Para nadie es sorpresa que el mundo se está complicando de una manera dramática. Esto no es algo nuevo: por al menos una década, todos los referentes que caracterizaron al orbe en el último medio siglo se han venido erosionando, han sido puestos en duda o han sido eliminados. Esto que podemos observar en la política interna ha venido ocurriendo en el mundo en general: baste ver fenómenos como el de Brexit, la elección de Trump en 2016, los gobiernos de ultraderecha en varias naciones europeas, los ataques a la Organización Mundial del Comercio y el súbito crecimiento de la migración en el mundo y sus repercusiones en las naciones desarrolladas, todo eso antes de la pandemia. Además, las fuentes de conflicto se han multiplicado y muchos de los factores de equilibrio que antes eran diversos y gozaban de amplia credibilidad, ahora prácticamente han desaparecido. El contexto, se podría decir, se ha alterado o, parafraseando a Einstein: “todo ha cambiado, excepto nuestra forma de pensar…”

Los cambios afectan a todas las naciones, pero cada una responde de acuerdo con sus circunstancias, posibilidades y condiciones. En algunos casos, su capacidad de respuesta depende de factores internos, y en otras a circunstancias externas. El electorado de numerosas naciones ha tendido a polarizarse, eligiendo figuras que antes hubieran sido inconcebibles; sistemas políticos que antes arrojaban gobiernos enclenques, ahora hacen posible la emergencia de “hombres fuertes,” incluso en naciones con larga y profunda raigambre democrática que gozan de sólidos contrapesos. Lo que hace no mucho parecía imposible ahora es asunto cotidiano.

En México, tenemos un gobierno con enorme capacidad de acción que, sin embargo, ha respondido de maneras contrastantes ante fenómenos exteriores, como ilustra la aceptación abnegada de la negociación del trata de libre comercio (TLC) (lo que comenzó con el gobierno anterior que respondió, en esto, de manera idéntica al actual) frente al nuevo activismo (también contrastante) en los casos de Venezuela y Bolivia y la absurda reticencia a felicitar a Biden. Los países actúan según sus circunstancias tanto internas como externas: el gobierno mexicano ha reconocido su vulnerabilidad hacia el norte a la vez que se ha desplegado con inusitada confianza (y sustento interno, a pesar de la división que existe) en su actuar hacia el sur.

Pero una cosa es responder y otra, muy distinta, actuar. En la reciente presentación del texto México y Centroamérica: encuentro postergado* el connotado líder mundial en materia de migración, Demetrios Papademetriou hizo dos comentarios que son especialmente relevantes para el momento actual. Primero, refiriéndose a la migración, pero implicando a toda la complejidad que hoy caracteriza al mundo, dijo que los problemas que enfrenta este son solubles, pero su resolución requiere la cooperación entre gobiernos y, para eso, es necesario que las partes compartan una mínima confianza mutua. El problema, prosiguió, es que en la actualidad ningún gobierno cuenta con la confianza de su población y mucho menos hay confianza entre los propios gobiernos.

Para ningún mexicano es noticia que, en el asunto migratorio, México ha subordinado principios y prácticas añejas (algunas loables, otras menos) en aras de preservar objetivos superiores, como la viabilidad económica, cuando el presidente Trump amenazó con imponer aranceles a las exportaciones si no limitaba el flujo de migrantes centroamericanos. A pesar de las críticas, el gobierno actuó de la única manera en que se podía y lo hizo menos por el hecho mismo de la asimetría de poder que por las potenciales consecuencias para las exportaciones y el mercado cambiario, que habrían destruido la estabilidad en un instante.

El segundo comentario del Dr. Papademetriou fue que los problemas tienen que resolverse con una estrategia cuidadosamente concebida y desarrollada, además de proactiva, porque, en sus palabras, “cuando uno trata de empatar, nunca puede lograrlo.”** Las soluciones resultan de un plan de acción que responde a la naturaleza específica de los problemas. Por más que quieran las naciones expulsoras de migrantes (o los americanos y europeos) no pueden alterar la realidad demográfica, cuyos patrones se miden en términos no de años sino de generaciones. Simple y sencillamente, los asuntos migratorios no se pueden resolver en el corto plazo aunque así lo quiera un presidente.

Esto también es cierto de México: los problemas que enfrentamos ciertamente se pueden agudizar por un nuevo conflicto bélico en el Medio Oriente, por la inseguridad centroamericana que expulse a más migrantes, por la interminable disputa chino-estadounidense o por un sinnúmero de factores fuera de nuestro control. Algunos de estos factores podrían convertirse en fuentes de oportunidad (el caso de China es obvio) pero también podría serlo un conflicto en la zona petrolera de Levante, siempre y cuando se deje de poner en entredicho la reforma energética, pues de otra forma nos quedaríamos como el famoso chino del cuento: “nomas milando.”

Las crisis son siempre fuentes de oportunidad, pero para asirlas es necesaria una clara disposición a cambiar criterios, obsesiones y dogmas. El déficit de hoy no es fiscal, sino político.

*http://consejomexicano.org/ **when you play catch-up, you never catch-up