La discusión sobre pensiones es una de varias cláusulas que existen en el contrato de seguridad social que el Estado tiene con su gente. Es decir, construir un sistema de seguridad íntegro implica escalar el debate más allá de la continuidad o no de la AFP, de la creación de un ente estatal que se dedique a lo mismo o de abrir la puerta a otros participantes para inyectar competencia a esta reducida industria de unos pocos. De hecho, esos debates son un subconjunto de resoluciones pendientes dentro del concepto “pensiones”, y no consideran las “otras cláusulas” del contrato como por ejemplo familia, salud, servicios sociales, laboralidad, discapacidad e invalidez. Es aquí donde quisiera comenzar este análisis, luego de haber hecho énfasis en la necesidad de una mirada más holística a la hora de interpretar las demandas de la gente.

Los amantes del “vamos por partes” han segmentado la discusión y han optado por abordar cada cláusula de este contrato social integral por separado, colocando “especialistas” en cada vereda porque seguro ellos son los indicados para resolver ese subconjunto de problemas. Ahora bien, la evidencia empírica no ha sido muy condescendiente con esta manera de operar, puesto que han pasado décadas y los diagnósticos son los mismos, las reclamaciones persisten y seguimos entrampados discutiendo y comunicando a la sociedad las diferencias que tienen los polos políticos respecto al mecanismo de financiamiento del sistema. Es un tema absolutamente importante y clave para el éxito de cualquier propuesta, pero no es lo primero que se debe resolver. Hay acuerdos mínimos que la gente pide y no se discuten. Existe una mayoría importante y representativa que no está conforme con el actual sistema por sus imperfecciones estructurales. Sin duda esto genera frustración, incertidumbre e intranquilidad en el espectador. Parece casi imposible encontrar una manera de tener una vejez tranquila que no dependa únicamente de uno mismo.

Luego de escuchar el debate de los intelectuales detrás de cada candidato y revisar sus propuestas en esta materia, persiste en esa incertidumbre sobre nuestro norte en seguridad social. Todavía   no se amplía la discusión a una perspectiva integral y planteando soluciones reales. ¿Cómo enfrentar la ineludible obsolescencia que el ciclo natural de la vida nos  genera? ¿Realmente postergar la edad de jubilación es la clave para tener una calidad de vida mejor? ¿No es suficiente el tiempo que permanecemos activos laboralmente? ¿No es suficiente nuestra actual jornada laboral para producir los réditos necesarios que permitan rentas adecuadas para contribuir más a mi vejez? ¿Si trabajo cinco años más mejorará sustancialmente la pensión que voy a recibir? ¿No eran los primeros aportes a las cuentas individuales los más relevantes por la rentabilidad que generan a través del tiempo? Renacen tantas interrogantes cuando se escuchan propuestas de ese estilo y se ponen a prueba convicciones respecto a discusiones muy contingentes y estrechamente relacionadas, como la reducción de jornada laboral. Yo que celebraba el conceso de reducirla en pro de mejorar la calidad de vida, y al parecer estoy profundamente equivocado ¿Habrá sido una señal para que, esas horas menos, las use para buscar un segundo empleo y así contribuir más a mi jubilación?

Ahora bien, no todo es incertidumbre y se debe reconocer los últimos consensos logrados. Hoy, nuestros futuros representantes han encontrado comunión en la idea de garantizar una pensión mínima universal. Es decir, el Estado es quién puede y debe contribuir con un monto base que ayude a financiar nuestra adultez mayor. Esta es una maravillosa noticia y sin duda corrige en el corto plazo las insuficientes pensiones que recibirán quienes están pronto a jubilar. ¿Y de qué monto estamos hablando? Algunos ilustrados incluso se aventuran con números por sobre nuestra actual pensión básica solidaria. Otros de sectores más conservadores están bastante por debajo de esta referencia. ¿Será el salario mínimo vigente en cada momento otra referencia importante a tener en consideración? Es decir, si el salario mínimo líquido, por definición, corresponde al mínimo monto de dinero que alguien puede percibir en su etapa laboral activa y que está estrechamente vinculado al mínimo costo de vida que debemos financiar para estar sobre una condición de extrema pobreza ¿No debiese la mínima pensión universal estar en línea con el costo de vida y que permite a cualquier adulto mayor sin ingresos activos vivir sobre la línea de pobreza? La verdad solo espero que no nos tome otros 40 años más alcanzar acuerdos sobre cuál es ese monto mínimo adecuado.

Desde un enfoque de paridad de género, queda bastante en deuda la discusión. No se argumenta respecto a eliminar la discriminación económica que soportan las mujeres dentro del sistema de pensiones. Si nos pusiéramos en el caso de un mundo ficticio en donde las condiciones son exactamente iguales entre hombres y mujeres, siempre un hombre va a tener acceso a una mayor pensión que la  mujer.

La matemática detrás del cálculo de la pensión diferencia a hombres y mujeres en base a un hecho demográfico particular  seguro ya la han escuchado. Las mujeres tienen una mayor esperanza de vida que los hombres. Es por eso que la torta de nuestras mujeres debe repartirse en trozos más pequeños para que alcance esos años extra de vida.

Es económicamente razonable, pero social y emocionalmente indolente. La situación es aún peor si consideramos que ese mundo del ejemplo es tan solo un mundo idílico. ¿Puede nuestro sistema de seguridad social darse el lujo de no enfocarse en quienes más lo terminan utilizando? Si la mujer es permanecen más tiempo sobre la tierra ¿Es razonable que un sistema de pensiones las perjudique respecto al hombre? ¿No debiese ser un pilar del sistema salvaguardar la vida de quienes más necesitan seguridad social? Se extraña profundamente en la discusión de expertos, argumentos respecto a la creación de una Tabla de Mortalidad UNISEX, que permita acabar con una burda discriminación entre sexos y debiese ser una consigna latente a través de toda nuestra vida.

La invitación en esta columna es a abrir una vez más la discusión sobre seguridad social con un enfoque integro. Salgamos de la visión netamente economicista, que todavía faltan acuerdos estructurales sobre lo que se quiere sea nuestro nuevo sistema de pensiones, salud, transporte, familia, invalidez y laboral. Retroceder para avanzar, es un recurso ampliamente aceptado por la ciudadanía. Sobre todo, en tiempos donde aproximadamente el 80% de la población del país ha decido reescribir la ley magna que regula nuestra sociedad.