creciente: en promedio se crearon al menos unos 157.000 empleos por mes durante el último año (tal vez más, si se mantiene la tendencia reciente de revisión al alza cuando se recaba información adicional). A su vez, el mes del año previo a las elecciones durante el cual se crearon más empleos fue octubre (es decir, el último mes del cual se tuvo información antes de las elecciones). Según Nate Silver el mínimo indispensable para obtener la relección estaría alrededor de unos 150.000 mensuales. Son cifras modestas comparadas con recuperaciones anteriores, pero desde la Gran Depresión ninguna de esas recuperaciones fue precedida por una crisis financiera y una recesión de intensidad comparable con las que recibió Obama (cuando llegó al gobierno la economía perdía más de 800.000 puestos de trabajo por mes).
Otra variable con cierto poder predictivo en una elección presidencial es el nivel de aprobación de la gestión del presidente en ejercicio: cuando este va a la relección, su caudal electoral no se desvía en más de 4% (hacia arriba o hacia abajo), respecto de su nivel de aprobación. La aprobación de Obama durante el último año ha fluctuado entre 49 y 52%, lo cual, considerando los antecedentes históricos, estaba ligeramente por encima de los mínimos requeridos para conseguir la relección.
La campaña electoral puede hacer una diferencia respecto a las proyecciones basadas en esas variables, pero esta suele ser pequeña y no siempre es perdurable. Los hitos fundamentales en una campaña presidencial son habitualmente las convenciones partidarias y los debates presidenciales. En esta ocasión el diferente lustre público de las convenciones le otorgó por primera vez a Obama una ventaja superior al margen de error estadístico en las encuestas, ventaja que perdió con el primer debate entre ambos candidatos, y comenzó a recuperar tras los siguientes debates. Ambos efectos parecen en lo esencial haberse neutralizado mutuamente.
Por último, 79% de ciudadanos consideraron que la forma en que el presidente Obama gestionó la crisis suscitada por el huracán Sandy fue buena o muy buena, lo cual probablemente elevó ligeramente su intención de voto durante los últimos días de campaña. Pero aún antes de mediar huracán alguno, las variables y modelos mencionados sugerían que Barak Obama tenía una elevada probabilidad de ser relegido como presidente de los Estados Unidos.