Según la propuesta de Donald Trump en materia migratoria, "por muchos años, los líderes de México tomaron ventaja de los Estados Unidos al usar la inmigración ilegal con el fin de exportar el crimen y la pobreza". De ser ello cierto, sería difícil de explicar por qué el crimen en los Estados Unidos se reduce entre 1990 y los primeros años de este siglo, mientras crecía el número de inmigrantes indocumentados. Ello se debe al menos en parte al hecho de que los inmigrantes de primera y segunda generación cometen en promedio menos crímenes que los ciudadanos estadounidenses con un nivel similar de ingreso.
Según la propuesta de Trump, "los efectos de la búsqueda de trabajo (por parte de inmigrantes indocumentados) han sido además desastrosos, y los afro-americanos se han visto particularmente afectados". Sin embargo, según las investigaciones académicas los inmigrantes no presionan a la baja los sueldos y salarios de la población local, ni reducen el número de empleos disponibles para los ciudadanos estadounidenses con baja calificación laboral: en la medida en que ello ocurra sería producto de la competencia internacional (y el bajo costo de la mano de obra inmigrante compensa en parte ese efecto), o de un cambio tecnológico que favorece la demanda por mano de obra calificada.
En resumen, sea porque los inmigrantes indocumentados no causan los males que les atribuye Trump o porque el flujo neto de inmigrantes indocumentados es virtualmente cero, sus propuestas no afrontan un problema real.
Según Trump, "los costos para los Estados Unidos han sido extraordinarios: los contribuyentes estadounidenses han tenido que asumir cientos de miles de millones de dólares en costos de salud, vivienda, educación, políticas sociales, etc.". Pero nuevamente las investigaciones académicas sugieren de modo consistente que, en promedio, los inmigrantes aportan más a las distintas instancias de gobierno que lo que obtiene de ellas en servicios públicos. La única excepción son los inmigrantes indocumentados con un bajo nivel de educación formal. Pero aún en ese caso, la diferencia no es significativa, y según un estudio oficial del Estado de Texas, lo que los inmigrantes indocumentados no aportan en materia de impuestos (en parte precisamente por su estatus migratorio), lo compensan a través de la riqueza adicional que crea su trabajo: según el estudio, la economía de Texas se habría contraído en 2,1% en 2005 de no mediar la presencia de trabajadores indocumentados.
En cuanto al muro que proponen construir tanto Donald Trump como Ted Cruz, en la frontera con México, la evidencia sugiere que estos son poco eficaces para prevenir el ingreso a los Estados Unidos de inmigrantes indocumentados, pero muy eficaces cuando de lo que se trata es de impedir que esos inmigrantes regresen a su lugar de origen: "Entre 1965 y 1985, las estimaciones indican que el 86% de los ingresos indocumentados eran compensados por las salidas de inmigrantes del país". Por lo demás, el muro resuelve un problema que no existe, dado que desde 2009 el número total de inmigrantes indocumentados que residen en los Estados Unidos se ha mantenido estable en alrededor de 11 millones. La razón de ello es que, como ya ocurrió en el pasado, el ingreso de inmigrantes indocumentados se ve compensado ahora no solo por la proporción de aquellos que regresan voluntariamente a su lugar de origen, sino además por el incremento sustancial de las deportaciones de inmigrantes indocumentados bajo la administración Obama.
En resumen, sea porque los inmigrantes indocumentados no causan los males que les atribuye Trump o porque el flujo neto de inmigrantes indocumentados es virtualmente cero, sus propuestas no afrontan un problema real. Me apresuro a aclarar que no soy especialista en temas migratorios, y que pude acceder a todas las fuentes antes citadas de la misma manera en que lo puede hacer usted: navegando a través de la red. En otras palabras, probar que nada de lo que sostiene Trump en materia migratoria es cierto, sólo tomaría unas pocas horas de trabajo a alguien sin conocimiento especializado, si lo que busca son investigaciones empíricas y no propaganda rayana en la histeria. Una histeria que es por desgracia contagiosa: recuerde por ejemplo las declaraciones de un precandidato republicano usualmente sensato como Scott Walker, quien durante una entrevista concedió que el debate sobre la propuesta de construir un muro en la frontera entre Canadá y los Estados Unidos (una de las fronteras más pacíficas y con mayor intercambio comercial en el mundo), era un "tema legítimo" a debatir.
Todo lo cual debería servirle como antídoto frente a la xenofobia que expresan algunos precandidatos republicanos respecto a otras minorías (en particular los musulmanes): su narrativa en torno a ellas no es más fidedigna (o menos prejuiciosa), que aquella que inventaron respecto a quienes habitamos al sur del Río Grande.