Las cifras publicadas por las instituciones de investigación en los últimos días sólo confirman quién predomina en el escenario básico para la elección presidencial. La candidata del PT, Dilma Rousseff, viene consiguiendo una ventaja por sobre de los 10 puntos porcentuales, con lo que tiene una reserva suficiente para enfrentar posibles fluctuaciones eventuales. No es casualidad que en los últimos días la oposición decidiera criticar a los institutos y contratar uno propio, para luchar contra la amenaza de desmovilización.

En términos prácticos, por lo tanto, no hay mucho más que decir sobre el proceso electoral. El gobierno de Lula camina para una victoria, mientras que la oposición apuesta a una sorpresa. 

La confirmación de la victoria del gobierno de Lula el 31 de octubre significará, en primer lugar, un breve aplazamiento en las decisiones. Dilma Rousseff anunció este último jueves 28 de octubre, que pretende tener 10 días libres después de las elecciones. Este receso, tiene un significado político importante, primero, porque sacar a la presidenta del centro de las presiones y dar un tiempo para que sus propios aliados organicen sus demandas y posicionamientos. Segundo, se realza un hecho importante: el gobierno de Dilma Rousseff será un gobierno de continuidad y ella aún no tiene tomada una determinación sobre la composición del ministerio. 

Esta misma lejanía, sin embargo, crea dos oportunidades interesantes. Puede aprovechar ese tiempo para indicar un representante que se encargue de las primeras conversaciones con los aliados y los procedimientos necesarios para la transición. Es decir, una primera sugerencia sobre el comando de la articulación política. También es pertinente hacer un comentario sobre la comandancia política económica, una vez que permanecen los problemas cambiarios y alguna incerteza sobre los tipos de decisión que el gobierno puede tomar en ese campo en los próximos meses.

En el caso de la oposición, si es que ocurre una sorpresa electoral, no tendrá el mismo control sobre la economía. El simple cambio en el mando de la economía crea enormes incertezas, ampliadas sobre el desconocimiento de las eventuales decisiones sobre José Serra en esa materia. No hay que dejar de lado que la victoria de la oposición exigirá un pronunciamiento mucho más claro sobre la política económica.

La continuidad proporcionada por la eventual victoria de Dilma, también facilita el tratamiento de las cuestiones políticas legislativas. La investigación de los casos polémicos generados por la campaña, se constituirá por una mayoría confiada y el presidente Lula asumirá la responsabilidad por la decisiones más problemáticas, de la concesión de asilo a Cesare Battisti hacia la elección del nuevo ministro del Tribunal Federal, que definirá la aplicación de la ley de la Ficha Limpia, en los casos que aún no son juzgados.

Insisto, en todo caso, que la pauta de la Cámara de Diputados continúa compuesta por proyectos que dividen al gobierno, como es el caso del royalty del presal. En los primeros días después de la elección, el presidente de la Cámara, diputado Michael Temer (PMDB-SP), posiblemente se transformará en el vicepresidente de la República que deberá administrar la formación de la pauta. 

La victoria de la oposición, por su parte, implicará un profundo realineamiento legislativo en el Congreso, con reflexiones inmediatas, por ejemplo, sobre la votación del Presupuesto de 2011. No es posible anticipar su diseño.

En cualquier parte del mundo democrático, el momento post electoral está marcado por un relajamiento de las tensiones políticas y por el optimismo del electorado en cuanto al futuro. Comienza el periodo conocido como “luna de miel”, que se extiende hasta el primer semestre del gobierno.

Dada la dinámica de los procesos electorales corrientes, el relajamiento facilita más bien el trabajo de Dima Rousseff, que tiene la opción de resolver con calma sus principales problemas inmediatos. Sus decisiones pueden ser producidas en un rimo más lento.

En un primer momento, la elección de Dilma Rousseff es dar como cierta la continuidad de las políticas sociales del gobierno de Lula y la mantención de la política económica actual. En este caso, las dudas inmediatas pasan por la elección de los cargos y los nombres de la nueva administración, como por ejemplo, el nuevo jefe de la Casa-Civil, el presidente del Banco Central y ministro de Hacienda. Dado que la conducción de la compaña de Dilma a la presidencia pasó por el ex ministro de Hacienda Anônio Palocci, no sería infundado creer que éste ocupase algún cargo destacado en el nuevo gobierno.