A la memoria de Miguel Ángel Granados Chapa, periodista mexicano ejemplar

La aldea global parece alejarse otra vez de una crisis económica y financiera. Entre las decisiones acordadas a mediados de septiembre en Washington, en la reunión anual del FMI y del Banco Mundial, y  las convenidas a mediados de esta semana en Bruselas por la cúpula europea, hubo un largo compás de espera para los mercados  financieros, ávidos de certidumbre y confianza.

Durante las semanas transcurridas es muy poco probable que millones de seres humanos estuvieran enterados de que la suerte de sus modestos empleos y de sus empresas de sobrevivencia corría por escabrosos caminos, delimitados por las acciones o inacciones de los grandes capitales bancarios, los organismos internacionales y los gobiernos de unas pocas naciones, donde todos ellos tienen un peso avasallador en el trazo del rumbo mundial de la economía y las finanzas.

Fueron tres los magnos acuerdos en Bruselas:

Los países emergentes, en particular los miembros del BRIC y otros más, por ejemplo, tendrán que compartir responsabilidades de diversos tipo en un calendario diseñado para esta sacar la tarea titánica de reconstrucción.

1).- reforzar el fondo europeo de rescate;

2).- recapitalizar los bancos acreedores de los países de la periferia europea liados por desequilibrios fiscales y deudas;

3).- ofrecer “quitas” a la deuda abrumadora de Grecia.

Vale decir que era imposible armar un paquete bienhechor con sólo uno o dos de tales acuerdos. O eran esos tres, o eran esos tres, no había de otra,  y así lo vieron las fuerzas políticas involucradas.

En una perspectiva amplia, los acuerdos expresan un orden de prioridades. Primero, garantizar el presente y el futuro del euro y, por ende, la estabilidad del sistema financiero mundial. Segundo, reforzar los cimientos políticos de ese club exclusivo que se llama eurozona, de cara a un futuro de mayor competencia entre los bloques comerciales y las zonas monetarias del mundo. Tercero, darle un leve pero seguro impulso al crecimiento económico europeo y, residualmente, arrastrar a la capacidad productiva del mundo.

Han pasado varios años desde que se gestó esta ambiente monetario convulsionado que nos recuerda la fragilidad de las relaciones económicas internacionales. El 2010 fue percibido jubilosamente por muchos como un año de recuperación en el que ya no había lugar para el pesimismo: la crisis había pasado y todo sereno y en calma. Nada más lejos de la realidad. Hubo y hay voces de diferentes calibres y reputaciones que advertían y advierten que el mundo aún debe seguir con cuidados intensivos. Sin embargo, las señales alarmantes de estos reveses fueron reconocidas, aunque quizá tardíamente, por la cúpula financiera global: las respuestas están a la vista, pero moviéndose muy cuesta arriba. Esto no significa que las soluciones compartidas hasta hoy garantizan una salida definitiva de estas aguas pantanosas. Pero sí se estima que, habiendo logrado un consenso político entre los actores principales de este escenario turbulento, se está caminado ahora por el rumbo correcto. Los cálculos contables para tomar los grandes acuerdos de esta estresante semana financiera fueron hechos desde hace varios meses. Hasta allí llegó el trabajo de los tecnócratas de todos lados. La mesa de negociación final sólo incluyó a la élite de la clase política europea. Las señales de confianza que salieron del intercambio incesante de compromisos y promesas en Bruselas fueron aceptadas por las bolsas. Por lo menos en el corto plazo eso vale, y mucho.

Lo que viene después reflejará o no la firmeza de los acuerdos de la cumbre de Bruselas y, sobre todo, de las formas de administrar y resolver las inevitables discrepancias futuras dentro de la eurozona (distinta, ojo, a la Unión Europea), así sea a un costo financiero quizá mayor al  asumido hasta ahora. No hay duda de que los altos costos de estos acuerdos históricos son menores a los que pudiesen derivarse de una ruptura interna en la zona del euro, de consecuencias catastróficas para Europa y para el resto del mundo.

Cualesquiera que sean los resultados finales e impredecibles de este embrollo financiero mundial, estamos ya en un parte aguas en la historia del incipiente siglo XXI. En la agenda inconclusa de los  involucradas directamente en el rescate financiero de Grecia, objetivo inmediato pero no exclusivo, ya se ha estado tejiendo una  nueva arquitectura financiera global, que obviamente está en una fase embrionaria. Su perfil definitivo está por verse y el tiempo que lleve moldearlo también es una incógnita. El círculo de las decisiones sobre el futuro económico tendrá que ampliarse, incluyendo a ganadores y perdedores de este episodio, aunque, como siempre, será en una mesa con votos diferenciados por su peso relativo: según el sapo, es la pedrada.

Los países emergentes, en particular los miembros del BRIC y otros más, por ejemplo, tendrán que compartir responsabilidades de diversos tipo en un calendario diseñado para esta sacar la tarea titánica de reconstrucción. Si alguien tiene dudas sobre esto, vale mencionar la discreta contribución de China al Fondo Europeo de Estabilización Financiera, institución que será el pivote de los ajustes estructurales europeos que vendrán después de Bruselas.

Hasta hoy China es una nación subrepresentada en muchos foros económicos multinacionales. Eso quedará atrás. China sea tal vez el caso emblemático en las nuevas coordenadas internacionales, pero no el único. Nuevos actores nacionales y regionales han nacido; pero en este mismo tablado ya se vislumbra el declive gradual e irremediable de otros. La Historia, con mayúscula, enseña muchas lecciones sobre los “puntos de giro” que de modo recurrente se han registrado para modificar la geografía económica y política del planeta. Hoy estamos en un “punto de giro”, y no hay que ser muy agudo para percatar esto.

Después de las asumir las obligaciones urgentes para apagar el fuego en Grecia y garantizar -es un decir- que éste no se extienda al resto de la periferia europea, han salido sentencias polémicas de los dos líderes europeos de mayor relevancia, Frau Merkel y Ms. Sarkozy. Y esto no debe sorprender a nadie.
De la  primera destaco su postura inteligente para construir alianzas y acuerdos en el rescate del euro, pero sin dejar de demandar más sacrificios (excesivos, pienso yo) a los países europeos hoy atribulados por déficits fiscales y deudas soberanas. No hay almuerzos gratis y, con mucha  pena, dirá “en corto” Frau Merkel, pero es el costo fatal del rescate financiero acordado que los redimidos de hoy y mañana tienen que pagar. Vaya paradoja cruel.
El presidente francés fue duro e implacable en su último dicho: “Grecia en la eurozona es un error”. Ms. Sarkozy finalmente aceptó los términos del rescate, pero ya señaló con evidente rudeza política que la eurozona debería ser un club muy exclusivo cuyas reglas de admisión tienen que rechazar a los que no cumplen los requisitos de una genuina membrecía. Eso fue dicho por muchos desde el arranque mismo del euro: las asimetrías económicas entre los países en este proceso eran un riesgo para avanzar firmemente en el proceso de integración monetaria.

En Merkel y Sarkozy hubo tal vez un diagnóstico económico acertado, pero también conclusiones políticas rasposas, realistas en su perspectiva. Los reacomodos no ha terminado y el horizonte es aún oscuro y espinoso.