Una inquietante tendencia se ha puesto en evidencia en las últimas cadenas de televisión oficiales. Se ha mostrado a uno de los más reputados comentaristas diciendo una frase mañosamente sacada fuera de contexto. La fuerte expresión que se oye decir a Alfredo Pinargote era parte de una anécdota que narró, pero en el enlace de marras, aparece como un “insulto”, insinuando que sería dirigido contra alguna autoridad. En otra de estas transmisiones impuestas por el gobierno, se muestra a un cuestionado personaje en las cercanías de personeros de Asociación Ecuatoriana de Editores de Periódicos, Aedep, y de la ONG Fundamedios, cuando estas entidades presentaban sus denuncias en los organismos interamericanos de derechos humanos en Washington. Se quiso dar a entender que la oscura figura formó parte de la delegación de tales organizaciones.

No es que las cadenas de los últimos años hayan sido un paradigma de ética, pero no se había llegado a estos extremos que lindan con la calumnia. Esto parece demostrar que la fracción del gobierno empeñada en mantener la confrontación con los medios, empieza a entrar en desesperación. La arremetida contra periódicos, radios y canales de televisión ha resultado absolutamente contraproducente. Sobre todo a nivel internacional, el permanente y agresivo acoso a la prensa ha sido visto como una expresión autoritaria con visos de totalitarismo. Entonces parecen decir “vamos con todo”. Muy peligroso, porque un agresor desesperado es capaz de peores cosas.

Los revolucionarios siempre construyen su discurso en contra de alguien. Las revoluciones son películas que requieren de un malo. Las revoluciones nacionalistas socialistas de la América Latina, esas del socialismo del siglo XXI, se dan en momentos de grave crisis de las clases dominantes, en una era de verdadera disolución de tales estratos. Las mal llamadas élites no fueron capaces de articular una respuesta ni política, ni ideológica, ni institucional, a la nueva coyuntura, se esfuman sin gloria en un pretérito tenebroso. Por eso no pueden, ni tienen la voluntad de plantar cara a los caudillos autoritarios. Estos, entonces, se encuentran luchando contra fantasmas del pasado cada vez más difusos, necesitan un adversario real, un “malo” que esté vigente. Así ponen en ese papel a la prensa, que es el último obstáculo para sus proyectos de acaparar todos los poderes. Es un enemigo muy visible, al que es fácil achacar todos los males.

Pero la conciencia republicana y humanista del mundo no traga el cuento. Y por muy soberanos que se declaren, todavía necesitan demasiado a las potencias occidentales. Por eso se asustan y, como es poco lo que pueden hacer en Washington, La Haya o Ginebra, descargan su frustración al interior de sus países. Peligrosísima actitud, el frustrado es capaz de cualquier cosa. Cuando un defensa frustrado que ve al delantero del cuadro adversario a punto de marcar un gol, recurre a las patadas, su acción en el argot futbolero se califica de “falta de recursos”.

Los revolucionarios siempre construyen su discurso en contra de alguien. Las revoluciones son películas que requieren de un malo.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.