La pandemia demuestra que el género pos-apocalíptico nos había acostumbrado a una perspectiva demasiado sombría sobre la capacidad de cooperación de nuestra especie. Sí, existen indicios de que, en contextos de crisis institucional (como la de la OMS) puede primar la consigna del sálvese quien pueda (prohibiendo, por ejemplo, la exportación de respiradores mecánicos). Pero no presenciamos un colapso institucional generalizado y el contexto de adversidad radical también hizo aflorar nuestra capacidad de empatía y cooperación. Piense, por ejemplo, en la imagen de una persona que observa desconcertada una ciudad vacía: podría tratarse de la escena inicial del filme 28 Días Después, pero también podría tratarse de una metrópoli bajo cuarentena en tiempos de COVID-19. Aunque en apariencia similares, la ciudad en cada caso está vacía por razones diferentes: en el primero, lo está porque sus habitantes fueron asesinados, se ocultan presas del miedo o huyeron para ponerse a buen recaudo. En el segundo caso, en cambio, los habitantes permanecen en su residencia siguiendo las directivas de un gobierno en funciones mientras agradecen espontáneamente a quienes, como el personal médico, se sacrifican por el bien común. Por ello es habitual que la trama en los filmes del género pos-apocalíptico comience tras el colapso de la civilización humana: ese sería el caso porque los intentos de explicar ese colapso a partir de un desmoronamiento súbito de las instituciones y la cooperación social no suelen ser persuasivos.       

De hecho, en este tema existen experimentos naturales que nos podrían proveer de una perspectiva distinta. Por ejemplo, en la novela El Señor de las Moscas de William Golding, un grupo de escolares británicos queda varado en una isla desierta. Cuando finalmente son rescatados por un navío, el oficial al mando describió un lugar asolado y desolado en el que los jóvenes se enfrentaron entre sí, provocando la muerte de tres de ellos. La trama de ficción concebida por Golding fue publicada en 1954. Tan sólo unos años después, en 1965, seis escolares australianos realmente naufragaron en una isla desierta. Cuando un navío los rescató 15 meses después, el oficial al mando describió un lugar en el que esos jóvenes se habían organizado de manera eficaz para distribuirse las tareas necesarias para la supervivencia del grupo. Esas tareas incluían tanto el cuidado de un compañero que se había quebrado una pierna como la implementación de un mecanismo rudimentario de solución de conflictos. La paradoja es que, mientras Golding obtuvo en 1983 el Premio Nobel de Literatura y su novela El Señor de las Moscas fue traducida a decenas de idiomas y llevada al cine en dos ocasiones, la historia real pasó desapercibida hasta que, décadas después de los hechos, el historiador Rutger Bregman se abocara a la tarea de documentar la experiencia.

Por último, una reciente investigación académica concluye que, controlando por factores tales como edad, sexo o rasgos de personalidad, los aficionados a los filmes pos-apocalípticos demostramos tener mayor resiliencia y capacidad de adaptación en el contexto de la pandemia. La razón que brinda una profesora de la Universidad de Chicago es que, “si es una buena película, te introduce en la trama y adoptas la perspectiva de los personajes, así que en forma involuntaria comienzas a ensayar escenarios”. Es decir, nuestra capacidad para realizar experimentos mentales tendría implicaciones prácticas insospechadas.