La Humanidad asiste a una crisis generada por un virus de origen animal, que en poco tiempo se ha desatado sin control. Como civilización, a pesar de la desigualdad y la pobreza, la injusticia y las brechas de toda índole, muchos llegamos a pensar que un escenario así sólo era posible en la fructífera mente de los cineastas. Sin embargo, hoy es una implacable realidad.
Muchos sectores económicos están negativamente impactados, como el turismo, la educación, los servicios, el comercio. Se prevé una recesión mundial sin precedentes, una caída de la oferta de bienes y servicios, que no sólo dejará a mucha gente sin empleo, sino también amenaza con dejarlos sin productos. Países como Venezuela, que ya enfrentaban una dramática recesión desde hace mucho tiempo, ni siquiera cuentan con las capacidades mínimas para resistir los embates de esta pandemia que, sin duda, es un cisne negro.
Un cisne negro es un suceso que no se estipula en las expectativas normales, de alto impacto y de magnitudes inesperadas para la mayor parte de los decisores. Bajo esta definición, la pandemia por coronavirus es un cisne negro que ha cambiado en poco tiempo nuestra percepción sobre el futuro y ha desvelado las principales vulnerabilidades de la política pública a nivel mundial, especialmente en nuestra región. Un virus fue capaz de colapsar varios sistemas al mismo tiempo.
En primer lugar, la vulnerabilidad más obvia son las fallas de los sistemas de salud en términos de capacidad de respuesta ante un shock de demanda, tal que el acceso a centros de atención se ha vuelto limitado ante una pandemia. Aunque en realidad ningún sistema de salud estaba preparado para este cisne negro, para Latinoamérica el problema se intensifica por el desigual acceso a la salud, el descuido de los protocolos sanitarios; y en países como Venezuela, donde ni siquiera se hallan medicamentos, el riesgo de debacle es de proporciones alarmantes e inevitablemente contagiosas.
Aunque en realidad ningún sistema de salud estaba preparado para este cisne negro, para Latinoamérica el problema se intensifica por el desigual acceso a la salud, el descuido de los protocolos sanitarios; y en países como Venezuela, donde ni siquiera se hallan medicamentos, el riesgo de debacle es de proporciones alarmantes e inevitablemente contagiosas.
En segundo lugar, la necesidad de pensar la educación a distancia como una opción inclusiva, nunca estuvo seriamente planteada. En una situación donde la supervivencia exige el confinamiento, descubrimos que en muchos países de Latinoamérica no todos cuentan con dispositivos electrónicos de conexión para aprender de manera remota, y en el caso de Venezuela, la mayor parte de la población ni siquiera cuenta con internet ni electricidad. De mantenerse un escenario similar en el tiempo, y de no cambiarse la política educativa y de telecomunicaciones en nuestros países, muchos quedarían excluidos de la educación, lo que ampliaría las brechas sociales y la pobreza.
Otra vulnerabilidad muy importante de la política pública se refiere al mercado laboral, pues muchos países en vías de desarrollo nunca planearon oportunamente estrategias de largo plazo para adaptar los mercados laborales a los avances de la economía digital, por lo tanto, no están preparados en términos de infraestructura de telecomunicaciones, instituciones, ni cultura organizativa para el teletrabajo. En Latinoamérica las políticas compensatorias ante la pérdida de empleo son débiles o inexistentes, así como el apoyo financiero a los emprendedores, y han fallado también las políticas laborales ante la creciente expansión del empleo informal.
Las políticas macroeconómicas son otra debilidad de muchas economías que se enfrentan a la que posiblemente sea la peor recesión de la historia mundial contemporánea, pues están diseñadas para el corto plazo con el fin de activar la demanda agregada a través de medidas fiscales y monetarias, pero no tienen visión de largo plazo ni sistémica para activar la economía ante un shock de oferta. En este sentido, muy pocos países en vías de desarrollo y sólo algunas economías emergentes han avanzado en la robotización de procesos industriales, Inteligencia Artificial y optimización de procesos usando grandes datos.
Una clara vulnerabilidad de las políticas públicas se refiere al uso del territorio de los países. La exacerbación de la vida urbana, la pésima distribución de la población al interior de los países, incluso las políticas centralizadoras que acumulan las fuentes de empleo en las ciudades, han provocado contaminación, incrementado la desigualdad social y apalancado el cambio climático, desaprovechando el uso eficiente del territorio y originando grandes acumulaciones humanas, que facilitan la rápida expansión de un virus como el Covid-19.
Quizás una de las peores debilidades de las políticas públicas, especialmente en la región, se refiere al cambio del modelo energético. La lentitud con la que el mundo ha avanzado en el aprovechamiento de energías no contaminantes, electromovilidad y sustitución de combustibles fósiles ha resultado un grave e imperdonable error.
El cambio del modelo energético para tener formas de transporte que no incrementen el cambio climático y provoquen más virus y desastres naturales, debe ser otra de las prioridades de política pública que no se puede dejar de lado en la agenda de los países, especialmente los latinoamericanos, que están entre los que sufrirán las peores consecuencias por la paralización de la economía mundial y la caída de los precios de commodities. Es claro, que el modelo energético actual ya no es sostenible, pero la crisis nos tomó de sorpresa y tenemos mucho por hacer.
Y quizás la peor debilidad desvelada por este virus fue una combinación entre la carencia de una visión prospectiva de los problemas, la casi total ausencia de planes de largo plazo y protocolos ante contingencias o cisnes negros, la falta de visión de sistemas, escasos o ineficientes protocolos de salud a nivel mundial para evitar expansión de enfermedades y el poco entendimiento de la complejidad de los problemas de la sociedad mundial.
Obviamente, una vez superada la pandemia, nuestras vidas no van a ser las mismas, no pueden volver a serlo. Está en juego la supervivencia de millones de personas, por lo que deben cambiar de dirección la mayor parte de las políticas públicas referidas a salud, educación, mercado laboral, vida urbana, medio ambiente, minería, energía, sector servicios, economía digital.
No nos preparamos para el futuro del que tanto hablamos... y el futuro llegó. Ahora no hay tiempo que perder.