En Chile los sistemas de admisión a la universidad han sido muy resistentes al cambio. El bachillerato nació en el siglo XIX y se mantuvo hasta el nacimiento de la Prueba de Aptitud Académica (PAA) en 1967. A su vez la PAA duró 35 años. La actual Prueba de Selección Universitaria (PSU), pese a que ha sido criticada desde que partió en 2003, se mantiene con un peso determinante en la selección universitaria y, de alguna manera, refuerza su importancia este año con el ingreso de ocho universidades privadas al sistema integrado que utiliza la PSU como el instrumento central de selección.
Pero ¿es buena o mala la PSU? ¿Es justa o injusta?
Las discusiones sobre su calidad no han versado tanto sobre su factura técnica, la que será evaluada pronto, sino sobre tres dificultades principales: el tipo de contenidos que mide, el tipo de habilidades que excluye y la total preponderancia que tiene en el actual sistema de selección universitaria.
La PSU evalúa contenidos del currículum de educación media. Una primera dificultad se relaciona con la selección de los contenidos que efectivamente se van a evaluar, ya que es imposible pretender que en todos y cada uno de los liceos del país se trate el 100% de los contenidos del currículum y que se les atribuya a todos la misma importancia.
En suma, los resultados de ambas pruebas se relacionan en forma fuerte y directa con el capital económico y cultural de las familias, sesgo socioeconómico que debe ser corregido con otros instrumentos.
Una segunda dificultad tiene que ver con lo que no se evalúa. Lo más grave ha sido la exclusión de la escritura. Esta supresión, presente también en la PAA, ha redundado en que por más de 40 años la educación media no le ha otorgado importancia al desarrollo de la escritura, pese a que el dominio del lenguaje escrito sintetiza el logro de las capacidades culturales analíticas, que la educación media está llamada a masificar.
Tercer problema: la PAA medía “aptitudes”, la PSU evalúa el currículum de la educación media. Se ha señalado que este cambio perjudica a los estudiantes más pobres que asistieron a peores liceos.
Es verdad que los resultados PSU poseen una directa relación con los colegios de origen: en 2010 el 57,4% de quienes provienen de colegios municipales y el 93,9% de quienes estudiaron en colegios pagados obtuvo 450 puntos o más. Pero la situación no era muy distinta con la PAA; por ejemplo, en 2000 los estudiantes de liceos municipales obtuvieron, en promedio, 130 puntos menos que los de colegios pagados en esa prueba.
En suma, los resultados de ambas pruebas se relacionan en forma fuerte y directa con el capital económico y cultural de las familias, sesgo socioeconómico que debe ser corregido con otros instrumentos. La PSU como tal no es justa ni injusta, lo injusto es utilizarla como único o principal instrumento de selección universitaria, identificando con excesiva simpleza “resultado escolar” con talento y mérito.
Dado lo anterior, para aumentar su equidad, el sistema de admisión universitaria debe hacerse más complejo, tanto en el uso que se haga de los resultados de la PSU, como complementando estos resultados con otros antecedentes. Hay tres posibilidades que se pueden explorar.
Una se relaciona con el sistema de cuotas. Se mantiene la PSU, pero se desarrolla un sistema para fijar cuotas para egresados de colegios pagados, de colegios particulares subvencionados y de colegios municipales, de modo que cada universidad seleccione a los mejores alumnos de las distintas categorías. Este sistema tendría además consecuencias positivas para disminuir la segregación social de los colegios, ya que habría menos razones para elegir la educación pagada o con financiamiento compartido.
La segunda arista se relaciona con introducir una prueba de ensayo escrita que complemente la actual prueba verbal.
Y la tercera tiene que ver con ponderar mucho más el trabajo que los estudiantes realizaron en la enseñanza media utilizando, por ejemplo, el lugar que el estudiante tuvo en su curso; antecedente que es independiente del nivel cultural y socioeconómico del liceo y que muestra una persistencia en el tiempo, los cuatro años de educación media, de esfuerzo, disciplina de trabajo y talento. Se trata del mecanismo que fue investigado y probado en Chile con éxito, durante más de una década, por la Universidad de Santiago de Chile.