El diputado socialista francés Julien Dray decidió celebrar en grande su cumpleaños en marzo pasado. Invitó a la flor y nata de la intelligentsia política francesa y arrendó una boite para recibirlos en una fiesta privada. Entre los invitados estaba el entonces candidato presidencial Francois Hollande y su compañera Valerie Trierweiler, además de la mujer más poderosa de la izquierda frances y ex esposa de Hollande, Segolene Royal.
También estaba invitado Dominique Strauss-Kahn, el ex director gerente del FMI defenestrado tras la falsa acusación de violar a una mucama en un hotel de Nueva York.
El escándalo no sólo había dejado a Strauss-Kahn sin trabajo en el Fondo: también había destruido sus esperanzas de convertirse en el candidato socialista a la presidencia para las elecciones de 2012. Pero, pensaba él, todavía conservaba su lugar en la sociedad política parisina.
Cuando Strauss-Kahn entró a la fiesta, más de 20 personas se pusieron de pie y abandonaron la boite sin mirarlo..
DSK recibió a Ominami en su departamento del exclusivo barrio parisino Place des Vosges en mayo pasado, cuando el chileno viajó a Francia invitado a la elección presidencial que podría haber puesto en el Palacio del Elíseo a su exuberante amigo.
“Voy a seguir en el infierno por un tiempo”, le dijo semanas después Strauss-Kahn a su amigo chileno Carlos Ominami, ex ministro y ex senador que hoy preside la Fundación Chile 21. “No estoy haciendo nada ilegal; los jueces me están juzgando por mi moral y no tienen derecho a hacerlo”.
DSK recibió a Ominami en su departamento del exclusivo barrio parisino Place des Vosges en mayo pasado, cuando el chileno viajó a Francia invitado a la elección presidencial que podría haber puesto en el Palacio del Elíseo a su exuberante amigo.
Es poco probable que Strauss-Kahn hubiera llegado a ser el candidato socialista a la presidencia, sin embargo, cosa que el propio DSK le reconoció a Ominami. En la reunión de dos horas que tuvieron, le contó que un mes antes de que estallara el escándalo, se reunió en off con tres periodistas del periódico Libération y les habló de sus vulnerabilidades. “Quiero ser presidente”, les dijo, “pero soy judío, tengo gustos caros y me gustan demasiado las mujeres”.
El escándalo sexual del hotel de Nueva York en 2011 terminó siendo una falsa acusación, pero abrió la caja de Pandora de la vida sexual de Strauss-Kahn. Washington y el mundo se enteraron de algo que se sabía en el interior del FMI desde 2008: que recién llegado a la institución, había iniciado un affaire con una subalterna, la economista húngara Piroska Nagy, y que había sido sancionado por esa conducta. Otra decena de casos brotaron en la prensa francesa y, cuando todavía no se acallaba el escándalo neoyorquino, DSK debió enfrentar en Francia un juicio por proxenetismo y tráfico de influencias, tras participar en una fiesta sexual con prostitutas que habían sido pagadas por empresas privadas.
Está dolido Strauss-Kahn, dice Ominami. Muchas personas a quienes consideraba amigos le han dado vuelta la espalda.
El presidente francés no es uno de ellos, porque no abandonó la sala al entrar Strauss-Kahn a la fiesta de cumpleaños de Julien Dray. Tampoco le ha dado vuelta la espalda su mujer, la periodista Anne Klein, directora de la edición francesa de The Huffington Post, que más de un motivo podría tener para pedir el divorcio. Si algunos lo han abandonado, todavía hay muchos -y poderosos- que lo siguen acompañanado.
Pero él tiene que saber que su carrera política ha terminado. Dos libros sobre él han salido en los últimos días, uno en Francia y otro en Estados Unidos, y ninguno de los dos lo deja bien parado.
Strauss Kahn decía a los periodistas de Liberation que sus vulnerabilidades eran los gustos caros y las mujeres. Todos de alguna manera somos víctimas de nuestros propios apetitos, y el que esté libre de culpa que tire la primera piedra.
Pero muy pocos seguimos nuestros apetitos hasta la autodestrucción. El destino de Dominique Strauss-Kahn no ha sido común sino excepcional. Aunque esto no le sirve de consuelo al amigo francés de Carlos Ominami.