En un contexto desafiante para la economía global, luego de dos años marcados por la pandemia y el recrudecimiento de la crisis climática, los inversionistas también se han visto permeados por este escenario, con retos relevantes para lograr sus metas económicas de largo plazo. El riesgo climático es también riesgo de inversión. Asimismo, cualquier convulsión social o sanitaria, termina afectando la distribución de los recursos para satisfacer las necesidades transversales de la población.

La clave para sortear estos desafíos desde el mundo privado, es que las empresas puedan construir modelos de negocios sostenibles, que cuenten con un gobierno corporativo sólido y que actúen con responsabilidad social. De esta forma, estarán mejor posicionadas para aprovechar las oportunidades que trae consigo la transición a una economía de carbono cero y, por lo tanto, tener un mejor desempeño financiero de largo plazo, rindiendo mejores cuentas a sus accionistas.

Sin embargo, es poco y nada lo que puede influir para potenciar este modelo un pequeño inversionista, quien puso su capital en una compañía a través de fondos o gestoras de inversión y que, por lo mismo, termina diluyendo su capacidad de acción.

En este escenario, los intermediarios son los llamados a custodiar que las firmas generen los rendimientos financieros esperados y un crecimiento sostenible. Las gestoras de activos se encargan precisamente de esto: de desarrollar sofisticadas estrategias de inversión para ayudar a las personas a lograr sus objetivos financieros de largo plazo.

Armar estrategias de inversión significa una responsabilidad gigantesca, ya que se tiene presente que el dinero y los ahorros que las personas depositan en las gestoras no son de ellas, sino que estas compañías funcionan como un trampolín para llegar a la meta y un depositario de la confianza del inversionista en un sentido transversal.

Es así como la función principal de las gestoras se convierte en construir y administrar portafolios con el objetivo de maximizar el retorno a la inversión de los clientes, al mismo tiempo que custodia que se haga en lugares con un desarrollo sostenible en el tiempo y con un impacto positivo en el largo plazo. Una mezcla compleja de alcanzar, y para la cual es necesario invertir en tiempo, tecnología y capital humano para calcular los riesgos e identificar oportunidades que resulten en el mayor beneficio en el largo plazo. Esa, es en esencia, la obligación fiduciaria que tienen las gestoras.

En esta línea, éstas han desarrollado áreas de Investment Stewardship con el fin de solucionar el potencial problema de representación, resguardando los intereses de los inversionistas de menor capital, evaluando y disminuyendo riesgos y otorgando una voz a los millones de pequeños accionistas que pusieron su confianza en ellas. En otras palabras, se encarga de abogar por que las empresas adopten gobiernos corporativos sólidos y modelos de negocio sostenibles que coadyuven a que las empresas generen los rendimientos financieros de los que dependen los inversionistas para alcanzar sus metas financieras más allá de la inmediatez.

Con Stewardship los intermediarios también tienen la posibilidad de emitir votos en las asambleas generales de accionistas, con la respectiva autorización de cada inversionista, ejerciendo mediante este sufragio una señal muy clara –a favor o en desacuerdo– sobre su manejo de factores ambientales, sociales y de gobierno corporativo (ESG por sus siglas en ingles), que, a su vez, pueden potenciar o poner en riesgo sus inversiones.

Las gestoras de activos, a través de Stewardship, contribuyen a que más empresas adopten gobiernos corporativos sólidos y modelos de negocio sostenibles para poder identificar y manejar estos riesgos y generar valor. Conocer de cerca el trabajo de equipos como Stewardship es, en esencia, comprender mejor las propias inversiones y dar un paso más para poder materializar esa casa, ese negocio o ese retiro soñado.