Según el ex premier y actual presidente del partido de gobierno polaco, Jaroslaw Kaczynski, el flujo de refugiados hacia Europa está provocando "brotes de cólera en Grecia", "disentería en Viena" e infestación de "parásitos" frente a los cuales los europeos no estarían inmunizados.
En momentos como estos resulta aleccionador apelar al registro histórico. Porque mientras no existen reportes oficiales que confirmen las leyendas urbanas que parte de la derecha europea difunde sobre los refugiados, existen fotografías de los europeos que emigraron antaño hacia América siendo desparasitados en los puertos de embarque. Como también recuerda José Ignacio Torreblanca en el diario El País, existe registro de los carteles en los que xenófobos estadounidenses representaban a esos inmigrantes como ratas a las que un émulo del flautista de Hamelín alejaba de las costas europeas, para beneplácito de los monarcas del continente.
Uno de los argumentos más socorridos para explicar esa actitud renuente hacia los refugiados es que éstos son demasiados como para poder procesar sus requerimientos. Supongo que, cuando menos en parte, ese argumento revela un problema de perspectiva: con unos 5 millones de habitantes, el Líbano ha recibido desde 2011 más refugiados sirios que toda la Unión Europea durante 2015...
El registro histórico nos recordaría también sobre los polacos que, entre el siglo XIX y principios del XX, huyeron de Prusia (y luego Alemania), Rusia o el Imperio Austro-Húngaro, sobre todo hacia los Estados Unidos. O que tras los cambios de fronteras como producto de la Segunda Guerra Mundial, millones de personas en Europa fueron desplazadas de su lugar de origen, entre ellos polacos. O que tras la instauración de la dictadura comunista en Polonia, miles de sus ciudadanos se acogieron a las normas internacionales que protegen a los refugiados. Porque la Convención de la ONU sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 concedía a los Estados signatarios la prerrogativa de aplicarla solo en Europa, un alcance espacial implícito en la fecha límite para su implementación que contempla la propia Convención (V., desplazamientos producidos “como resultado de los acontecimientos ocurridos antes del 1º de Enero de 1951”, en lo esencial, los desplazamientos ocurridos durante y en los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial).
Por último, cabría recordar que desde su adhesión a la Unión Europea en 2004, Polonia ha sido uno de los mayores exportadores de mano de obra dentro del proceso de integración. En términos coloquiales, no es solo que la vaca olvide cuando fue ternera, es además que, frente a algunos interlocutores, sigue siendo ternera: los gobiernos de Europa central y oriental ven con justificado recelo las negociaciones entre Gran Bretaña y la Unión Europea para restringir los derechos sociales de sus ciudadanos radicados en ese país. Pero no suelen hacer una asociación que parecería evidente: esos gobiernos exigen que Gran Bretaña cumpla con las normas del derecho comunitario que protegen a sus ciudadanos, de la misma manera en que algunos de sus socios europeos (particularmente Alemania), les exigen que cumplan con sus obligaciones hacia los refugiados bajo el derecho internacional, así como con sus obligaciones en materia de asilo e inmigración bajo el Acuerdo de Schengen.
Uno de los argumentos más socorridos para explicar esa actitud renuente hacia los refugiados es que éstos son demasiados como para poder procesar sus requerimientos. Supongo que, cuando menos en parte, ese argumento revela un problema de perspectiva: con unos 5 millones de habitantes, el Líbano ha recibido desde 2011 más refugiados sirios que toda la Unión Europea durante 2015 (la cual cuenta con unos 500 millones de habitantes, y un ingreso per cápita bastante mayor que el del Líbano).
Un reporte del Pew Research Center nos ofrece un atisbo de los alcances de ese problema de perspectiva. Pew estima que hacia 2010 un 6% de la población europea profesaba la religión musulmana. Según la misma estimación, esa proporción habrá de alcanzar el 8% en 2030. Pero cuando Pew encuesta a ciudadanos europeos sobre la proporción de la población del continente que profesa el Islam, en más de un país la mayoría ubica hoy esa cifra por encima del 30%. Solo en ese contexto se torna verosímil la trama de una novela como “Sumisión” de Michel Houellebecq, cuya premisa es que el candidato de un (por ahora inexistente) partido islamista alcanza la presidencia de Francia en 2022 con un respaldo (por demás improbable) a diestra y siniestra del espectro político, con el único fin de prevenir el triunfo del Frente Nacional. A su vez, la enorme sobrestimación de la proporción de la población europea que profesa el Islam tal vez se explique por la sobrestimación de los riesgos que esta podría representar. Por ejemplo, como señala Alexander Betts en un artículo publicado en la revista Foreign Affairs, las investigaciones empíricas muestran que los refugiados no son más proclives a involucrarse en actividades terroristas o delictivas que el promedio de la población local.