Chile perdió, y mucho, porque en la primera vuelta de sus elecciones presidenciales este domingo pasado las dos primeras mayorías elegidas por los chilenos fueron extremas. Con 27,9% de los votos resultó elegido José Antonio Kast, un pinochetista nostálgico y de extrema derecha, católico ultra conservador, que abandonó hace unos años su partido de toda la vida, la Unión Demócrata Independiente (UDI), partido pilar de la dictadura cívico-militar de 1973-1990. La razón: la UDI se habría puesto demasiado blanda para su gusto. 

Con su Partido Republicano, fue a estas elecciones compitiendo con el pacto de centroderecha en el que participaba su viejo partido y otras fuerzas que han apoyado el muy débil gobierno de Sebastián Piñera. Kast critica a la centroderecha desde lo valórico, como por ejemplo que muchos de su sector hubieran aprobado la reciente ley de aborto en tres causales (violación, peligro de muerte para la madre, y nula probabilidad que el embarazo llegue a término).  Igualmente, ha criticado al gobierno de Piñera por no usar más decididamente la fuerza del Estado para reprimir las violentas protestas y manifestaciones que comenzaron el 18 de octubre de 2019, en que se quemaron decenas de estaciones del tren subterráneo, iglesias, monumentos nacionales, e incluso cuarteles policiales. También ha sido muy crítico de lo que califica como mano blanda del gobierno actual con la delincuencia y el narcotráfico, que han crecido de manera alarmante en las grandes ciudades de Chile. Asimismo, ha criticado la política del actual gobierno ante el conflicto mapuche, pueblo originario que reclama el despojo de sus tierras desde el siglo 19. Ha habido un fuerte crecimiento de actos terroristas en la zona de la Araucanía, a unos 600 kilómetros al sur de Santiago, centro de la industria forestal, responsable de una parte importante de las exportaciones chilena. Este es un problema histórico que lleva décadas sin resolver, pero en los últimos años el número de atentados violentos ha aumentado significativamente. Más recientemente se han hecho ver en la zona “guerrilleros” haciendo gala de armas automáticas de guerra.

Por otro lado, en la zona norte del país se vive una crisis provocada por la migración, en su mayoría de venezolanos, pero también haitianos, peruanos y colombianos, entrando ilegalmente por la frontera norte.

Como buen extremista, Kast tiene una solución simple para todos estos problemas complejos: usar la fuerza del Estado. Imitando a Trump (uno de sus mentores “intelectuales”, siendo otro Bolsonaro), propone construir una zanja para parar la inmigración en la frontera norte de Chile.

Es una lástima que los chilenos tengan que elegir entre dos extremos, pero así están las cosas. Esto parece ser el signo de los tiempos en el mundo, y en especial en nuestro barrio: hace solo algunos meses Perú vivió la misma disyuntiva.

Al frente de Kast está Gabriel Boric, que obtuvo la segunda mayoría con el 25,8% de los votos. Es un diputado que llegó al Congreso por su condición de líder estudiantil de las protestas universitarias el año 2011. Junto a otros dirigentes estudiantiles, crearon una nueva fuerza a la izquierda de la izquierda tradicional chilena, de raigambre socialdemócrata.  Esta nueva coalición de partidos y movimientos, llamada Frente Amplio y al estilo del partido Podemos español, acusa a la centro izquierda chilena de haberse convertido al neoliberalismo  y de acomodarse al sistema. 

Para las elecciones a la Convención Constituyente del año pasado, el Frente Amplio se alió al Partido Comunista, consiguiendo una fuerte representación en este cuerpo, el que debe presentar a plebiscito una nueva constitución en 2022. Con el ánimo triunfalista tras ganar el control de la constituyente, el Frente Amplio rechazó la oferta de una alianza con la centroizquierda tradicional chilena para enfrentar la elección presidencial recién pasada.

Con lo que no contaba el Frente Amplio era que los chilenos, que venían de vivir casi dos años de pandemia, estaban cansados de la violencia tanto política como delincuencial, y que estaban más dispuestos de lo previsto a poner atención a los cantos de sirenas de un candidato populista de extrema derecha como José Antonio Kast, que les prometía “orden y paz”. El Frente Amplio se preparó para competir con un candidato de la derecha tradicional, pero cuando las encuestas comenzaron a mostrar el crecimiento de Kast y el estancamiento de Boric, esta última candidatura no reaccionó. Peor aún: la noche de la elección, tras saberse segundo y forzado a buscar nuevos votantes, Boric les habló a los suyos en un lenguaje propio de un mitin estudiantil.

La campaña por la segunda vuelta ha comenzado y ambos candidatos necesitan buscar más votos y ampliarse hacia el centro, ya que casi la mitad de los votantes no votaron por Kast ni Boric. Mientras, los mercados aplaudieron el resultado, en especial el de las elecciones parlamentarias que dejaron un Congreso muy equilibrado y con mayor presencia de la derecha, lo que seguramente impedirá los cambios radicales que se temían: la bolsa chilena subió 9,7%, su mayor alza en 13 años.

El resultado es también un duro golpe para la Convención Constitucional, dominada por el Frente Amplio y otras fuerzas de izquierda, que han venido haciendo planteamientos refundacionales. Ahora se espera que la Convención modere su discurso y busque acuerdos para que en la nueva Constitución que se proponga pueda tener cabida todos los chilenos.

El escenario en la elección de segunda vuelta está todavía muy líquido, por lo que cualquiera podría ganar. Boric necesita un cambio radical en su discurso, poniendo un nuevo énfasis en el tema de violencia política y delincuencial. Deberá asimismo proponer un plan para el tema indígena que, además de recrear el diálogo con la comunidad, aísle y aplique todo el rigor de la ley a aquellos que han hecho de la violencia su método de lucha. En lo económico, deberá armar un equipo sólido y con prestigio que dé confianza a los mercados y rediseñar su programa económico actual, que parece inviable en una economía que está sobregirada en gasto fiscal y con una inflación que crece por día. En lo que respecta a reforma de pensiones y salud, Boric deberá anunciar un plan gradual para avanzar a una mayor protección social, cuidando los equilibrios macroeconómicos.

Por su lado Kast, si quiere ganar la elección deberá conquistar el voto de los centros urbanos, en especial de Santiago y Valparaíso, donde Boric le sacó bastante ventaja. Para ello, debería transigir en muchas de las cuestiones valóricas que considera irrenunciables, como su anhelo de derogar la ley de aborto en tres causales. Debería renunciar a su programa de suprimir el Ministerio de la Mujer, y enfrentar el tema del matrimonio igualitario, que él rechaza visceralmente. En lo económico, debería sumar a su equipo expertos, ya que en la campaña quedó claro que la economía no es su fuerte: en medio de un alto déficit fiscal, propuso bajar los impuestos corporativos de 27% a 15% en los años que vienen. Según la mayoría de los economistas, su programa económico es populista e irrealizable.

Es una lástima que los chilenos tengan que elegir entre dos extremos, pero así están las cosas. Esto parece ser el signo de los tiempos en el mundo, y en especial en nuestro barrio: hace solo algunos meses Perú vivió la misma disyuntiva.

Según el informe “El Estado Global de la Democracia 2021 “del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), el número de países que van en una dirección autoritaria y populista supera casi tres veces al numero de países que siguen una dirección democrática. Esperamos que este muy mal recuento para la democracia no incluya pronto a un Chile que vaya en dirección a la merma de libertades.